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CRÓNICA

La Crónica de Antonia, Juan Felipe, María José y Nicolás

La crudeza de la realidad;
el Derecho por fuera de las aulas

Estuvimos con una señora en vísperas de la muerte y no tiene con quien dejar a sus dos hijos; ¿por qué el derecho no le brinda una solución? 

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Fuente: Pexels

Por: Nicolás Pombo Sinisterra 

La mayoría de los que estudiamos derecho, entramos a la carrera con la aspiración y el sueño de cambiar el mundo. En primer semestre, quizás antes de que nos pregunten el nombre. nos preguntan: ¿por qué derecho? Y nuestra respuesta siempre está encaminada a lo mismo: ayudar, servir y generar un impacto en nuestra sociedad. Conforme van pasando los semestres, nos vamos encaminando y encontrando con la realidad de ese mundo que pretendemos cambiar; ¿realmente nos estamos preparando para generar un impacto? Este escrito es tal vez el más difícil de escribir, digerir, pensar y transmitir a lo largo de esta travesía en Foro Javeriano, pues se saldrá un poco de las casillas del conocimiento y será centrado en las fibras más profundas del corazón, por medio de una crónica, o más bien de una situación que sin duda alguna se ha vuelto una de las grandes enseñanzas de mi vida.  

Por razones de intimidad y respeto se cambiará el nombre del personaje principal de la historia. 

Salíamos de la Pontificia Universidad Javeriana un día cualquiera, luego de recibir nuestras clases. Un amigo me llama y me cuenta que hay una señora desmayada en la calle a las afueras de la Universidad. Yo me pongo muy nervioso, pues si bien soy certificado como socorrista, nunca me había tocado atender un evento real, salido de un escenario hipotético. Llegamos y nos encontramos con Claudia, una señora de unos 35 años, en estado de inconciencia, con un maletín, una bolsa de tapabocas y dos niños, sus hijos. La escena es rodeada por unos cuantos estudiantes de derecho, tres policías y dos niños jugando y riendo en unas escaleras; ¿esto ya le había pasado a tu mamá? Le pregunto a uno de los niños. El mayor responde: “Sí señor, se vive desmayando. Mire aquí le entrego”. El niño me dio una carta hecha a mano que decía: “Hola mi nombre es Claudia, y soy paciente terminal de cáncer. Si usted me acaba de encontrar por favor no llame ni a la policía ni mucho menos a una ambulancia, porque me quitan a mis niños.”  

Conforme fue pasando el tiempo Claudia fue volviendo a la realidad. Habían pasado más o menos unos 15 minutos y Claudia por fin logró responder de manera efectiva y consciente a mis preguntas, y lo primero que nos dijo fue “por favor no llamen una ambulancia”. No me dejaba de causar impresión y más cuando le hacía saber que estábamos a escasos metros del Hospital San Ignacio. Nos explicó que es paciente paliativa de cáncer y que por falta de recursos y de capacidad física para trabajar le han quitado a sus hijos dos veces. Nos contó que su mayor deseo es dejarle sus niños a una amiga, pero que no ha sido posible que le otorguen la custodia. En ese momento, como estudiantes de Derecho nos empezamos a preguntar y plantear muchas cosas.  

En primer lugar, pasamos de atender una causa médica a una causa jurídica y entre todos buscamos la manera de ayudarle a Claudia a dejar a sus hijos y a este mundo en paz. Algunos creyeron que era mentira, otros nos compadecimos con su dolor y la tratamos de poner de pie, pero nos contó y mostró que por su cuerpo pasan decenas de sondas por las cuales ella se alimenta y se médica. Estas sondas no dejaban ni que se pusiera de pie, ni que se sentara, el dolor y los gritos eran infernales. Nos contó que estos desmayos son causa de la falta de un medicamento que le quita el dolor, pues al ser paciente paliativa no puede hacer más. Luego de cuatro horas de estar con ella, de tratar de ponerla de pie, de que diera unos pasos, de ofrecerle incluso dinero (al que rotundamente se negó), logramos que se arrodillará en un carro y la bajamos a la carrera séptima con el único deseo de que pudiera seguir vendiendo sus tapabocas.  

María José, una estudiante de Derecho de quinto semestre le consiguió una cita extraordinaria en el Consultorio Jurídico de la Universidad a las 2:30 de la tarde del día siguiente con el objetivo de que contara su historia y estos le trataran de ayudar a solucionar su situación antes de partir. Mientras tanto Juan Felipe, otro compañero de Derecho entretenía a los hijos con un pastel de pollo y un par de botones en el carro. Antonia, una cuarta estudiante de la Pontificia Universidad Javeriana y yo, la tratábamos de atender y entender estando enfrente de la entrada del Hospital San Ignacio. Una vez nos fuimos nos preguntamos; ¿hasta dónde llega el derecho? ¿Realmente estudiamos esto con el ánimo de ayudar? ¿El derecho nos brinda las herramientas para enfrentarnos con este tipo de realidades? Nosotros, que tenemos todo, ¿cómo podemos entender a una señora que está pronta a partir de este mundo, sin saber qué hacer con sus hijos? Ojalá, Claudia, esté bien, pues luego de ese día, no volvimos a saber de ella.  

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