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PERFIL

Perfil sobre un polifacético y excelente abogado

Ricardo Vélez: abogado, marino, profesor y controlador aéreo 

En esta edición el profesor de Responsabilidad Civil I, el doctor Ricardo Vélez Ochoa, nos comparte un poco sobre su vida y sus interesantes experiencias. 

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Por: Daniel Barrios y Juan David Romero

Por cuestiones profesionales de su padre, Ricardo Vélez Ochoa nació en Houston, Texas, pero desde que era pequeño se trasladaron Bogotá. De padre barranquillero y madre de Medellín, formaron una familia que considera muy bogotana. 

 

Agradece que en su casa siempre haya reinado una rutina estricta de estudio, disciplina y preparación. Por este motivo siempre fue un buen estudiante en el colegio Gimnasio Campestre, al que recuerda con cariño. El colegio fue para él una experiencia muy agradable y le gustaba el sentido de pertenencia que ahí se construía, pero nos confesó que lo único que nunca le gustó es que no fuera mixto. 

 

Admira a su padre, que es médico neurocirujano, y desde niño tuvo una relación muy especial con él. Lo acompañaba a la clínica los fines de semana, se ponía el vestido de cirugía y lo dejaban entrar a la sala. Ahí se convirtió en un gran jugador del deporte de los médicos: ping-pong. Ya que no podía acompañarlo las 14 horas que podía durar la cirugía, salía a jugar con los demás médicos. Conocía y compartía con los residentes y entendía el lenguaje y los términos que usaban. 

 

Por esta cercanía con el mundo de la medicina, aquellos que lo rodeaban pensaron que iba a terminar siendo médico. Sin embargo, en contra de todos los pronósticos, terminó estudiando derecho. Ante la pregunta de por qué decidió estudiar algo tan diferente, nos dijo que en el momento no sabía que le gustaba el derecho, pero sí sabía que era fuerte en las humanidades y que le gustaba la argumentación. Lo que le ayudó a convencerse de que quería ser abogado fue la influencia que tuvo en él The Paper Chase, una serie de televisión sobre un grupo de estudiantes de derecho de Harvard. Nos contó que le fascinó la vida que llevaban, las trasnochadas estudiando, los temas de precedentes y de argumentación, la relación con los profesores, etc. 

 

Escogió la Javeriana porque tanto en ese momento, como ahora, considera que la Facultad de Derecho de la Javeriana es la mejor facultad de derecho del país. Tanto así que no se presentó en ninguna otra, era su única opción. Estudió durante la época del padre Giraldo, la que califica como una muy importante y especial para la Facultad. Cada vez que algún aspirante a estudiar derecho le pregunta por su opinión, recomienda la Javeriana, pues si bien tiene la mejor opinión de los Andes, el Rosario y el Externado, es firme en su convicción de que nuestra facultad es la mejor. 

 

Como estudiante empezó a trabajar desde muy temprano. Fue un buen alumno en la clase del Dr. Barrera y, finalizando el primer año, lo contrató para la oficina que hasta hace poco tenía con el Dr. Esguerra. Era dependiente judicial, mejor conocido como patinador. 

 

Recuerda que entre 30 o 40 estudiantes patinadores, crearon un grupo que se llamaba Sintrapatín, el sindicato de los patinadores. En ese grupo se ayudaban mutuamente para no dejar vencer términos, presentar recursos e incluso los que tenían más experiencia abogaban por los que tenían menos ante los secretarios de los despachos cuando no querían entregar los expedientes. Después de terminar las jornadas tomaban brandy y conversaban al lado de los juzgados. Hoy se encuentra con muchos de ellos en la práctica profesional y dice sentir con ellos una conexión similar a aquella que siente con los viejos amigos del colegio o de barrio. 

 

Sobre esta experiencia dice que “trabajar y estudiar al mismo tiempo no es fácil. Perdí muchas experiencias universitarias, pero a su vez aprendí mucho. Eran unas por otras”. 

 

Después de trabajar en un par de empresas, en el área de litigio de varias firmas importantes de Bogotá y hacer la especialización de seguros de la Javeriana, se fue a estudiar la maestría en derecho y negocios marítimos de la Universidad de Comillas en Madrid. Esta ofrecía una práctica en el mar, que consistía en un par de semanas para que los estudiantes tuvieran una experiencia marítima. Muchos de sus compañeros escogieron hacer las prácticas en cruceros, pero él prefirió embarcarse en un buque petrolero de la compañía española Repsol. 

 

Tuvo una relación muy agradable con la tripulación, con los oficiales y con el capitán. Por esto, cuando ya estaba finalizando la práctica, el capitán le propuso que le diera clases de derecho marítimo a la tripulación y a cambio ellos lo convertirían en marino. Aceptó pensando que iba a ser solo un par de meses, pero terminó siendo un año y medio. Sus jornadas eran las de un tripulante común. Ahí aprendió la parte técnica del transporte marítimo y cosas como qué hacer frente a una tempestad, qué pasa verdaderamente cuando se cae una carga y, en general, cómo se navega un buque. Nos contó que “la vida del marino es una vida de soledad y de reflexión. El diálogo y las historias se vuelven la esencia de las noches. El nivel intelectual es muy interesante, es gente preparada que lee mucho”. 

 

Sobre su estadía en el buque recuerda con impacto una tormenta que tuvieron en el Mar del Norte, en Noruega. “En términos marítimos se habla de vientos fuerza 6 o fuerza 7, que es una tempestad. Por primera vez, no obstante varias que tuvimos, vi al capitán, que es una persona que siempre debe transmitir tranquilidad, nervioso y titubeando frente a algunas decisiones que tenía que tomar. Fue una noche infernal, fue la tormenta perfecta”. 

 

Con humor, comenta que en Colombia el tema se volvió algo así como una  leyenda. Sus amigos y conocidos decían que Vélez se volvió un marino y que lo perdieron. Su familia se llegó a preocupar mucho. “Esos petroleros duran mucho tiempo sin tocar puerto por razones de seguridad. Podíamos estar dos o tres meses sin tocar tierra, por ende había poco contacto con la familia”. Sin embargo, siempre supo que era un tema temporal. 

 

Luego trabajó en varias firmas en Inglaterra dedicadas al transporte marítimo y a los seguros, que era lo que más sabía. Allá una firma puede llegar a tener mil abogados, entonces es muy difícil que lleguen a ver a un colombiano joven. Por eso el Dr. Vélez decidió utilizar el deporte que aprendió desde niño para sobresalir y que lo tuvieran en cuenta. Él veía que en la mañana muchos de los miembros de la firma llegaban con sus raquetas y salían al medio día o en las noches rápidamente a jugar. Tras mucho análisis, montó su estrategia. “No jugaba, pero durante un mes entraba y salía de la oficina con mi ropa y raqueta de tenis, hasta que un día se dieron cuenta y me invitaron a jugar. Mis compañeros de oficina sabían la historia y se morían de la risa”. Jugando tenis empezó a socializar con todos, sobre todo con  los seniors y abogados de otras firmas, por lo que tuvo más oportunidades y pudo trabajar en otras oficinas. De esta experiencia nos quiere dejar como mensaje a los estudiantes que el deporte abre puertas en el mundo profesional. Todavía juega tenis tres o cuatro veces a la semana. 

 

Regresó a Colombia para cumplir su sueño de montar su oficina y dictar clases. Actualmente su firma cuenta con 17 abogados, de los cuales 16 son javerianos.  Todos han sido alumnos de él y varios son actualmente profesores de la Facultad, entre los que se encuentran él y su socio Armando Gutiérrez. Se encargan solo al litigio y no han querido competir con las firmas que tienen todas las áreas. 

 

Sobre la práctica de la abogacía en Colombia, nos compartió la anécdota sobre la vez que se volvió controlador aéreo. Por un accidente que tuvo un avión de American Airlines llegando a Cali, los abogados que llevaban el proceso en Estados Unidos tenían que practicarle un interrogatorio al controlador aéreo del aeropuerto de Cali. Necesitaban a un abogado en Colombia que tuviera un buen manejo del inglés y que le gustara interrogar, y por cosas de la vida llegaron a él. Para sentirse cómodo y poder practicar bien el interrogatorio, puso como condición que lo volvieran controlador aéreo. American Airlines aceptó y lo envió a Atlanta a que lo entrenaran en unos cursos de 14 horas diarias durante tres semanas. A la hora de practicar el interrogatorio entendía el lenguaje técnico y el interrogatorio fue exitoso. 

 

Por último le quiso enviar un consejo a los estudiantes de derecho: “El buen abogado es el que tiene un conjunto de cosas: disciplina de estudio y sentido común, criterio jurídico. Hay que buscar la excelencia y una formación integral. Ser ambicioso y perseverante, pero sobre todo un buen ciudadano y un buen ser humano”. 

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