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EN EL HUECO

Un momento de impacto y de mucho cambio 

Un 9 de abril… 

Hay fechas de la historia que nos marcan a todos y de las que oímos por generaciones, hoy te cuento la historia del 9 de abril de mi familia. 

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Fuente: Archivo personal

Por: Valentina Ortega Prieto 

Siempre me ha gustado hablar con mi abuela, sin importar cuantas veces llegue a contarme la misma historia es como si en cada oportunidad ella la contara desde un punto de vista diferente y, de un momento a otro, si prestas la suficiente atención, te empieza a contar una historia que nunca habías oído. Es algo muy interesante, ya que se siente como si estuviera encontrando las piezas de un inmenso rompecabezas en el que no sé qué figura terminará formando.  

Justo por eso es por lo que creo que decidí hacer este trabajo sobre mi abuela, me daba esa oportunidad de sentarme a tomar un café con ella y oír una vez más todas esas historias de antes de mi existencia, metidas en ese mundo desconocido para mí. Algo que, sinceramente, me ayudó a pensar en algo a parte de la pandemia (al menos por un rato), lo cual, en estos tiempos tan inciertos, es siempre bienvenido. Empezamos hablando sobre sus padres, un hombre y una mujer que venían de pequeños pueblos. Juan María Arbeláez de Marinilla, Antioquia y Elena Jiménez (después Elena Jiménez de Arbeláez) de Aguadas, Caldas. Eran dos foráneos que llegaron a Ibagué por motivos muy diferentes. Uno buscando oportunidades laborales después de haberse graduado de abogado en Bogotá y la otra en busca de parientes cercanos después de la muerte de su madre. Estos se conocieron y decidieron empezar una vida y una familia juntos, la cual dio fruto a 6 hijos; 2 hijas (una que era la mayor y otra la menor, mi abuela) y 4 hijos varones. Nuestra historia se enfocará entonces en la última hija de esta pareja, Consuelo Arbeláez Jimenez (Después Consuelo Arbeláez de Prieto).  

La que algún día se convertiría en mi abuela, nació un 10 abril de 1936. Como era la más pequeña de su casa, cuenta cómo era la consentida y a la que su papá siempre le prestaba atención y hasta la recompensaba con una moneda de 5 centavos cada vez que adivinaba una canción en la radio. A su vez, ella se describe a sí misma como una niña muy alegre y privilegiada que contó con una familia que siempre estuvo allí para ella, pero también con un papá que la dejó muy pronto.  

Juan María Arbeláez, como lo describe mi abuela, era un abogado conservador que se la pasaba defendiendo casos por todo el Tolima; viajando en tren de un pueblo a otro y con un alto interés por la información y las noticias. Este decide fundar en 1937 el primer periódico conservador de la ciudad, “El Derecho”. Periódico que no estaba llamado a tener durante mucho tiempo y que al final le causaría una de las más grandes tragedias de su vida.  Desafortunadamente, Juan Maria era también una persona con algunos problemas de salud, sufría tanto del corazón como de los riñones y murió cuando mi abuela tenía apenas 13 años, el 29 de Julio de 1949. 

La historia de su muerte, mi abuela siempre la empieza un año antes, el día previo a su cumpleaños, el 9 de abril de 1948. Día en que ocurrieron los eventos del Bogotazo en el que mataron al político Liberal Jorge Eliecer Gaitán en la carrera 7tima en Santa Fe de Bogotá. Un evento que causó, al instante, un gran alboroto en aquella ciudad, pero, también, en todo el país. Al mismo tiempo, en Ibagué apenas se supo la noticia, ese mismo 9 de abril, se formó una gran turba de liberales liderada por Felipe Salazar Santos.  Sus miembros, sin saber claramente cómo potenciar sus sentimientos de rabia e ira se dirigieron a la oficina de mi bisabuelo, conocido Conservador de la zona, y la destruyeron por completo. Destruyeron desde las máquinas de escribir hasta los expedientes de los casos que en ese momento se estaban llevando a cabo y que había llevado en el pasado. Cuando terminaron, todavía con ánimos de seguir generando daños, comenzaron a dirigirse a la casa en donde se encontraba mi abuela con toda su familia, incluyendo a Juan María. El vecino, el cual era liberal, les ofreció irse para su casa para que de esta manera la turba no los terminara matando, pero, orgulloso como lo describe mi abuela, su padre no quiso irse de su propia casa, escapar no era una opción, ya que no había hecho nada malo.  

Afortunadamente, como un recordatorio de lo pequeña que era la ciudad y de que todos se conocían unos a otros y sabían quién hacía parte de cada familia, uno de los miembros de la turba, los detuvo a una cuadra de llegar a la casa de los Arbeláez. Este empezó a cuestionarlos sobre por qué iban a destruir la casa de la señora Elena (Mi tatarabuela, madre de mi abuela), la cual le había hecho tanto bien a la ciudad, habiendo fundado la casa de San Vicente de Paul para darles almuerzos a los pobres, casa que había ayudado a más de uno de los miembros de la turba. De repente, conscientes de a donde se estaban dirigiendo, la muy alterada turba se fue calmando y decidieron que con la oficina había sido más que suficiente, por lo que, la casa y todos sus integrantes se salvaron por poco. Sin embargo, los estragos de ese día se sentirían en los días por venir. 

Al día siguiente, cumpleaños número 12 de mi abuela, cuando su padre llegó a su oficina, se dio cuenta verdaderamente de la gravedad del daño que tenía a su alrededor, lo que había construido durante todos sus años de profesión había quedado en ruina y ahora debía empezar de cero. Recibió de sus amigos máquinas de escribir y toda la ayuda posible y así, poco a poco, comenzó a reconstruir lo destruido. Desafortunadamente, los eventos de ese día le pegaron muy duro y en palabras de mi abuela “nunca fue el mismo” y su salud de ese momento en adelante solo se deterioró hasta, finalmente, morir al año siguiente.  

Cuando le pregunté a mi abuela qué se acordaba de esa época me mencionó acordarse de su papá muy triste y postrado en una cama en sus últimos días, pidiéndole a los 4 hombres de la casa que la cuidaran a ella y a su mamá, ya que ahora ellos estarían a cargo de la casa y de su hermanita chiquita. De su mamá, se acuerda como desde la muerte de su esposo empezó a usar negro todos los días y solo mucho tiempo después, con el esfuerzo de todos sus hijos, empezó a usar gris, pero nunca más volvió a ponerse ropa de colores vivos, cargando la muerte de Juan María en el fondo de su corazón.  

Con su muerte, el periódico “El Derecho” no fue puesto a cargo de ninguno de sus hijos y cayó en manos de su asistente Floro Saavedra, el cual se lo encargó a su hija que, con el tiempo, se adueñó de él y terminó quitándole a Juan María el título de fundador por una discusión que tuvo con los Arbeláez. En últimas, el querido periódico desapareció con los años en manos de un tercero, y después de la muerte de su fundador nunca más estuvo a cargo de los Arbeláez.  

Los 4 hombres fueron para mi abuela casi como 4 papas; la criaron, la consintieron y la cuidaron hasta el día de sus muertes, tomándose muy en serio el encargo de su padre. De ellos mi abuela se acuerda con lujo de detalle, pero de su padre se acuerda por momentos o por “pantallazos” como dice ella.  

Como todas las historias de la vida real, esta me deja un sabor agridulce en la boca. Me recuerda, por un lado, lo increíble que es escuchar historias del pasado, pero, por otro lado, me obliga a ponerle nombre y apellido a la historia del país. Haciendo que esas épocas de violencia de las que oía en el colegio y con la que no me lograba relacionar, se vuelvan cercanas y, por ende, reales. Hacer un ejercicio como este me pareció importante al permitirme comprender que esas historias están compuestas por seres humanos, presentes en ese momento determinado, que tuvieron que vivir eso que nos cuentan. Entonces, ya no son historias lejanas, sino vidas que merecen ser descritas de la mejor forma posible, para que así esas personas, sus nombres y su papel en la historia del país no sean olvidados.  

En un día tan complicado como lo fue el 9 de abril de 1948 para mi abuela y su familia, se puede ver, claramente, las consecuencias dramáticas que pueden traer el odio y la pasión desenfrenada. Esa turba liberal, molesta con la muerte de su líder nunca se iba a imaginar cómo sus acciones afectarían en la vida de toda una familia, ni que comenzaría una época de tanta violencia y dolor para el país. No vieron como detrás de ese título de conservador no estaba el asesino de Gaitán, sino solo seres humanos, llenos de expectativas, esperanzas y deseos que cambiarían a partir de ese evento. Querían justicia, pero sólo causaron más violencia. 

Esta es una de muchas historias que ocurrieron un 9 de abril que pasaría a la historia. Tan solo espero que el contarla nos ayude a entender y ver a las personas más allá de sus partidos políticos y de sus religiones. Espero que ahora, en este contexto del tratado de paz, este relato nos ayude a ver lo fácil que es caer en la ola de violencia de nuestro país, pero lo imperioso que es hacer todo lo que se encuentre en nuestro poder por detenerla, ya que sus estragos son más grandes de lo que muchas veces somos capaces de ver en el momento. 

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