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OPINIÓN

2020-II

PRO-VIDA HASTA LA MÉDULA

Por: Juan José Cataño

Seguro la vieron venir, espero no decepcionar a nadie. A veces lo apropiado es salir a la luz como lo que unos es: un miserable pro-vida. Pero no solo lo soy, creo que puedo plantear un caso bastante contundente para quienes me acompañan en esa creencia, voy a intentarlo. ¿Por qué decirse pro-vida? Porque tiene sentido, porque los números nos dan una idea bastante interesante de lo que implica el aborto para una sociedad. El aborto no es, como dicen muchos, un asunto de poca monta, otro derecho aprobable a pupitrazo. No es sencillamente otro paso en el camino de hacer real la libertad que reclaman las mujeres con respecto a la disposición de su cuerpo. No, el aborto tiene efectos en la sociedad que trascienden la esfera individual, es cosa seria.

En 1973 la Corte Suprema de los Estados Unidos falló en favor de Norma McCorvey, una mujer embarazada cuya intención de abortar estaba truncada por leyes estales que requerían, para poder darle luz verde, que ella estuviese en riesgo de muerte. Fueron siete los magistrados que consideraron que las leyes del Estado de Texas con respecto al aborto eran inconstitucionales, que las mujeres debían gozar de la libertad para llevar a cabo un aborto si así lo decidiesen en debido tiempo o con la justificación apropiada. Lo anterior dejó sin piso leyes y más leyes sobre aborto y, como consecuencia obvia, abrió la puerta para reglamentar nuevamente y permitir la práctica de estas interrupciones voluntarias del embarazo en el país.

Para esa época, los EEUU experimentaban niveles bastante altos de criminalidad y, a todo pronóstico, plomo es lo que había y lo que venía. Los ochenta fueron la prueba viva. Llegados los 90, sin embargo, se dio el colapso inexplicable de las estadísticas de crimen. Pero miento, explicaciones no faltaron: el aumento en encarcelaciones, el mayor pie de fuerza, el menor consumo de crack, la buena economía del momento, en fin, las hubo a diestra y siniestra. A Steven Levitt y John Donohue, dos economistas de Harvard, se les ocurrió plantear otra posibilidad: quizá el descenso en los niveles de criminalidad podía explicarse significantemente desde el no-nacimiento de niños indeseados.

¿Cómo así? Si los niños solo vienen al mundo a ser felices e inocentes. Pues resulta, de acuerdo a lo planteado, que posiblemente los niños indeseados están condenados a vivir en condiciones más precarias, en hogares donde no se les quiere, en la mayor susceptibilidad a caer en lo ilícito. No son, pues, niños tan felices e inocentes. Al examinar los datos, los autores no solo evidenciaron una clara incidencia del número de abortos en la disminución de los niveles generales de criminalidad (que incluye robo y asesinato, entre otros) sino que también un nivel de significancia mucho mayor con relación a las otras variables con las que se había intentado explicar el milagro noventero.

Para sorpresa de nadie, ese pape de 2001 toco varias fibras. Como era de esperarse, de varios frentes vinieron las criticas metodológicas. Se les recriminó, por ejemplo, que hubiesen prescindido de otras variables como la densidad poblacional o los cambios demográficos. Levitt y Donohue, por su lado, se sentaron y esperaron. Su predicción fue que en las dos décadas siguientes esa tendencia continuaría, reflejándose en 1 punto porcentual por año. Llegado 2019, los muchachos Harvardianos se sentaron de nuevo a mirar los datos y llegaron a unas cuantas conclusiones.

Los niveles de crimen bajaron antes y en mayor magnitud para los estados que hicieron la legalización efectiva más rápido ; el crimen bajo más en los estados con mayores grados de aborto que en los que no ; el aborto efectivamente es altamente significante al momento de explicar dichas reducciones en los niveles de crimen e, incluso con precisiones metodológicas y teniendo en cuenta otras variables, su hipótesis se mantiene: las "bendiciones" y la criminalidad son como uña y carne. Figuró levantar el tapete y sacar el doloroso hecho de que hay vidas miserables cuya mejoría escapa la simple voluntad. No, trabajar más duro – se tu propio jefe – rezar – tres veces al día - y tener mentalidad positiva – de tiburón, obvio – frecuentemente no son suficiente. El asunto es que, para dolor de más de un trapo azul, el decirse pro-vida es de entrada un absurdo y de salida una característica más propia de quienes defendemos la legalidad del aborto.

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