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ESPECIAL

La vida universitaria ha cambiado mucho a lo largo de los años. La tecnología, la educación y la cultura estudiantil han evolucionado significativamente. 

Generaciones javerianas 

Recordando historias de la Universidad Javeriana 

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Por: Emilia Samper 

Hace sesenta y nueve años mi abuelo Germán Peña se graduó como arquitecto javeriano. Entró a primer año de arquitectura en febrero de 1954, cuando el rector de la Pontificia Universidad Javeriana era el Padre Emilio Arango, los periodos académicos eran anuales en vez de semestrales y cuando la matrícula valía 600 pesos.  

En esa época, existía cierta división entre las carreras ya que había una gran barrera de género y las mujeres no eran admitidas en todas las carreras universitarias. A partir de 1953, admitieron mujeres en la facultad de arquitectura y cada semestre entraban cuatro o cinco máximo, de las cuales no todas se graduaban ni ejercían.  

 

Las carreras eran consideradas y categorizadas como “carreras masculinas” y “carreras femeninas”, las “masculinas” incluían arquitectura, ingeniería y derecho y las “femeninas” eran arte, diseño, nutrición y enfermería. Esta brecha era tan evidente y tan marcada que las respectivas facultades quedaban en diferentes partes; en el edificio central se ubicaban las de los “hombres”, y en la séptima con 45 donde hoy en día es el auditorio Félix Restrepo, funcionaban las facultades de “mujeres”.  

 

En ese entonces, la universidad solamente contaba con dos edificios; el Félix Restrepo y el edificio central, donde se desempeñaba una gran parte de la universidad. En el primer piso estaba la única cafetería que había en toda la universidad y en los pisos superiores, estaban las aulas de clase y las oficinas administrativas. En el tercer piso, por lo general, estaban los de derecho y los de arquitectura, casi siempre, entre el cuarto y el quinto, donde estaban los talleres de su carrera. Este edificio contaba con un solo ascensor para uso único y exclusivo de los jesuitas.  

Detrás del edificio central, ese año estaban terminando la construcción del Hospital Universitario San Ignacio. En el costado norte del edificio, donde hoy están la plazoleta de acceso a urgencias y la parte de atrás de la biblioteca, había un lote vacío con piso en tierra que en ese entonces se usaba como el único parqueadero para los pocos carros que iban. No entraban más de diez carros diarios entre profesores y alumnos. Casi nadie llevaba carro y como la séptima siempre ha sido una arteria concurrida y con transporte público, llegar a la Javeriana en esa época era tan fácil como ahora.  

Al sur de este edificio funcionaba la fábrica de chocolatinas Ítalo colombiana y había horas en las que el olor a chocolate era muy intenso y provocativo. La séptima era más angosta, no tenía separador y los andenes eran más anchos que ahora y, por supuesto, no existía lo que hoy en día es un ícono javeriano: el túnel. 

  

En esa época, por lo general se usaban vestimentas más formales que las de ahora. Los estudiantes se iban elegantes a sus clases, los jeans apenas empezaban a usarse y siempre usaban sacos o suéteres, nadie se iba en camiseta como hoy en día. 

En vez de cuadernos individuales o computadores, en esa época los estudiantes usaban pasta de argollas que separaban por materias. Las clases solamente duraban una hora y los estudiantes no podían escoger horario, la universidad se los asignaba. Los huecos los pasaban en la cafetería y en la hora de almuerzo, casi todas las personas se iban a almorzar a su casa.  

En 1956 inauguraron el edificio de talleres de arquitectura, donde hoy funcionan áreas de arquitectura y diseño y a él se pasaron las dependencias que estaban en el quinto piso del edificio central. La cancha de fútbol la construyeron al tiempo con el edificio central, en el mismo sitio en donde se encuentra hoy en día. Había equipos deportivos pero el más popular era el equipo de fútbol. 

Igual que hoy en día, existían grupos estudiantiles como la tuna javeriana y el centro literario. Cada facultad tenía sus propios movimientos culturales que eran extracurriculares y casi todos eran solamente para sus respectivos estudiantes, pero a veces sí se juntaban entre todas. Una vez al año celebraban la semana javeriana donde montaban carpas, invitaban orquestas y hacían fiestas en los salones, era un tipo de bazar que era muy apreciado por toda la comunidad javeriana.  

En esa época, tenían el reinado de la javeriana, en donde cada año, cada facultad nominaba a una candidata que, si ganaba, se llevaba el premio de la reina de la javeriana y era conocida en toda la universidad como Miss Javeriana.  

Aún no existía la emisora javeriana ni los periódicos estudiantiles, y no había vendedores ambulantes como los que vemos actualmente. El único que había antes, era Luis Alberto Puin, quien se paraba en la puerta principal de la Javeriana, la cual era sobre la sétima, en el costado norte del edificio central. El ‘señor Puin’, vendía libros de arte, arquitectura, literatura e ingeniería y era muy estimado, tanto por los estudiantes como los profesores.  

En 1954 la Javeriana no tenía más dependencias y por supuesto no contaba con las enormes ayudas disponibles hoy día, gracias a la tecnología, pero, aun así, ya era una academia muy importante motivo de orgullo para el país y para los exalumnos entre los cuales, con mucho honor, se cuenta él. 

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