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2020-II

¿UN SIMPLE JUEGO?

Por: Juan Pablo Prieto

Suelen decir que los apasionados por el fútbol no tenemos oficio alguno y que nos gusta un juego intrascendente, afirmaciones que, de entrada, objeto rotundamente; ante dichas infortunadas declaraciones, solo tengo algo por decir, pobres, realmente son ajenos a uno de los placeres que tiene la vida, pertenecer al universo del balón pie. 

Todo se remonta a un recuerdo nostálgico, un ritual sagrado para la idiosincrasia futbolera: el padre llevando a su hijo(a) por primera vez al estadio, el que será su segundo hogar, donde conocerá a su primer amor, aquel incondicional, aquel que nunca le fallará, aquel que le dará la felicidad máxima y, a su vez, le sacará mares de lágrimas, su equipo.

Negar la mística del fútbol, es negar toda una cultura, una forma de vida, una institución humana. Es negar la alegría y la tristeza, es negar la euforia y la desazón, es negar la lealtad y la incondicionalidad, en fin, es negar una compleja catarsis de sentimientos; o ¿acaso cómo se explica lo que sucede en una tanda de penales?

Habrá quienes digan que es un elemento distractor, una fachada para desviar la atención respecto de las problemáticas sociales, no obstante, a mi modo de ver, aquellos críticos denotan una visión muy simplista e ignoran todo lo que puede significar el fútbol para la vida de una persona. Un 1-0 puede transformar el peor de los días, en una sublime noche.

Desafortunadamente, los críticos no reconocen cómo un país tan dividido como el nuestro, logra la unión máxima con un simple partido y más aún en el momento sagrado, el del gol. Un momento en el que solo procede abrazar a quien tenga su lado, sin importar su religión, condición económica, ni afiliación política. Solo importa gritar: ¡GOL!

Para no ir más allá: cierre los ojos y recuerde la volea de James en el Maracaná de Río, contra la aguerrida Uruguay, o el cabezazo de Mina en el 92´, contra la poderosa Inglaterra. Emocionante ¿verdad?, durante aquellos minutos fuimos ese país del que todos nos sentimos orgullosos, ese país en el cual soñamos vivir, donde todos dejamos de lado nuestras diferencias, y divisamos un objetivo común.  

Una afición que trae consigo un sinnúmero de experiencias y de acontecimientos memorables. Solo aquellos que han pisado un estadio, pueden describir lo que se siente ser parte de un espectáculo de tal entidad. Solo quien ha celebrado un gol en el 90´sabe lo que es rozar el éxtasis. Solo quien ha sufrido una tanda de penales, sabe lo que es la agonía máxima.

Aquel que no ha madrugado a las 6 para ver un partido de la Premier League, no sabe lo que es madrugar con absoluto gusto y satisfacción. Quien no ha visto el clásico español, no sabe lo que es la perfección. Quien no ha escuchado el himno de la Champions, no sabe lo que es la inspiración proveniente de lo divino.

Un deporte que nos deja postales y recuerdos para la eternidad, como el famoso You´ll Never Walk Alone, de la afición del Liverpool, o los majestuosos tifos de los hinchas del Borussia Dortmund. Imágenes memorables como el gol de Maradona en el 86´o la volea de Zidane; pedazos de historia, que serán repetidos, como las grandes epopeyas del fútbol.

Habiendo evocado lo anterior, me pregunto: ¿cómo es posible afirmar que solo es un juego intrascendente? Algo con el peso específico para arreglar malos días y unir sociedades, definitivamente no puede ser intrascendente, me rehúso firmemente a afirmarlo. 

Tal vez lo anterior no significa absolutamente nada para muchos, o carece de importancia para otros, sin embargo, tengo la firme convicción de que muchos amamos esta fantasía, y no queremos ser despojados de ella. 

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