top of page

OPINIÓN

El arte de enseñar 

PROFESORES: ¿ÍDOLOS O MAESTROS? 

Un buen desempeño profesional no es sinónimo de un buen maestro. 

Por: Sofía Pinilla Ospina 

Para muchos de nuestros profesores la docencia es una actividad paralela al ejercicio de su profesión. Responde a una pasión que han desarrollado a lo largo de sus carreras, un compromiso con la sociedad o consigo mismos, una fuente adicional de ingresos, entre muchas otras. Son abogados, médicos, científicos, economistas, artistas, ingenieros, y muchos otros, que trasmiten su conocimiento desde el contenido y la experiencia.  

Sin embargo, de todas estas probables motivaciones para ser profesores existe una gran distancia entre quienes ejercen por pasión, idoneidad o necesidad. Y desde la óptica de los estudiantes, es evidente un profesor que dicta su clase a partir de móviles personales y uno que realmente se interesa en la educación y aprendizaje de sus estudiantes. 

Ocurre con frecuencia que no nos gusta una clase, y sentimos que no es precisamente por la materia, el contenido o los trabajos, sino por la forma del profesor de dirigir la clase o por su actitud con los estudiantes. Es claro que ser docente no es una tarea sencilla, pero la responsabilidad que conlleva de dar clases a los próximos profesionales del país debería reflejar un nivel de compromiso elevado. No es posible que haya profesores que se reduzcan a leen los contenidos de una presentación, sin realmente interesarse en la comprensión de los estudiantes. Pretenden salir rápido de su compromiso con la universidad y los perjudicados somos quienes queremos aprender. 

Ahora, también existen aquellos profesores capaces de transmitir la información de manera clara y ordenada, pero cuyo trato con los estudiantes deja mucho por desear. Son displicentes, autoritarios y lo peor, les encanta poner malas notas para demostrar su poder. Y también hay otros distinguidos por ser “eminencias”, “genios” o “ídolos”, y aunque puede que lo sean en la vida profesional, como profesores se quedan cortos, ya sea porque no tienen las herramientas para impartir una buena clase o porque simplemente no tienen el “don” de profesores.  

Es cierto que de la experiencia se puede aprender y esto, de hecho, también es muy valioso para los estudiantes. Pero no lo es todo. Un buen profesor (un maestro) ayuda en el proceso formativo académico y también en los otros aspectos de la vida. Un maestro es quien impacta a los estudiantes dentro y fuera del aula de clases, quien lograr generar curiosidad sobre la vida y el mundo, y motiva a sus estudiantes a ser buenas personas a pesar de su realidad y su entorno. No quita que profesores que no sean los mejores impartiendo clase puedan compartir estas experiencias y nos preparen de la mejor manera para afrontar la vida, pero lo mejor siempre sería tener maestros, que nos dejen listos para enfrentar la vida profesional y el mundo real.  

Al final, en la universidad las cosas son como son, y un mal profesor es algo que no vamos a poder evitar en ocho, diez o doce semestres, pero el compromiso de estos con la educación sí podría hacer la diferencia. Desde mi experiencia, los profesores son una grandísima influencia sobre nosotros. Tienen la capacidad de hacer que nos guste una clase o no, o hasta puede llegar a haber casos que hagan enamorar o desenamorar de la carrera que estudiamos. Pero un maestro, por más compleja que pueda ser su clase, hará que el paso por la universidad sea más llevadero y hará que los profesionales que un día seremos, tengamos las herramientas necesarias y las ganas de trabajar cada día por un futuro.

bottom of page