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La estrategia global de China: ¿Modernización de infraestructuras o dependencia económica?

  • Nicolás Ocampo Bustamante
  • hace 1 día
  • 3 Min. de lectura


La estrategia de expansión internacional de China ha cobrado fuerza en los últimos años, más aún con los eventos recientes de la política global, enmarcada en un ambicioso financiamiento de infraestructuras en diversas regiones del mundo. Un claro ejemplo es el puerto de Chancay, en Perú, considerado el primer puerto inteligente y ecológico del sur de América, cuya reducción de tiempo en días de transporte de mercancías se estima en un cuarenta y nueve por ciento. Este proyecto, desarrollado en tan solo cinco años, es fruto de la cooperación entre la compañía Cosco Shipping Ports y gobiernos locales, que representa una pieza clave en la creación de un corredor logístico que conecta Latinoamérica con el continente asiático.   

  

El impulso de la potencia asiática en la construcción de infraestructuras–incluyendo carreteras, ferrocarriles, puertos y centrales energéticas–se inscribe dentro de una estrategia destinada a abrir nuevos mercados y ampliar su influencia económica global. Esta política de inversión extranjera ha sido un pilar fundamental para la iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), cuyo objetivo es mejorar la conectividad en el transporte de mercancías y así fomentar el comercio internacional. Con siete mil setecientos veintiún proyectos para 2018 y una inversión entre cuatrocientos sesenta mil millones y dos billones de dólares estadounidenses, China se ha consolidado como uno de los principales inversores a nivel internacional en materia de infraestructura, generando beneficios sustanciales para el desarrollo local y atrayendo inversiones que, en muchos casos, se rigen por marcos de regulación internacional. Dichos marcos, establecidos por organismos como la Organización Mundial del Comercio y la Organización Marítima Internacional, buscan asegurar que se respeten estándares ambientales, laborales y de transparencia en la ejecución de estos proyectos.   

  

A lo anterior debe sumarse el ascenso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. El eslogan de campaña “America First” y el enfoque proteccionista en materia comercial crearon un ambiente de incertidumbre para el libre comercio tradicional. Las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China se intensificaron, lo que incentivó a numerosos países a buscar alternativas para financiar y desarrollar sus infraestructuras sin depender exclusivamente de capitales y tecnologías estadounidenses. Mientras Trump apuesta por barreras arancelarias y restricciones a la inversión china, Beijing está aprovechando la coyuntura para ofrecer financiamiento en proyectos de conectividad que favorecen la apertura de nuevos mercados.  

  

Esta rivalidad entre grandes potencias se tradujo en un reajuste de las prioridades comerciales a nivel mundial. Países de Asia, África y América comenzaron a diversificar sus fuentes de inversión y a acercarse a China para impulsar proyectos que faciliten el flujo de bienes. Este fenómeno no solo se observa en el desarrollo de nuevos puertos o carreteras, sino también en la tendencia global de renegociar acuerdos comerciales bajo marcos de regulación internacional. Mecanismos de arbitraje internacional, como los establecidos por la ICSID y protocolos ambientales y laborales están presentes en el entramado normativo que acompaña estos proyectos, permitiendo armonizar las inversiones y reducir las tensiones derivadas de diferencias regulatorias.   

  

Aunque la creciente influencia china en la infraestructura mundial es innegable y presenta claros beneficios en términos de modernización y apertura de mercados, es importante considerar también los desafíos inherentes a este modelo. La incorporación de marcos regulatorios internacionales es un avance positivo, pero su efectividad dependerá de la capacidad de los países receptores para negociar condiciones equilibradas y evitar excesos de endeudamiento o dependencia tecnológica. En un mundo cada vez más multipolar, la moderación de las políticas de inversión y una coordinación internacional robusta son esenciales para evitar desequilibrios que pueden generar tensiones futuras.  

  

Finalmente, el financiamiento de infraestructuras por parte de China refleja tanto su estrategia para abrir mercados globales como la necesidad de los países de diversificar sus fuentes de inversión en un contexto de tensiones entre grandes potencias. La incorporación de marcos de regulación internacional–que incluyen estándares ambientales, laborales y mecanismos de arbitraje–contribuyen a una mayor transparencia y a la resolución de disputas, facilitando el comercio y la integración regional a través de mecanismos internacionales. El ascenso de Trump y su política proteccionista están actuando–así como en su primer mandato–como un catalizador para que numerosos países miren a Pekín, permitiendo a China consolidarse como motor de la modernización en regiones tradicionalmente dependientes del gigante americano. Este fenómeno no es aislado, es parte de una tendencia global en la que la diversificación de mercados, modernización de infraestructuras y el fortalecimiento de la regulación internacional son fundamentales para configurar un nuevo orden económico mundial.   

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