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ESPECIAL

Hasta eso nos quitó

LA NUEVA MANERA DE DECIR ADIÓS

En tiempos de cuarentena obligatoria, hubo una reunión de Zoom a la que nadie hubiera querido atender: la misa de despedida de un ser querido. La imposibilidad de la santa sepultura, otra consecuencia del virus, de la cual poco se ha hablado. 

Por: Juan Pablo Prieto e Isabela Blanco

Si bien suelen atenuar la muerte, afirmando que le da sentido a la vida y que es el tránsito hacia “un lugar mejor”, a la hora de la verdad, no estamos listos para ver partir a uno de los nuestros. Los funerales y entierros son escenarios que no quisiéramos presenciar nunca, pero que son parte de nuestra realidad y representan ese momento íntimo de despedida. Desafortunadamente, la pandemia se ha convertido en un gran obstáculo de cara a este último adiós, ya sea por la imposibilidad para llevar a cabo las honras fúnebres o por las restricciones establecidas para tal fin. El propósito de este artículo no es provocar angustia en usted, querido lector; mucho menos tener un tono amarillista o despertar el morbo que suscita este tema. Lo que pretendemos es, en pocas palabras, contarle dos historias personales -sin mucho detalle- para revelar lo que sucede después de la muerte, al menos en tiempos de COVID-19.   

La primera de estas dos historias sucedió en Medellín. Uno de nuestros familiares - perteneciente a la tercera edad, debemos aclarar - se contagió de este virus que tiene paralizado al planeta. Por eso, fue trasladado al hospital, en el cual fue internado en la unidad de coronavirus y lamentablemente, pocos días después, falleció. Pero eso es otra historia. Lo importante es lo que sucedió después.  

Una de nuestras familias se encuentra establecida, en su mayoría, en la capital. Como no tenemos familiares en Medellín y en ese entonces no podíamos trasladarnos, los trámites post-mortem se volvieron mucho más dispendiosos e impersonales. Los médicos tratantes se contactaron con nosotros para darnos la noticia, manifestarnos su más sentido pésame y notificarnos que el cuerpo ya había sido cremado, siguiendo los protocolos establecidos por el hospital y las autoridades. Sin embargo, buscamos la forma de seguir una de las costumbres para despedir a un ser querido: hacer una misa con la familia. Como en ese momento tampoco era posible llevarla a cabo de forma presencial por los estrictos protocolos de bioseguridad y la cuarentena total de la ciudad de Bogotá, nos contactamos con una capilla que estaba realizando ceremonias y transmitiéndolas por YouTube. Y así fue: el día y la hora que nos fueron asignados - porque hubo otras familias que también tenían sus misas en otros horarios - accedimos a YouTube y vimos la transmisión. A pesar de las circunstancias, la celebración fue muy linda; todos la vimos conectados desde el computador de nuestras casas, a distancia desde Bogotá, separados.  

 

La segunda historia sucedió en la ciudad de Bogotá, cuando otro de nuestros familiares falleció, sin atribuirse su causa al coronavirus. En ese entonces, dadas las directrices sanitarias, los entierros estaban prohibidos. No obstante, era posible acceder a servicios fúnebres con el fin de velar y celebrar las exequias antes de la correspondiente cremación del cadáver -obligatoria, por cierto-. La funeraria nos informó acerca de las condiciones de este tipo de eventos, entre ellas, el límite de diez familiares que podían permanecer en la sala de velación junto al féretro. Y como si se tratara de un evento especial, tuvimos que elaborar una lista con los nombres de los demás asistentes y asignarles su respectivo turno. En total, un máximo de cinco personas por hora podía acompañar a la familia en aquel salón.  

 

Para poder ingresar, un trabajador de la funeraria debía suministrarnos desinfectante, tomar nuestra temperatura y anotar nuestros datos personales. Como en cualquier otro acto de esta naturaleza, los asistentes portaron su ropa de luto, eso sí, con un accesorio imprescindible: el tapabocas.  

 

Parece que todo sucedió con cierta “normalidad”, pero eso no es cierto. Los funerales se caracterizan por la cercanía, las condolencias, los abrazos y los besos; pero, por obvias razones, esto no era una opción. Nada de “palmaditas” de consuelo, una simple mirada y una especie de reverencia debían manifestarlo todo, haciendo las veces de gesto cálido y solidario. Un sacerdote celebró la eucaristía, pero el límite de asistentes hizo necesaria la mediación de la tecnología, en este caso, de Facebook Live. Sin más, tras unas sentidas palabras, partió el carro fúnebre bajo la atenta mirada de quienes, con nostalgia, dijimos adiós.  

      

Estas dos historias tienen varios puntos de encuentro, a pesar de que sus circunstancias de tiempo, modo y lugar sean diferentes. Uno de ellos es la frialdad y la falta de humanidad que caracterizaron ambos escenarios debido a la separación de los seres queridos, quienes, desde lejos, se hicieron compañía con una simple mirada, una reunión virtual o una llamada.  

 

Lo triste es que esto no solo nos pasó a nosotros, sino que es el común denominador de todas las familias colombianas que hoy despiden a sus seres amados, independientemente de su causa. Es increíble cómo el mismo COVID-19 ha alterado, incluso, lo que viene después de la muerte, haciéndonos reflexionar respecto del valor que le otorgamos a estos actos que veíamos tan lejanos pero que la pandemia se ha encargado acercar más a nuestras vidas.  

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