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ESPECIAL

“Somos hablares e historias, copla canto y poesía, eso es lo que pregonamos eso es la carranguería, o dicho en pocas palabras, somos un canto a la vida” 

Jorge Velosa Ruiz 

Enruanados y con Sombrero: Celebrando el Festival de Música Carranguera 

En el corazón del campo colombiano, lejos del caos y el ajetreo de la vida urbana, se canta, se baila y se vive uno de los géneros musicales más icónicos de nuestra tierra que con canto, copla y poesía es nada más y nada menos que la carranga campesina. 

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Fuente: Archivo Canal Caracol

Por: Nicolás Gómez González

En las ciudades creemos lo que está de moda, pensamos ingenuamente que los géneros que hoy escuchamos en las calles, la radio o más comúnmente en nuestras playlist es la música que se escucha en todo el país. Sin embargo, lejos de las ciudades existe un género igualmente joven, no joven como el reggaetón o la bachata; más joven que el bambuco, que el porro colombiano y hasta incluso que la cumbia y que ha sido capaz de poner de ruana a este país llegando a tener tal fama y reconocimiento que ha sido escuchado en vivo y en directo en los principales y más importantes estadios del mundo. 

 

Es por ello que hablar de carranga es hablar de un estilo de vida, es nada menos que un género creado, compartido y preservado por manos trabajadoras, de aquellas que conocen la tierra y el campo, que conocen este país desde sus raíces y que lo han cuidado a tal punto de hacer de una vida de esfuerzo, trabajo y resiliencia todo un género musical de culto.  

 

De las fértiles tierras de Boyacá, las expresiones “carranga” o “carranguero” se originan del nombre dado al animal que por enfermedad o por accidente había muerto, es decir, el carrango, y que era comprado por un muy bajo precio por un carranguero quien lo hacía pasar por carne obtenida para consumo humano. Si bien podríamos decir que era casi que un falso positivo alimenticio, esta actividad no era algo atípico en el campo, pues llegó a tal punto que buena parte de la carne consumida en ciudades como Bogotá e Ibagué provenía de aquellas que los carrangueros compraban y revendían a las principales plazas de mercado del país. 

 

La música carranguera nacería en el lugar menos esperado, la facultad de veterinaria de la Universidad Nacional de Colombia de la mano del boyacense Jorge Velosa; Javier Moreno, el rolo; Javier Apraez, el pastuso y Ramiro Zambrano el santandereano, quienes se juntarían para participar en un concurso musical de una radio chiquinquireña y que tras su presentación gustarían tanto al público que con todas las de ganar quedarían fuera de concurso. Con un sabor de boca agridulce por su salida del concurso comenzaría poco a poco a tocar en sus horas libres en bares y cafés cercanos a la universidad, y pocos meses después les seria ofrecido tener su propio espacio de radio al que llamarían “Canta el Pueblo” y que en 1979 les daría el impulso para formar a “Los Carrangueros de Ráquira”. 

 

Llegarían a ser tan populares que canción tras canción serían acogidos como uno de los grupos musicales más importantes en Colombia ―más populares que la mismísima Claudia de Colombia, nuestro único ídolo en aquel entonces― cosechando éxitos y reconocimientos allá donde sonarán tiple, requinto, guitarra y guacharaca, nutriéndose de los más selectos ritmos andinos como la rumba criolla o “paseada”, del merengue, los torbellinos y hasta de los vallenatos cuerdeados caribeños de Buitrago, Ramírez y del propio maestro Escalona que harían de la carranga un género sumamente diverso y amado por todos los colombianos. 

 

En homenaje a la carranga y a la carrangueria todos los años nacen nuevos subgéneros inspirados por las historias, los mensajes, la jocosidad y los cantos de la copla campesina. Y no es para menos, pues desde 2008 plazas y estadios se llenan para oír, bailar, tomar y disfrutar de un género salvaguardado y protegido en el Festival Nacional de Música Carranguera, un sinónimo de amor por nuestra tierra, un sentido de pertenencia y compresión por el campo y su diversidad, recordándonos entre letras y melodías que sin campo no solo no hay ciudad, no hay nada.  

 

Hoy podemos decir con tranquilidad que Colombia ha preservado uno de sus mayores patrimonios musicales para que las próximas generaciones —y las próximas después de esas— escuchen, disfruten, bailen y gocen de esta música campesina y popular, aquella que vive y sueña por una Colombia más alegre, por una Colombia en paz.

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