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PERFIL

Homenaje a Sergio Muñoz Laverde

Un gran ser humano

Además de riguroso profesor y conspicuo jurista, Sergio Muñoz Laverde es un reconocido jinete cuya vida demuestra la satisfacción que produce amar lo que se hace, bien sea practicar un deporte, dictar clase, litigar o administrar justicia.

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Por: Andrés Díaz Grillo

El 1 de noviembre de 1958, en la ciudad de Bogotá, nació Sergio Muñoz Laverde. Fue el segundo hijo del matrimonio del general Eduardo Muñoz Rivas e Isabel Laverde Esguerra. Gracias a que su padre fue agregado militar naval y aeronáutico de la embajada de Colombia en Argentina, así como comandante de la Segunda Brigada, parte de su infancia transcurrió en Buenos Aires y otro tanto en Barranquilla. Sus estudios, tanto de primaria como de secundaria, los adelantó en el Liceo de Cervantes.

 

Con sinceridad, Muñoz confiesa que su decisión de estudiar derecho fue intuitiva, que algo tuvo que ver la Divina Providencia. Cuenta que, sin tener claras las razones por las cuales quería dedicarse a las ciencias jurídicas, se presentó en dos universidades. Aplicó a la Nacional con el único propósito de asumir un reto personal: probar que estaba en la capacidad de aprobar el difícil examen de admisión de tal institución. Para tranquilidad suya, pero sobre todo de su padre, fue admitido. Su otra opción fue nuestra universidad, cuya facultad de derecho, como se sabe, era conducida por el insigne padre Gabriel Giraldo, figura nacional, de quien alguien cercano a su familia le había hablado. Afirma, con seguridad, que no se ha arrepentido ni un segundo de haber elegido nuestra casa de estudios, ello fue para él, sin duda, lo mejor que le pudo pasar.

 

Fue Roberto Suárez Franco, su profesor no sólo de derecho de familia y sucesiones sino también de un seminario de derecho privado que se dictaba en el tercer año de la carrera, cuyo propósito era aunar lo aprendido en la clase de personas con la teoría de las obligaciones, quien descubrió su talento. Además, fue Suárez quien, siendo director de la oficina jurídica de la universidad, lo nombró como su asistente. Fue así como Muñoz empezó a trabajar por las tardes con quien él considera como uno de sus grandes maestros, una figura fundamental en su vida, tanto en lo profesional, como en lo académico y lo personal.  

 

Destaca, con temor a excluir nombres, a sus profesores: de teoría del acto jurídico,  Fernando Cancino Restrepo; de derecho penal general,  Bernardo Gaitán Mahecha; de filosofía del derecho, Julio César Carrillo; de introducción al derecho, Rodrigo Noguera Laborde; de derecho romano I,  José Manuel Fonseca; de derecho romano II,  Carlos Darío Barrera y de obligaciones, Jorge Cubides Camacho.

 

Aunque guarda entrañables recuerdos de su paso por la facultad como estudiante, destaca lo sucedido el último día de clases. Corría el mes de octubre de 1980, se encontraba junto con sus compañeros en frente del Hospital San Ignacio, en lo que entonces era la playita de derecho. Como suele ocurrir en esa jornada, el ambiente estaba cargado de emotividad y nostalgia. De pronto, uno de sus compañeros, Víctor Bravo, quien trabajaba en la Secretaría de la facultad, lo buscó para decirle que el padre Giraldo lo necesitaba inmediatamente en su oficina. Una vez superada la sorpresa, se dirigió con prontitud al despacho del ínclito religioso, que quedaba en el segundo piso del edificio central. Con emoción, recuerda que el padre le dijo que empezara a preparar temas de derecho privado, de derecho de personas, porque a partir del año entrante, es decir, de 1981, iba a ser profesor auxiliar del doctor León Posse Arboleda en personas, e iba a tener un seminario, en segundo año, sobre el mismo tema.  Este fue, desde luego, uno de los momentos más significativos de Muñoz, que por aquel entonces contaba con apenas veintiún años de edad.

 

Curiosamente, su tesis no fue sobre derecho privado. Como en ese momento trabajaba en la universidad, y debido a que en 1980 se había producido una reforma al régimen de la educación superior en Colombia de gran trascendencia, Muñoz decidió estudiar el aspecto legal de la instrucción universitaria. Su tesis, titulada “Bases Jurídicas para una contrarreforma del régimen de la educación superior del sector privado en Colombia” fue dirigida por su ilustre maestro, el doctor Suárez Franco, por ese entonces Magistrado del Consejo de Estado, quien, vale anotar, fue además el prologuista de la obra.

 

Una vez graduado, no solo reafirmó su vocación como docente universitario, al continuar dictando el seminario de derecho civil que se le había encargado desde 1981, sino que comenzó a dar su clase de contratos. Ello, a la vez que fue nombrado Director de la Oficina Jurídica de la universidad. En 1986, gracias a que el doctor Juan Carlos Esguerra, en su calidad de miembro de la Junta Directiva del recién oficializado Banco de los Trabajadores, sugirió su nombre para ocupar el cargo de Secretario General y Vicepresidente Jurídico de tal entidad, Muñoz inició su experiencia en el sector financiero. Pasados dos años muy difíciles, el doctor Álvaro Dávila Ladrón de Guevara lo llamó para que fuera el Vicepresidente Jurídico de la Fundación Social, cargo que ocupó hasta 1997.

 

Paralelo a este ejercicio profesional, continuó dictando su clase de contratos en pregrado y de contratos mercantiles en la especialización de la facultad. Fue justamente en las aulas de clase, en el año 1994, donde tuvo como alumna a su hoy esposa, la abogada javeriana María Fernanda Alarcón Salvat, con quien tiene dos hijas, Sofía, de trece años y Camila, de diez. Ahora bien, no hay que olvidar su participación como docente en otras facultades como las de las universidades del Norte, la de Caldas, la Sergio Arboleda y la de la Sabana. Precisamente en esta última, durante un breve lapso en el que se vio obligado a retirarse de nuestra casa de estudios, conoció a su actual socia, la doctora María Isabel Osorio, una destacada alumna de su curso de obligaciones.

 

Hoy por hoy, además de ejercer como profesional independiente, Muñoz es Conjuez de la Sección Tercera del Consejo Estado y árbitro de la Cámara de Comercio de Bogotá. Sobre su experiencia como Conjuez, destaca la inmensa responsabilidad que recae sobre quien tiene la sublime labor de administrar justicia y sostiene que, aun cuando tal tarea es muy delicada, también resulta tremendamente interesante y de un impacto social increíble.  Por otra parte, señala que el hecho de que en algunos casos su rol sea el de abogado de parte y en otros el de árbitro, le brinda la extraordinaria posibilidad de complementar las dos visiones.

 

Agotado el mundo jurídico en el que se desenvuelve este reconocido profesor de obligaciones, no queda otro camino que ahondar en su ADN. Es entonces cuando salta a la vista su pasión por los caballos, por el universo ecuestre en el que lo inició su padre. Ciertamente, es el amor por estos animales lo que hace que casi todos los días (de martes a domingo), a las seis de la mañana en punto, Muñoz monte, en el Centro Ecuestre La Lomita, a Alaska, un caballo alemán, de raza Holsteiner con el que ha ganado varias competencias y con el que se está preparando para participar en los Juegos Bolivarianos que se llevarán a cabo en noviembre en Lima. Ahora bien, antes de Alaska estuvo Arcano, un caballo, de origen mitad alemán y mitad francés, comprado hace cerca de catorce años. Con él fue campeón nacional en los cuatro niveles posibles y ganó varias veces la competencia FEI WORLD DRESSAGE CHALLENGE. Aun cuando este caballo sigue siendo suyo, desde que sufrió una lesión es Juan Carlos Uribe, su amigo y el profesor de equitación de sus hijas, quien lo monta. Su más reciente adquisición es Dark Dancer, caballo Hannoveriano que, al momento de escribir estas líneas, aún no había llegado a Colombia.

 

Con entusiasmo, nuestro admirado maestro señala que lo mejor del adiestramiento, que es uno de los deportes más difíciles que hay, es la desconexión que se produce con la cotidianidad.  Al montar “(…) no hay pleitos, no hay problemas, no hay universidad, no hay términos que se vencen, no hay nada (…)”. Destaca que el hecho de que este deporte sea con un ser vivo lo hace único, pues el lazo que se crea con el caballo no lo puede llegar a tener, por ejemplo, un tenista con su raqueta, por más de que ésta le guste. Por último, aunque reconoce que su esposa no monta, pues tuvo un accidente serio cuando era niña, afirma que el mundo familiar gira en gran medida en torno a la equitación y cuenta que sus hijas montan, e incluso Sofía, la mayor, ya lo hace algunas tardes entre semana.

 

Su familia, los caballos y el derecho, es decir, la enseñanza y el ejercicio profesional  constituyen, sin duda, los ejes fundamentales de su vida. Eso sí, disfruta mucho de los huevos benedictinos de Perkins (la cadena de restaurantes estadounidenses), de la posta con arroz con coco y plátanos pícaros (con Kola Román) que hace su suegra barranquillera Carmen Salvat, de libros como “La regla moral en las obligaciones civiles” de Georges Ripert o “El alma de la toga” de Ángel Ossorio, y de la película The sound of music, conocida en español como La Novicia Rebelde.

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