CONSTRUCTIVAS
Los problemas del derecho del adoptado a conocer sus orígenes y cómo aun así puede determinar su identidad
Puede un adoptado responder a la pregunta de ¿quién soy?
Todos los adoptados tenemos el derecho a conocer nuestro origen, sin embargo, por diversas razones es posible que algunos no logremos conocerlo, pero ello no significa que no podamos responder a la pregunta de: ¿quién eres? Porque al final, el único que decide cómo contestar a tal interrogante eres tú.
Fuente: Archivo personal Fundación Pisingos

Por: Pablo Galindo Lema
Todos en algún momento de la vida nos hemos preguntado ¿quién soy?, y pareciese que para responder esa pregunta necesariamente habría que responder otra de igual magnitud, ¿de dónde vengo? Ahora bien, los adoptados encontramos especial dificultad para solucionar tales interrogantes: pues la historia de una persona adoptada no empieza desde que es acogida en su nueva familia; nuestra vida es como un rompecabezas al que le faltan algunas piezas, puesto que algunas de ellas han quedado extraviadas con el pasar del tiempo. De esa manera, para el adoptado el conocer a su familia biológica es una necesidad apenas humana. Ya muy sabiamente Aristóteles dijo alguna vez que “todos los hombres por naturaleza desean saber”, ¿saber qué?, las causas de las cosas, y que causa más importante que la de uno mismo. La cuestión allí es que, en un país como Colombia, parece ser la excepción el que un adoptado conozca sus raíces.
El Código de la Infancia y Adolescencia (Ley 1098 de 2006) establece que “todo adoptado tiene derecho a conocer su origen y el carácter de su vínculo familiar”. No cabe duda de que se trata entonces de un derecho fundamental. En virtud de lo anterior, el ordenamiento jurídico colombiano ha facultado al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) para realizar la búsqueda de la familia biológica del adoptado a solicitud de este. El texto de la norma, cómo no, es digno de enmarcar, pero muchas veces en la práctica solo sirve para eso, para “enmarcar”. Tal ineficacia responde a dos grandes razones, a la imposibilidad material de encontrar a la familia biológica del adoptado, así como a la falta de voluntad del ICBF, en algunos casos. La primera de ellas es completamente entendible; en muchas ocasiones la madre, por el motivo que sea, se ve obligada a abandonar a su hijo o hija sin dejar información alguna, y ante tal situación, evidentemente es imposible seguirle el rastro por lo que las posibilidades de lograrla encontrar son materialmente nulas. En tal evento, al ICBF no le queda más que comunicarle al adoptado que no será posible que conozca a su familia biológica, pues “a nadie se le puede obligar a lo imposible”. Sin embargo, es el segundo motivo el realmente preocupante, no porque el abandono del menor de edad no lo sea, sino porque es el Estado quien está vulnerando nuestros derechos, o al menos, a acceder a ellos.
En ocasión a lo anterior, recientemente tuve la oportunidad de entrevistar a la ex directora del ICBF, Elvira Forero, respecto al tema de la adopción en Colombia, pero especialmente sobre el alcance del derecho que tienen los adoptados a conocer su origen. En un punto de la entrevista, ella expresó que el ICBF, como buena entidad pública, es ineficiente, lo cual podría entenderse por la cantidad de solicitudes y trámites que deben responder. Sin embargo, aquello que de ninguna manera yo puedo perdonar es la falta de voluntad, pues en sus palabras, “Las entidades son indolentes [sic] y no ven que detrás de una solicitud de estas hay toda una necesidad, carga emocional, interés de vida”. Y es que no se trata de una simple solicitud, de un mero derecho de petición al que ha de dársele respuesta en el término correspondiente (que, cabe resaltar, me consta que tampoco lo hacen), sino más bien se trata del ejercicio de un derecho fundamental del adoptado encaminado en últimas, a descifrar aquello que lo define; su identidad. Hablando desde la experiencia, me ha sorprendido que muchas entidades públicas se rigen por la “ley del menor esfuerzo”, pero me sorprende aún más que incluso en estos casos, dónde los derechos de las personas están en juego, la demora y las trabas administrativas sean algo de todos los días.
Dejando atrás los problemas jurídicos y prácticos que para un adoptado implica el conocimiento de sus orígenes, volvamos a la cuestión que me motivó en escribir este artículo, ¿puede un adoptado responder a la pregunta sobre quién es él, aunque no logre conocer sus orígenes? La respuesta es un rotundo sí.
El pasado de una persona importa, de ello no cabe duda, pero no la define. Me han preguntado mis amigos si me gustaría conocer a mi mamá y a mi papá, a lo que les respondo que ya los conozco, pues madre no es quien te engendra y padre no es quién fecunda el óvulo; padres son quienes te dan amor, son quienes te han criado, te han regañado, te han apoyado, acompañado y en últimas, padres son aquellos que tu sientas que lo son, porque así te han tratado. De esa manera, el sentido de tu vida, quién eres, quién es tu familia y para dónde vas, únicamente lo decides tú y nadie más. En ese sentido, Jean-Paul Sartre afirma que “les corresponde a ustedes darle un sentido «a la vida», y el valor no es otra cosa que ese sentido que ustedes eligen”. Así pues, ¿quién soy yo?, yo soy Pablo Galindo, con sus virtudes y defectos, con sus logros y desaciertos, y a pesar de no saber de dónde vengo, más importante aún, sí sé para dónde voy.
De todo lo anterior, si el o la lectora se tuviera que quedar con algo de este artículo, que sean dos cosas. La primera, que vale la pena luchar por los derechos de las personas, que por más difícil que ello resulte, ante una causa tan noble como esa no hay impedimento tan grande por el que valga la pena desistir esa lucha. En mi caso, serán los derechos de los niños y niñas adoptados; en tú caso, eso lo decides tú. Lo segundo va dirigido especialmente a aquellos que han sido adoptados, y es que tú eres quien quieras ser y llegarás lo lejos que quieras llegar. Si bien por naturaleza queremos conocer de dónde venimos, si acaso eso no es posible, ello no implica que no puedas definir tu identidad, ya que, y repito, el único que define quién eres, eres tú.