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CONSTRUCTIVAS

¿Qué hay detrás de un adolescente en un centro de reclusión?

LOS DELITOS TIENEN NOMBRE
Y APELLIDO

Este artículo se compone de pequeñas escenas, diálogos, descripciones y testimonios de dos centros de reclusión de menores de edad en Bogotá. También acudí a la psicóloga clínica Mónica Duarte, quien trabajó en la Cárcel de Mujeres El Buen Pastor, para indagar sobre algunos aspectos psicológicos. 

Fuente: Pexels.com

Por: Camila Solano

El pelo de Sara

 

Empecé a hablar con Sara por un chiste que hizo. Yo me reí. Le respondí algún comentario flojo y se rió. Hicimos click. El humor es una forma de decir tácitamente “compartimos algo”; tenemos cosas en común; nos entendemos. Sara tenía un gorro rosado de lana, el pelo le llegaba a los hombros y tenía sombras moradas y pestañina negra. Empezamos a hablar. Le pregunté sobre su familia, su vida y por qué estaba privada de su libertad. 

 

“Vivía con mi mamá en Villeta, pero a los 12 años me vine a vivir con mi papá a Bogotá. Vivía también con mi hermano, pero no me llevaba bien con él. Un día, estaba drogado y me sacó un cuchillo y me echó de la casa. No volví. Tenía 13 años en ese momento y ahí me tuve que empezar a cuidar a mí misma. En el centro de Bogotá me empezaron a conocer; allá todos se conocen. Yo sabía donde conseguir lo que quería y sabía con quien. En ese momento no tenía como conseguir plata y empecé a robar. La droga me hacía pelear mucho; perdía el control. Un día estaba robando a un taxista y llegó la policía y me cogió. Esa fue la primera vez que me cogieron. La última fue en una pelea en la calle. Estaba drogada y me agarré con una nena en la calle. Yo tenía una botella rota y la alcancé a lastimar. El novio se dio cuenta y cogió una piedra y me la tiró en la frente. Quedé inconsciente. 

 

Me llevaron al hospital y me tuvieron que operar porque tenía un sangrado adentro de la cabeza. Me dejaron calva para poder operarme. Estuve de buenas porque me desperté después de estar en coma, pero cuando me vi sin pelo, me quería morir. Lo tenía largo y rubio. Después de eso, mi autoestima se fue al piso. Yo veo a todas las chicas acá y tienen el pelo largo y a mi me da pena estar con el gorrito todo el día, pero si me lo quito se me ve la cicatriz de la cirugía”, me comentó. 

 

Me miró a los ojos y lentamente subió sus manos para descubrirse el gorrito. Miró alrededor y se lo bajó rápidamente. 

 

“Mentira, acá no. Hay mucha gente. Salgamos”, me dijo. Salimos. Se subió el gorro, se separó el pelo y me mostró su cicatriz. Sentí su vergüenza mientras me miraba, atenta a mi reacción, como si la fuera a juzgar. Sara me conmovió. Después de hablar un rato, confió en mi, tanto como para compartirme el secreto que escondía de las demás. 

 

-Sara, tranquila. Mira lo mucho que te ha crecido el pelo. Además, sobreviviste después de todo. 

 

-¿No le parece que se ve horrible? Pues, ahí va, pero lo quiero como antes. Me siento muy insegura. 

 

-¡No! Casi ni se te ve porque ya tienes el pelo largo. 

 

-Bueno, si, igual por eso no me quito el gorrito, me dijo con una sonrisa tímida. 

 

Le toqué el hombro y le sonreí. “Gracias por confiar en mí”, le dije con mi mirada.

 

-Sara, vamos a estar viniendo, entonces dime ¿qué necesitan? ¿qué actividades quieren hacer?

 

-Nada, a mí no me gusta pedir. De verdad que soy muy mala para pedir cosas. 

 

-Bueno, si piensas en algo, cuéntame. 

 

Después de media hora, Sara me buscó y me dijo: No necesito nada, pero lo único que me gustaría es una pestañina. Acá nos peleamos por el maquillaje. 

 

Mónica, la psicóloga clínica, me ayudó a entender a Sara un poco más:

 

Todo viene del contexto de mujer latina. Hay un estereotipo muy marcado de belleza y no hay un espectro, como lo hay en un contexto global. La estética es verse de una forma muy específica: pelo largo, senos y cola grande y cintura pequeña. Dentro de la cárcel te quitan todo. Lo único que tienes es como te ves. Tu físico es tu estatus. La belleza genera más aceptación, sobretodo en estos contextos. Por ejemplo, en El Buen Pastor hay un reinado de belleza cada año y todo gira en torno a ese reinado. También hay una gran parte de la identidad como mujer en el pelo y si te lo quitan, es como si te quitaran parte de lo que eres. 

 

El bazuco, el pegante y Barcelona

 

Casi todas las historias que oí empezaron con algún tipo de droga. A los 9 años Juan probó la marihuana. Se había escapado de su casa porque su papá le pegó una golpiza violenta y terminó viviendo en la calle con un grupo de niños, “los primos”, les decía él. Los primos pedían dinero en la calle y, cuando no les alcanzaba para pagar la pieza de 5mil pesos, tenían que ingeniárselas para llegar a dormir. Los primos estaban drogados con bazuco y decidieron robarle una bicicleta a un hombre que pasaba por ahí. El señor estaba gritando demasiado y uno de los primos se asustó y le clavó un cuchillo que tenía. Dejó de gritar.  La policía los cogió en flagrancia y condenaron a Juan por homicidio. Le asignaron un defensor de familia y él le aconsejó aceptar los cargos, a pesar de que Juan no había apuñalado al señor. 

 

Ana vivió una historia similar. El mejor amigo de su hermano la metió a él y a su hermano en el bazuco. Un día ella salió con el mejor amigo de su hermano a comprar más droga. Él, de un momento a otro, le clavó un cuchillo. 

 

“Yo no sé ese man en qué video se metió, pero sentí algo frío en el brazo y vi que me empezó a salir sangre. Yo también tenía un cuchillo y reaccioné enterrándole el cuchillo cerca al pulmón y me fui. Todo fue muy confuso y es que estábamos re drogados. Después me enteré que lo habían llevado al hospital y se había muerto, pero nunca me imaginé que había sido yo la que lo mató, o al menos no lo quería creer. Evadí el asunto. Unos seis meses después mataron a mi mamá. Ella manejaba una olla en el centro y tenía muchos enemigos. Eso me hizo entregarme y asumir mi responsabilidad. Me enteré de lo que había hecho y de todo lo que había pasado cuando estábamos en la audiencia. 

 

Eso fue hace cuatro años y, ahora, sólo me quedan diez meses para salir. Tengo una tía en Barcelona que me está ayudando a sacar el pasaporte y a hacer los trámites para poder irme a vivir con ella. Tengo que salir de acá directo al aeropuerto. No puedo volver a pisar la calle. Uno no sabe lo que pueda pasar”.

 

Reflexión sobre la maternidad 

 

Fuimos al centro de reclusión de mujeres menores de edad para donar algunas cosas, entre ellas, unas copas menstruales, que son reutilizables y pueden durar hasta diez años. Hay dos tallas: A (para mujeres menores de 30 años que no hayan tenido hijos) y B (para mujeres mayores de 30 años o que hayan tenido hijos por parto natural). Afortunadamente llevamos de sobra, porque la mayoría de copas que entregamos fueron talla B.

 

Al lector le confieso que creía, en medio de mi ignorancia, que la maternidad adolescente se debía principalmente a una falta de educación sexual o, tal vez, que eran mujeres que quedaron embarazadas, a pesar de no querer tener hijos. ¡Qué equivocación!

Le estaba preguntando la talla de copa a Paola. Era talla B porque tenía un hijo de dos años. Empezamos a hablar de su hijo. 

“Mi gordito es el motivo que tengo para salir de acá. Ahorita está con mi mamá porque el papá está en la cárcel, pero ese sí está en La Picota. Quiero llevar a mi bebé a conocer el mar y apenas salga de acá es lo primero que voy a hacer”, me contó. 

Paola era muy seria, pero cuando empezó a hablar de su hijo, la cara le cambió. Su hijo era su proyecto de vida y lo que le regresó la ilusión de vivir y de salir adelante.

“Muchas de las mujeres que están en la cárcel no tienen raíces de nada ni ningún tipo de estructura familiar. También han estado en relaciones muy complicadas y pueden llegar a sentir que nadie las ama realmente o que no tienen un amor duradero. Tener un hijo es tener algo propio por siempre, dentro del imaginario de muchas. Por supuesto que esta idea puede traer sufrimientos, pero ellas ven en sus hijos un amor incondicional que nunca han dado ni recibido”, me explicó Mónica, la psicóloga.  

¿De todo lo que viste, en qué se queda corto el derecho penal?

Mónica: Se queda obsoleto. Son leyes construidas hace mucho tiempo en una sociedad que pensaba muy diferente. El fin de la pena es la resocialización, pero, de lo que vi, la cárcel corrompe mucho a las personas. Hay violencia y maltrato y mantener la esperanza y las ganas de vivir después de pasar por una cárcel es muy difícil. Entonces, si el fin es la resocialización, el derecho penal no lo cumple. Es el peor castigo para alguien y todo se basa en eso: en el miedo y la amenaza. Idealmente debería basarse en el respeto y la empatía, para que cuando las personas salgan, realmente estén listas para contribuir a la sociedad. 

Lo que pensamos, lo que sentimos, lo que decimos, nuestras acciones y nuestra forma de vivir y ver la vida vienen de un contexto: familia, educación, infancia y adolescencia. Pero una gran parte de nuestra existencia y la vida que nos espera se moldea desde el día y el lugar en el que nacemos, sobretodo en este país. 

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