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QUERELLANDO

“Las mujeres no somos frágiles como una flor, sino como una bomba”

Ruth Bader Ginsburg 

Las "niñas" de la Javeriana

Una pequeña mirada a la realidad que viven las mujeres dentro de nuestra comunidad Javeriana, siendo parte de una sociedad que, hasta el día de hoy, se rehúsa a tratarlas como iguales. 

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Fuente: Archivo El Español

Autor: María López Bernal

Representamos una de las noventa generaciones de mujeres que han podido estudiar en Colombia. Es una cifra muy grande. Tan grande que no deja ver la historia de lucha, coraje e injusticia que tiene detrás. Historia tan inmensa que no existe valor numérico que pueda contenerla. A pesar de esto, parece perder su inmensidad cuando la ponemos al lado de las 444 generaciones de hombres que no se vieron bajo la necesidad de enfrentarse a una sociedad entera con la esperanza de ganarse este privilegio. Son incontables las veces que esta reflexión ha circulado por mi mente mientras escucho a mi profesor citar algún texto de Kant, Hobbes, Kelsen, Coase, Hart y solo me pregunto dónde quedaron las voces de tantas mujeres que a nadie le interesó citar.  

 

Actualmente, me encuentro en mi cuarto semestre en la carrera de Derecho y esos dos años han sido suficientes para comprender el peso de lo que significa “ser mujer” en nuestra sociedad. Después de todo, la universidad es una pequeña maqueta de lo que nos espera allá afuera una vez terminemos esta etapa, e históricamente este era un lugar exclusivamente para hombres. Cuando le pregunté acerca de esto a la profesora Tania Luna, docente del departamento de Derecho Público en la Javeriana, fue imposible que su respuesta no se quedará rondando en mi cabeza: “Ubicándonos en el contexto histórico de Colombia, las mujeres llegamos tarde a la educación superior. Incluso cuando logramos llegar, nuestra formación era diferente a la de los hombres. A nosotras se nos inculca la importancia de la maternidad, la costura, ser buenas amas de casa. Mientras que a los hombres se les formaba para ser padres de la República”. Como bien menciona, no puede tocarse este tema sin observar también el contexto histórico colombiano. La educación se movía a la par que la política y las necesidades sociales de la época y en 1933 las mujeres empezaban a darse cuenta de las condiciones desiguales en las que se encontraban. Sin embargo, no fue hasta 1941 que la Pontificia Universidad Javeriana creó “Las Femeninas” o facultades de educación superior que separaban a las mujeres de los hombres. Esto marcó un punto de quiebre en la estructura patriarcal que llevaba gobernando al pueblo colombiano durante siglos, o en palabras de la Dra. Tania Luna: “Pasamos de ser las madres que criaban a los futuros padres de la República a ser las mujeres que también construyen la República”.  

 

A pesar de este trascendental cambio, no podemos ignorar que gran parte de él se quedó en el papel. La Javeriana, como toda institución, se queda en lo declarado. Existe un “currículum oculto”, aquello que en realidad ocurre dentro de los salones de clase que no está plasmado en ninguna declaración o reglamento. En mi objetivo de preguntarme por las mujeres de nuestra comunidad, me enfrenté a una realidad que, me temo, suele ser el común denominador. Desde profesores que observan a sus alumnas de la misma forma que observarían a un niño de tres años que trata de aprender a sumar, hasta otros que realizan comentarios inapropiados sobre sus cuerpos. Las estudiantes que no tuvieron más opción que conformarse con calificaciones injustas u otras que dejaron de levantar su mano en clase porque no pueden hablar sin ser interrumpidas o ignoradas.  

 

Todo esto me lleva a preguntarme, ¿qué clase de educación puede recibirse bajo estas condiciones? Hablando al respecto con una de estas mujeres (Juana, estudiante de Derecho), comenta que, si bien muchas de nosotras tenemos suficiente claridad en nuestras metas como para no dejar que situaciones de discriminación las derrumben, puede no ser el caso para todas las demás. El peso de la humillación, el acoso, la ausencia o presencia desigual de oportunidades puede ser tal que lleve a las mujeres de nuestra comunidad a sentir que no hay lugar para ellas. He aquí perfectamente representada una de las más grandes injusticias: como si no fueran suficientes los obstáculos que obstruyen nuestro camino hasta la educación superior, también debemos batallar el doble para permanecer en ella. “Las mujeres luchamos constantemente con techos de cristal; al llegar a cierto punto, ya no podemos ascender. También luchamos con pisos enjabonados; es decir, luchamos para poder mantenernos”, es lo que elabora la Dra. Tania Luna al respecto. Puede no existir una norma explícita que prohíba la entrada de las mujeres a la universidad, continúa Juana, pero tampoco existen mecanismos eficaces que las protejan una vez se encuentran dentro de ellas. Las situaciones que atraviesan las mujeres, sea de discriminación, acoso o inseguridad, no son vistas como un verdadero problema y eso desincentiva a las mujeres que estudian. Hay un sentimiento constante de que hacer respetar la igualdad no ocupa un puesto prioritario en la agenda de las directivas y la administración universitaria.  

 

A pesar de esto, aparece una luz de esperanza cuando logra comprobarse que esta no es necesariamente la realidad a la que se enfrentan todas las mujeres en la Javeriana. Puede evidenciarse que la desigualdad de género no cuenta con la misma presencia en todas las áreas de conocimiento. Mientras que la Facultad de Ciencias Jurídicas cuenta con 39 docentes de planta, de los cuales solo 9 son mujeres, el poder femenino inunda la Facultad de Psicología con un 50% de su profesorado siendo compuesto por mujeres. Este análisis me lleva a cuestionar si esta diferencia abismal tiene algún impacto en la experiencia de nuestros estudiantes.  

 

Hablando con una de ellas (Laura, estudiante de psicología), es evidente el contraste cuando menciona inmediatamente que “en la Javeriana ha sido chévere ser mujer”. Su comodidad, seguridad, libertad, y su sentimiento de pertenencia a la universidad no se han visto comprometidas por ser quien es, una mujer. En una balanza de las experiencias de las mujeres en ambas carreras, se revela que, al ser un campo con mucha más presencia femenina, es menos común que las estudiantes estén expuestas a tratos desiguales. Según Laura, ha observado una presencia equitativa de hombres y mujeres en su carrera y no considera que el género tenga incidencia en las oportunidades que brinda la universidad. No obstante, ambas estudiantes hablan con transparencia sobre la misma problemática: el desentendimiento de la institución con respecto a los sucesos que afectan a sus estudiantes.  

 

Hablando acerca de grupos estudiantiles que han sido creados con el objetivo de denunciar las situaciones de discriminación, violencia e injusticia que acechan a las mujeres de nuestra comunidad, ambas estudiantes consideran que, si bien no se les ha cerrado la puerta, la universidad tampoco ha dado una respuesta contundente ante las denuncias que se presentan, aun cuando tienen un deber de cuidado para con sus estudiantes. No sirve de nada hablar de igualdad de género cuando esta no se hace respetar; la sola mención de esta no garantiza su materialización y, por ende, el derecho a la educación y al libre desarrollo de las mujeres en nuestra institución sigue estando bajo amenaza.   

 

Tras conocer las vivencias de tantas mujeres en nuestra colectividad, nada me arrebata el sentimiento de orgullo que genera dar un paso atrás en la historia y tener perspectiva de hasta dónde hemos llegado. Las últimas noventa generaciones de mujeres han sido pioneras que se han abierto camino a paso firme, dejándonos con un campo abierto lleno de posibilidades. Sin embargo, aún persiste la incertidumbre de si, eventualmente, podremos llegar al punto en el que no haya ni una sola mujer que se sienta sin lugar dentro de nuestra comunidad. El cambio puede ser lento, pero es imparable, y se requieren de espacios como este para garantizar que así sea. La Pontificia Universidad Javeriana cuenta con un proyecto institucional sustentado en la marca ignaciana del amor y el reconocimiento de los sujetos, objetivo que debe dejar de verse como algo ajeno a las necesidades de las mujeres. Como bien dijo la docente Tania Luna, “el feminismo no es solo quemar brasieres. Es despertar el amor y el reconocimiento hacia la mujer”. Debemos empezar a preguntarnos dónde están las mujeres y que nos incomode su ausencia, hasta que llegue el día en que también nos vean como las “doctoras”, “ingenieras”, “maestras” y no solo como las “niñas” de la Javeriana.  

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