QUERELLANDO
El antes y el después de nuestra comunicación
La importancia de la palabra escrita
La nostalgia de perder la intimidad y cercanía que transmitían las cartas
Fuente: Pexels.com
Por: Pedro José Villa López
¿Cuántos mensajes escribimos al año? Para responder, primero procuraremos precisar el medio a través del cual escribimos cada uno de esos mensajes. En el mundo de hoy, escribimos utilizando las afamadas redes sociales; todas y cada una nos permiten enviar y recibir mensajes de diferente naturaleza: conversaciones, reacciones de historias y momentos, correos de trabajo, de estudio, de negocios, mensajes de texto tradicionales… y, en fin, cualquier producto que escribamos en nuestro día a día estará ligado a la profesión que ejercemos o al negocio que gerenciemos. Sin embargo, ¿cuál es la importancia de esta palabra escrita, en un mundo donde podemos entregar nuestros pensamientos escritos de manera inmediata?
Tengamos en consideración que es vital pensar en el significado de algo tan sencillo y práctico como una carta. Las cartas tuvieron muchísimo sentido y significado en otras épocas. Más allá de comunicar lo convencional, ante la ausencia de cualquier comunicación verbal o telefónica (cuando llegó el teléfono y antes de este el telégrafo), la carta transmitía una certeza: la presencia del remitente. Pues este se sentó a pensar y a escribir, luego a corregir, para luego caminar, pagar unos centavos, y enviar su palabra escrita. Es aquí, en estos actos sucesivos, donde radica el valor de la escritura consciente e intencionada.
La manera como nos expresamos puede variar, pero en el momento en el que somos conscientes de cada acto encaminado al envío de la carta, en el conocimiento de que la otra persona no tiene la posibilidad de contestar inmediatamente –y es más, podría simplemente no contestar–encontramos la fuerza de la palabra escrita: se pone en servicio del amor hacia esa persona, de la responsabilidad ante nuestros superiores, de la precisión para la tranquilidad de nuestras familias…y la lista sigue. La palabra escrita era simplemente todo lo que teníamos cuando queríamos hacernos presentes, y valía mucho más, porque sencillamente no cualquiera podría acercarse enviarnos sus pensamientos y palabras escritas. Era, entonces, ¡un verdadero acto íntimo y cercano! (Omitiendo lo profesional, las facturas y estas cosas que no han desaparecido).
¿Cómo nos comunicábamos entonces? (Es obvio, o tal vez no tanto). Seguramente hace unos setenta años, una llamada telefónica, una carta, o bueno, un telegrama tal vez, habrían logrado su cometido. Pero hoy, la privacidad, la distancia, el valor de la cercanía, desaparece casi por completo con la presencia de WhatsApp, iMessage, y todas las aplicaciones de mensajería instantánea. La comunicación y el contacto con el otro implica necesariamente la aparición del otro en una de estas redes sociales, antes o después de conocernos. A muchos efectos, esto simplemente elimina cualquier tipo de distancia y casi también todo valor en lo que escribimos, pues los canales siempre están abiertos y son muchos.
No pretendo satanizar la forma como nos comunicamos hoy en día, ni ubicar estas herramientas en una esquina oscura, pues, en efecto, nos han permitido avanzar y facilitar muchísimas situaciones que otrora hubiesen requerido de largos períodos de tiempo, complicando o
demorando cualquier posible solución. No obstante, ¿cómo podemos rescatar el valor de lo que escribimos? ¿Deberíamos escribir cartas, entonces? ¿O columnas? ¿Reseñas? ¿Un libro quizás?
Hace algunas semanas me encontré enfrentado a una realidad: distancia, así sin más. En ese momento y mientras he estado escribiendo esta columna, pensé un sinfín de cosas sobre todo lo que se pudo escribir y no se escribió, pero sobre todo lo que se podría escribir ante la imposibilidad de acortar esa distancia. Al principio, pensé: “un correo electrónico”, “esa es la mejor forma de escribir cartas en un día como hoy, donde es imprescindible utilizar un computador y un teclado”. Por esta razón, decidí rescatar el valor de la palabra escrita.
Y bueno, ¿cuántos correos no recibimos al año? Miles de correos de personas, de extraños, completos desconocidos que buscan llamar nuestra atención, nada más; y, claro está, hay que contar los de los estudios y universidades, programas o el trabajo mismo. En efecto todos estos nos interesan, pero nunca los contestamos todos. Decía hace un momento que uno de los elementos de la carta, la posibilidad de no recibir respuesta, carga de importancia lo que escribimos. Y sí, eso es precisamente lo que WhatsApp le robó a las cartas, lo que creo que un correo, un mensaje escrito o una carta “electrónica” puede rescatar, pero, sobre todo, respetar, en un escenario donde la distancia es la regla.
¿Correos o cartas escritas? Creo que luego de toda esta corta historia, de algo que, en efecto, no tiene ninguna importancia material en otros asuntos mucho más importantes de la vida (o tal vez sí), puedo proponer una resolución al conflicto de la mensajería instantánea, los correos y las cartas: utilicemos los mensajes instantáneos en nuestra vida cotidiana, mantengámonos en contacto. Pero escribamos. Escribamos de verdad, aunque tal vez no a todo el mundo. Dediquémosles a esas pocas personas que llenan de significado los momentos de triunfo y alegría que llegan en la vida, al igual que nos acompañan en los momentos difíciles, tristes, blues y no menos espectaculares, unas cuantas palabras escritas, que no necesitan tener respuesta alguna, que no son enviadas más que con el interés de quedar escritas para esa persona en absoluta libertad.
El correo por otra parte puede verse o sonar extraño. Sin embargo, si la fuerza de nuestras palabras, sentimientos, pensamientos, y el mismo mensaje, estarán allí organizados, distribuidos y disparados, ¿por qué no? A veces olvidamos que lo más importante de la carta es el mensaje, no el papel que escogimos para enviarla, ni el color de su tinta.
¿Y si la distancia es la regla? Tal vez, ese correo o esa carta escrita, pueda hacer la diferencia, pues al final del día, ese significant other o tendre moitié, o ese amigo, ese amor perdido o presente, padre, madre, hermano, cercano, tenga la certeza o la sorpresa, de que escribimos algo fuera lo habitual, fuera de lo sencillo, de lo fácil. Escribamos algo que valga la pena recordar, y que nunca podamos rectificar, pero que ello precisamente nos dé dicha que así sea. No dejemos de expresarnos con el lápiz y el papel, el teclado o la pantalla, hasta la máquina de escribir, pues tal vez algún día esos mensajes puedan revivir y motivar los ojos y el corazón de la persona que lo recibió, o nos llevemos la sorpresa de despertar una respuesta inesperada, así solo sea esa una remota posibilidad.