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Luis Felipe Botero Cárdenas

  • Foto del escritor: David Alejandro Cáceres Guerrero
    David Alejandro Cáceres Guerrero
  • hace 22 minutos
  • 5 Min. de lectura

Foro Javeriano se adentra en la vida de este destacado profesor, quien, en sus clases, combinando juventud, cercanía y amplios conocimientos, marca la vida de quienes hemos pasado por sus aulas. 



Luis Felipe Botero Cárdenas nació en Bogotá hace 34 años, en una familia con raíces cruzadas entre Antioquia y la capital. Por parte de su papá, una estirpe paisa; por parte de su mamá, bogotanos. Él, sin titubeos, se declara completamente bogotano. Desde su infancia hasta su maestría, toda su vida académica y profesional ha estado anclada a esta ciudad. 

 

Tiene tres medio hermanos por parte de su madre. Desde pequeño se debatía entre dos vocaciones: la medicina y el derecho. Su madre, abogada laboralista javeriana, y varios tíos maternos también abogados, inclinaban suavemente la balanza hacia el mundo jurídico, pero en el colegio, con espíritu curioso, decidió hacer un énfasis en medicina. Todo parecía encaminarse hacia esa ruta hasta que, en un ejercicio académico de último año, lo llevaron a un anfiteatro y bastó esa experiencia para hacerlo cambiar el rumbo. 

 

El Derecho, que hasta entonces corría en paralelo, empezó a ganar protagonismo. “Siempre me fue muy bien en ciencias sociales, historia, geografía, ciencia política. En cambio, perdía matemáticas, física, química”, cuenta entre risas. Su carácter expresivo, su capacidad oratoria y su seguridad al hablar fueron señales claras: tenía madera de abogado. 

 

Aunque se presentó a varias universidades en su casa siempre hubo una consigna tácita: la Javeriana era la primera opción. No fue fácil. No tuvo un resultado sobresaliente en el ICFES y las puertas de la universidad se abrieron solo después de una cadena de casualidades. Casi un mes después del cierre oficial de inscripciones, lo llamaron para una entrevista. Al llegar, encontró un panorama insólito: él y dos aspirantes más, sin mayor protocolo. Resultaron ser los números 101, 102 y 103 de un corte que originalmente admitía 100 estudiantes para la carrera de derecho. Tres cupos se abrieron por desistimientos. “Al final, de los tres, el único que pasó fui yo. Me entregaron la orden de matrícula y me dijeron que me dirigiera de inmediato al auditorio Novoa porque el decano académico iba a dar la bienvenida a los neojaverianos”, recuerda. Así, como en una película, empezó su historia en la Javeriana. “Siento que la vida me llevó a donde tenía que estar”

 

Durante la universidad, fue un estudiante disciplinado pero con plena vida social. Nunca perdió materias ni preparatorios. Estudioso y lector constante, pero también viajero y futbolista; jugó fútbol en la Liga de Bogotá, fue arquero de la selección de la Facultad de Derecho en la Universidad y alternaba sus entrenamientos con la natación. Armó un grupo sólido de compañeros con quienes hoy aún mantiene relación. De su promoción él es el único penalista, pero todos —desde otras ramas del derecho— han terminado conectándose profesionalmente con su campo. “Eso es algo muy Javeriano: la red, el sentido de cuerpo, el colegaje”, dice al respecto. De ese grupo de amigos surgió el amor: Luis Felipe se casó con una de sus compañeras y mejores amigas del pregrado, quien actualmente también es profesora del departamento de derecho público de la universidad, con quien convive desde el 9 de abril de 2022.  

 

Paradójicamente, el derecho penal no fue su primer amor. Le iba mejor en privado, donde era un referente entre sus compañeros, pero todo cambió en séptimo y octavo semestre, cuando cursó las materias que hoy se conocen como Procesal Penal I y II, entonces con otros nombres, bajo la guía de dos profesores que terminarían siendo determinantes en su carrera: Julio Sampedro y Juan David Riveros. A partir de ahí, el destino se encargó de tejer su camino: le ofrecieron entrar como paralegal medio tiempo en la oficina donde trabajaban ambos. En el último año de universidad, ya compaginaba estudios con experiencia profesional. Fue ahí donde, como él mismo dice, “le cogí cariño al penal, no solo desde lo académico sino desde el ejercicio profesional”

 

Descubrió en ese ámbito un puente entre el derecho privado y lo penal: la intersección con la empresa, el gobierno corporativo, la responsabilidad de los administradores, entre otros. Desde entonces ha permanecido en esa oficina, pasando de paralegal a abogado junior y, desde 2021, abogado senior. “Hace dos semanas cumplí once años allí”

 

A nivel académico, el Derecho Penal lo sedujo por la mezcla de teoría jurídica y realidad procesal. Le atrajo el reto de ver cómo el litigio materializa conceptos abstractos y cómo el poder punitivo del Estado debe equilibrarse con garantías procesales. Pero lo que más lo ha marcado, dice, es la exigencia ética de su ejercicio: “el mayor reto de un penalista es no perder la humanidad”

 

Ser profesor fue una vocación que apareció cuando todavía era estudiante. Empezó como asistente informal de Mauricio Marín, ayudándolo con la preparación de clases y temas. Acompañó todo un curso desde el escritorio del profesor, tomando notas y reafirmando conceptos. Se graduó en abril de 2016 y al poco tiempo Julio Sampedro, entonces Decano, lo llamó para ofrecerle su primera vinculación formal como profesor asistente. “Yo no sabía si era bueno para dar clase, pero acepté”, recuerda. En poco tiempo, pasó de asistente a profesor titular. Hoy en día dicta Procesal Penal I y II, Penal Especial II y lidera el Semillero de Investigación en Derecho Penal Económico. Sus clases, organizadas al detalle, son reconocidas por los estudiantes no solo por el rigor, sino por la cercanía. “Siempre he pensado que no debe haber barreras artificiales entre profesor y estudiante”, afirma. 

 

Agradece a quienes fueron sus referentes: Javier Rincón, por su orden y exigencia; Felipe Arbouin, por su calidez y disposición; y por supuesto, sus mentores en lo penal. Todo lo que aprendió como estudiante lo ha aplicado en sus clases. “Uno no puede pararse a dictar una clase sin estar bien preparado. Eso es una falta de respeto con el estudiante”

 

Su paso por la docencia no ha sido una pausa en su carrera profesional sino un complemento natural. Para él, el ejercicio jurídico y la academia se retroalimentan; la práctica enriquece la teoría; la teoría afina la mirada sobre los casos. Su sueño es seguir combinando ambos mundos, pero no oculta que le encantaría, algún día, asumir un rol de liderazgo académico en la universidad: ser Director de Departamento, Decano o incluso Vicerrector. 

 

A la par con su trabajo en litigio y consultoría penal, ha cursado una especialización en Derecho Penal y Criminología en la Universidad Externado de Colombia, y una maestría en Derecho Penal y Compliance en la Universidad de Los Andes. Su visión del penal se ha ampliado hacia lo corporativo: la responsabilidad de las empresas en contextos económicos complejos, la prevención del delito a través de estructuras de cumplimiento, la protección del debido proceso. “No se trata solo de sancionar, sino de entender el papel de la empresa en la economía y el alcance del reproche penal”

 

A quienes apenas inician su carrera, les recomienda disfrutar la experiencia Javeriana. A quienes están por salir, les dice que no hay afán, que hay tiempo para todo. “No se trata de correr por títulos, sino de encontrar el lugar donde uno es feliz”

 

Hoy sigue dictando clase con la misma pasión con la que empezó. Tiene claro que, si un día le toca mover una clase, será porque “se está cayendo el mundo”. Ser abogado Javeriano y profesor Javeriano, además de ser un orgullo, es un compromiso con la excelencia, la ética y la humanidad. 

 

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