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ESPECIAL

Entre Brueghel, Bajtin, y Barranquilla

Sobre el Carnaval 

¿Qué nos puede decir el carnaval medieval de nuestra época moderna? 

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Fuente: Pexels

Por: Karen Sofía Escobar León

Cuando se leen textos acerca de la edad media, los tres días posteriores al miércoles de ceniza pueden llegar a ser unos de los más curiosos de la historia de Europa, pues ese era el momento en que se llevaba a cabo el carnaval medieval. De hecho, en los eventos que se desarrollan bajo el tópico de mundo al revés, podemos ver como el espacio común se transforma, en las plazas aparecen las máscaras y todos los asistentes cambian de roles. Incluso, el regente del momento podía abandonar su corona y declarar otro rey cuyo mandato se mantuviese únicamente en el marco de la festividad. De esa forma, desde que se nombra un rey de carnaval hasta que finaliza el evento, los relatos que se presentan en su desarrollo inspiran personajes que representan vicios y virtudes. Entre ellos encontramos a Don carnal y Doña cuaresma, quienes se ven enfrentados en las pinturas de Brueghel; la dama estulticia de Erasmo de Rotterdam, cuyo discurso solemne invoca la irracionalidad del ser humano; y la misma muerte cuyo único interés parece ser el baile. De esa manera, el carnaval se convierte en la oportunidad perfecta para el desarrollo de aquellos conceptos que no responden a la lógica, y de la misma forma despierta aquellas historias que definen a la comunidad que lo vive. 

Así, el carnaval medieval como práctica social se extiende más allá de Europa y llega a America latina después de la conquista. En Colombia se hace presente en eventos como el carnaval de Barranquilla, donde además de la coronación del rey Momo, hijo del sueño y la noche, representante del exceso y el jolgorio, aparece Joselito, y con él, una nueva representación de la muerte. Así como en el siglo XIV la personificación de la muerte es uno de los personajes recurrentes en el carnaval, en Barranquilla además de ser un personaje, tiene todo un día dedicado a sus efectos. En los últimos momentos del carnaval, se reúnen miles de mujeres a desarrollar el papel de viudas de Joselito, vestidas completamente de luto y arrastrando consigo las lamentaciones. 

El llanto, la risa, el baile, e incluso la comida se juntan en un espacio que permite no solo contar los relatos sino también vivirlos sin tener que asumir el peso de la moralidad, podemos bailar con la vida, la muerte e incluso el mismo diablo, manteniendo la distancia suficiente para poder volver a lo cotidiano al terminar la celebración. Despertar después de un carnaval es el equivalente a despertar de un sueño, la única diferencia es que la ensoñación es compartida. El sueño del carnaval nos recuerda a todos aquellos sentimientos esenciales de lo humano, y aunque en algún punto debamos salir de el para volver a nuestra vida cotidiana, mantenemos en nuestra mente aquellas emociones que sentimos como parte de una comunidad.  

Los carnavales son parte vital del desarrollo, no solo de los grupos que crecieron con él, sino también para aquellos que descubrimos los sentires de quienes los componen. Por más que se estudie o se lea al respecto, es imposible conocer bien un vallenato, una salsa, ni siquiera un currulao hasta que no se vive; Las demostraciones artísticas se ven afectadas no solo por su interprete sino también por aquel público que las rodea y así mismo guardan una historia. En ese sentido el carnaval más allá de un festejo es una memoria, que conecta más allá de lo que podrían hacer las palabras de un libro de historia. En Colombia hay más de 15 tipos de carnavales, cada uno con un relato diferente que contar, y, aun así, todos tienen la misma capacidad de conectarnos con otros. 

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