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ESPECIAL

El arte colombiano: una guerra entre la estética y el mensaje.

Somos más que Botero y Arango

La inmensidad del arte colombiano. Un mar diverso que es poco conocido y navegado que tiende a dejarnos un sentido de orgullo por Colombia. 
 

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Fuente: Unsplash

Por: Andrés Molina Castro

El autor peruano Rolando Arellano, en su libro “Somos más que siesta y fiesta”, pretende desmentir los mitos más característicos de América Latina. Para hacer el cuento corto, se tiene la noción de que los latinoamericanos somos un pueblo dedicado al descanso y a la diversión;, sin embargo, esto resulta ser una conclusión simplista sobre la región. Traigo este libro a colación no solo para acuñarme de su título, sino para adoptar su mismo objetivo, desmitificar una visión simplista sobre el arte colombiano.  

 

 Normalmente, cuando se habla de arte colombiano es frecuente escuchar nombres como Fernando Botero, artista internacionalmente reconocido por la proporcionalidad obesa de sus personajes; Débora Arango, una de las mayores exponentes del expresionismo colombiano (hoy en día, es ubicada por ser la señora que cálidamente nos sonríe en el billete de dos mil pesos); Luis Caballero, un (de pronto el más) gran exponente de la mística del cuerpo humano en Colombia, entre otros.  

 

Desde un punto de vista enteramente estético, las obras de este tipo de artistas son altamente efectivas, es decir, logran cautivar al ojo humano sin mayor dificultad, ignorando completamente el mensaje que la obra pretende transmitir. La apreciación de estas obras se centra en su belleza, estructura y la manera en que los elementos visuales interactúan entre sí. Precisamente, ese resulta ser el punto más cuestionable de este tipo de artistas rimbombantes, prefieren cautivar a sus espectadores por el glamour de sus obras y no brindar un mensaje determinado. Las personas dedicas al estudio del arte han saltado a conclusiones drásticas, a mi gusto apresuradas, denominando este tipo de arte como formalista. En otras palabras, el artista se concentra en los elementos formales como el color, la línea y la composición sin preocuparse por el contenido, significado o contexto.  

 

Del otro lado de la balanza, existen artistas que prefieren centrar sus obras en un mensaje determinado, en realidad, ponen este último aspecto en servidumbre del significado o el trasfondo pretendido. En otras palabras, el artista utiliza sus obras como un sistema de correspondencia encriptada, mediante esta envía un mensaje que debe ser recibido e interpretado por el espectador. Así las cosas, la efectividad de este tipo de obras no se establece por el appeal formal, sino, en realidad, por su capacidad de transmitir el mensaje enviado por el artista.  

 

Por su parte, también existen artistas colombianos en los que predomina el significado sobre la estética. Sin duda alguna, la exponente más clara es la escultora Doris Salcedo, últimamente conocida por su obra “Fragmentos”. No obstante, me gustaría traer a colación su instalación llamada “Noviembre 6 y 7”, la cual consistió en la suspensión de 280 sillas de madera en una esquina del Palacio de Justicia en 2002, esto con la intención de recordar las víctimas , que, según los reportes oficiales, fueron precisamente 280 personas, y como tal el atentado. Como se evidencia, Salcedo otorga una simbología específica a las sillas para transmitir un mensaje contundente al espectador, en este caso un leve ‘recorderis’ a un evento de la historia reciente de Colombia. En este punto, yo me pregunto: ¿culturalmente este tipo de obras no tiene un mayor valor que aquellas enfocadas enteramente en la estética? 

 

Al igual que Doris Salcedo, existen varios artistas colombianos que utilizan el arte como mecanismo de denuncia, en un país como el nuestro, en ciertos casos resulta más eficiente una obra de arte que un proceso judicial. Un claro ejemplo de esto es Oscar Muñoz, artista caucano que tiene la capacidad de moverse libremente en diferentes técnicas como la fotografía, el grabado, el dibujo y la instalación. Sus obras tienden a realizar un estudio que cuestiona el consumo de imágenes utilizadas por los medios de comunicación, siendo estos los generadores de la realidad política, una que interpreta la violencia y la guerra como algo cotidiano. Se los recomiendo, “Aliento”. 

 

Ahora bien, preferir entre uno u otro tipo de arte depende de cada uno. Personalmente, no me gusta encasillarme en ninguno, no se trata de una batalla campal ni mucho menos. En realidad, la cuestión está en encontrar un balance entre uno y otro. Determinar en qué momento se está ante una obra en la cual su eje es la forma y lograr disfrutarlo, concentrarse en las líneas, los colores usados, las marcas que deja el pincel al momento de tocar el lienzo, y en qué instante la obra de arte tiene un mensaje descifrado, el cual es tarea del espectador descifrarlo.  

 

En fin, quién soy yo para juzgar. 

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