El día que vi a Francisco
- José Javier Osorio Quintero
- 13 may
- 3 Min. de lectura
Hoy, lunes 21 de abril de 2025, día de la muerte del Papa Francisco, recuerdo la primera vez que lo vi. Eran las 5:20pm del 4 de agosto de 2023 y estaba parado junto a cientos de jóvenes en la Plaza del Marqués de Pombal de Lisboa, Portugal, en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud, el encuentro de jóvenes católicos más grande del mundo (nos reunimos alrededor de 1,5 millones de personas en esta ciudad que tiene poco menos de 600.000 habitantes).

No puedo describir la sensación que recorrió mi cuerpo al ver a Francisco en su Papa-móvil, un Mercedes-Benz blanco descapotable adaptado para él. Sin duda era una persona con un carisma especial, una persona en quien concurrían millones de sueños, esperanzas y aspiraciones.
La primera vez que lo vi no estaba muy cerca pero aun así quedé muy feliz. Sin embargo, la Plaza donde estábamos tiene una glorieta y pude ver que daría la vuelta completa. A los lejos vi un sitio en el cual podría quedar en primera fila, pero debía apresurarme. No lo pensé dos veces y empecé a correr con todas mis fuerzas. En el camino se me empezaron a caer varias – muchas – cosas que llevaba: mi escarapela, un termo de agua, una pañoleta que me habían regalado unos suizos, una gorra y por último la bandera de Colombia. Solo pensé en devolverme por la bandera, pero preferí llegar para gritar con todas mis fuerzas: “¡Papa Francisco, ora por Colombia!”.
Pude quedar en el puesto que quería y a medida que pasaban las motos de la policía y algunos carros más, todos los jóvenes vitoreábamos: “Esta es la juventud del Papa”; cada vítor era más fuerte que el anterior.
A las 5:29pm vi nuevamente que se acercaba el Papa-móvil pero los vítores empezaron a disminuir para convertirse en gritos. Nadie pudo siquiera decir una palabra. Yo abrí mi boca para gritar con todo mi aliento lo que había preparado, pero claramente me quedé mudo. No me salieron palabras ni sonido alguno. Solo pude mirarlo con el asombro y admiración propia de un niño.
Regresé a donde estaba y en el camino recogí mis pertenencias. Encontré todo menos la pañoleta que a lo mejor salió volando. Que se me cayeran estas cosas fue también muy revelador porque fue el despojo de algunas ataduras o pesos que llevaba, y no necesitaba. Jesús nos invita a desprendernos de las cosas y apegos que nos desvían de lo verdaderamente importante y en este caso lo experimenté: Si me hubiera detenido a recogerlas no habría alcanzado a llegar.
La tercera y última vez que vi a Francisco fue en la Homilía de la Misa de Envío con la que finalizó la Jornada Mundial de la Juventud. Sus últimas palabras en ese momento fueron: “A ustedes los jóvenes que quieren cambiar el mundo y luchar por la justicia yo les digo: ¡No tengan miedo!”. Muy a su estilo sencillo y cercano cerró con un “Chau”.
Jorge Mario Bergoglio, Jesuita, fue un Papa que llegó a cambiar tradiciones en la Iglesia Católica y que con su ejemplo marcó un camino diferente al tradicional. Un camino volcado a los pobres, a salir al encuentro con el otro y a cuidar de nuestra Casa Común.
Hace unos días, en la homilía del Jueves Santo en el Campamento Misión de Semana Santa de egresados del Colegio San Luis Gonzaga de Manizales, regentado por la Compañía de Jesús, en la Vereda La Paila del municipio de Filadelfia, Caldas, el Padre Marco Fidel Castaño Arbeláez S.J. – Marquitos S.J. – citó a San Francisco de Asís con su llamado a predicar todos los días el evangelio por medio de los actos y, solo en caso de ser necesario, con las palabras.
Francisco eligió este nombre papal en honor a San Francisco de Asís y sin duda aplicó esta famosa reflexión, pues con su ejemplo cambió tradiciones milenarias y nos dejó una Iglesia Católica más humana. Es nuestra responsabilidad que continúe así…