QUERELLANDO
La ridícula presentación de una autora que no ha tenido una buena experiencia en el amor.
La presentación de una autora que no sabe cómo llamar su columna
La ridícula presentación de una autora que no ha tenido una buena experiencia en el amor.
Fuente: Pexels
Autor: Victoria de la Mora
Inspirada en una de las series más icónicas de la historia, Gossip Girl, tomo la pluma para expresar mis ideas sin el temor a ser juzgada. Si bien en la serie el anonimato sirve para revelar los secretos del colegio, en mi caso lo utilizo como herramienta para empoderarme en un contexto social dominado por el machismo.
Soy una ferviente defensora de la libertad de expresión, y aunque soy consciente de los riesgos que conlleva alzar mi voz, elijo hacerlo bajo el anonimato. No lo uso como un escudo para protegerme, sino como un medio para liberarme de las ataduras de las expectativas sociales y expresar mis ideas sin miedo a represalias o juicios de valor. El anonimato me permite ser auténtica y honesta, sin la presión de cumplir con roles o estereotipos preestablecidos. Me da la libertad de explorar mis pensamientos y compartirlos sin temor a la crítica o el rechazo.
Como es la primera vez que escribo aquí me disculpo de antemano por los posibles errores que pueda cometer (espero que no sean muchos).
Para presentarme, les diré que en este periódico me llamarán Victoria De la Mora. Elegí este nombre en honor a mi abuela, quien era un verdadero ícono en su pueblo. Ella rompió todos los moldes de la época y nunca se quedó callada ante nada, sin importar las consecuencias. De alguna manera, quiero tener un pedacito de ella en mí. En cuanto a mi apellido, soy una fanática total de la serie "La Casa de las Flores" y este era el apellido de los protagonistas. Me pareció divertido tomarlo prestado.
Ahora sí, a lo que vinimos, a hablar sin miedos. En esta primera “columna” reflexiva les quiero decir que… estoy harta de los hombres. Sí, así de claro lo digo. Sé que algunas y algunos lectores me entenderán, pero la verdad son un verdadero dolor de cabeza. Me pregunto una y otra vez: ¿Será que ellos mismos se entienden? ¿Acaso son conscientes del infierno que muchas veces nos hacen pasar? ¿Sabrán de las horas que invertimos arreglándonos frente al espejo solo para que nos digan algo? ¿Sabrán que nosotras nos hacemos estas preguntas? Pues la respuesta es clara: NO. Ellos no son conscientes de nada de esto. Somos nosotras mismas las que nos encargarnos de crear todas estas películas que hacen que nuestras relaciones sean un infierno.
Que quede muy claro, hablo desde mis propias experiencias. Para mis las relaciones amorosas siempre han sido un infierno. Seguramente existen muchos hombres increíbles que tienen la llamada responsabilidad afectiva. Pero ¿saben cuál ha sido mi error? Sin duda alguna, no haber tomado las riendas de mi vida sentimental y haberme dejado llevar por ideales románticos poco realistas. No estoy segura si la culpa la tuvo la sociedad en la que crecí o las películas de Disney que tanto amaba de niña, pero lo cierto es que siempre tuve el sueño de vivir un romance de película.
Imaginaba un escenario perfecto: el quarterback del equipo de fútbol americano me declaraba su amor eterno justo antes de anotar el touchdown ganador en la final, seguido de una carrera desenfrenada bajo la lluvia para besarme apasionadamente, mientras una canción melodramática sonaba de fondo, llenando el aire de un aura mágica.
Este tipo de fantasías son irracionales e injustas. Antes que nada, en Colombia no jugamos futbol americano, desde el principio mi tonta fantasía ya empezaba mal. En segundo lugar, no todas las personas coinciden con esos estereotipos de belleza y perfección que se presentan en las películas. En tercer lugar, las relaciones amorosas no se basan en gestos grandiosos y momentos dramáticos, sino en el día a día, en la compatibilidad, en el respeto mutuo y en la construcción de una vida en común.
Culpar a la sociedad o a las películas por mis expectativas irreales sería una evasión de mi propia responsabilidad. Es cierto que estos factores pueden influir en nuestra forma de pensar, pero al final, somos nosotros quienes decidimos qué valores queremos adoptar y cómo queremos construir nuestras relaciones.
Espero que esta torpe y corta reflexión, nacida de las ideas de una vieja con poca o nada de experiencia en el mundo editorial les haya entretenido. He disfrutado mucho escribiéndola y anhelo volver a hacerlo en una próxima edición, compartiendo con ustedes historias más íntimas y personales, capaces de sonrojar a algunos y, al menos, provocar risas en otros.