QUERELLANDO
Un encuentro particular
EL ENCUENTRO DE DOS PANDEMIAS
Una conversación entre dos personas sobre las dificultades de sus tiempos, una de ellas sufriendo la peste negra y otra el COVID-19.
Fuente: Archivo personal
Por: Orlando Buelvas Dajud
Dos hombres que permanecían sentados en una misma banca tenían las miradas perdidas entre cavilaciones. Uno de ellos de piel blanca lisa pero ya marcada por la vejez, llevaba una camisa de lino con mangas largas, un jubón purpura y esponjoso cubierto por una túnica, un pantalón de tono oscuro y telas gruesas. Su cara estaba descubierta y en sus manos portaba una libreta. El otro, un hombre joven de piel morena vestido en jeans, chaqueta negra y tenis. Tenía puesto un tapabocas y cargaba con cuidado su celular.
El hombre de piel morena al notar que su acompañante no contaba con un cubre bocas, le increpó y le dijo:
-
¿Hombre, es que usted no cree en el virus? se debe usar tapabocas, no importa que se sienta bien.
-
¿Tapador de bocas? Lo siento gitano, eso en Florencia no lo usamos.
El hombre de piel morena se sintió confundido con la respuesta y respondió colérico:
-
¡Está loco! No soy ningún gitano y no estamos en Florencia. Estamos sentados en una banca del Stanley Park en Vancouver, Canadá. Hoy 30 de enero de 2021.
-
No. – respondió.
Al cabo de un instante, repuso:
-
Yo estoy sentado aquí en un banco, frente a la Piazza della Signoria. En la república de Florencia y hoy es 23 de febrero de 1490. Me presento, disculpe usted. Mi nombre es Gian Giacomo Caprotti.
-
No estamos en Florencia y puedo probarlo. -dijo- Vea los pinos y la nieve. Además, hoy día la humanidad padece de la pandemia por un tipo de Coronavirus: COVID-19. ¿sabe de lo que le hablo?
-
No. Usted gitano, es un mentiroso. Hoy día no padecemos ningún virus corona. Hoy todavía sufrimos de la peste negra que sigue llevándose almas.
El hombre moreno ya desconcertado continuó:
-
Si es verdad lo que dice, ¿por qué no lleva mascarilla que lo proteja? ¿Cómo es esa peste suya?
-
La peste toma las vidas sin avisar, en el día sientes fiebre y en la noche caes postrado en tu cama muerto. Nadie usa esas mascaras, tal vez son cosa del futuro. Y dígame, señor…
-
Jorge Luis.
-
Si, ¿cómo es el futuro?
-
Casi tan incierto como el pasado. Solo un poco más.
Gian Giacomo, alzó la mirada como observando la iglesia de la plaza mientras Jorge Luís lo miraba a él, y dijo:
-
¿Cuánto tiempo llevan en pandemia?
-
Mucho tiempo. Un año ya, bajo encierros y estrés. Han muerto dos millares de personas. Por eso usamos estas mascarillas y lavamos nuestras manos.
-
¡Un año no es nada! – exclamó el italiano – La peste de mi tiempo lleva siglos. Han muerto más de setenta millones y la misma Florencia paso de tener cien mil ciudadanos a unos treinta mil en poco tiempo. Y eso de lavarse las manos no es nada que se haga en Italia. ¿Qué otras cosas han pasado?
-
Hace un tiempo murió un importante rey, todos lloraron su partida.
-
Al parecer aún en el futuro unas vidas valen más que otras. Todo un pesar. – concluyó Giacomo.
El joven moreno, temblando por el frío y sacudiéndose la nieve, preguntó, algo desesperanzado:
-
Dígame, ¿cuándo la pandemia termine cree que su vida será mejor?
-
Aquello no depende de la pandemia, si no de mí. Buscaré lo mejor para mi vida y felicidad incluso ante las puertas del infierno. Además, la pandemia no tiene calendario para acabar, los brotes vuelven sin avisar. - Dijo Giacomo.
-
Nosotros, en mi tiempo, esperamos vacunas para por fin poder ser libres de esto y felices nuevamente. – alegó Luis.
-
No se es libre cuando se depende de una condición. Mucho menos feliz. – respondió el florentino.
Jorge Luis, alterado dijo:
-
Si no tienen vacunas en tu tiempo entonces, ¿qué?
-
Esperanza. – Sentenció Gian Giacomo.
Ambos se quedaron sin palabras. Giacomo miraba la plaza que tenía al frente, llena de luz y calor. Al mismo tiempo, justo a su lado, Jorge Luis contemplaba en el silencio invernal a los pinos y los lagos congelados que estaban cerca. De repente, Giacomo dijo:
-
Joven Luis, de la república de Canadá. Ha sido un placer. Es tiempo de partir. Seguramente el maestro Leonardo me necesita. Tome, le dejo este regalo, un florín.
Giacomo puso la moneda en manos de Jorge y partió. El joven moreno enfocó su mirada en el regalo. Una moneda auténtica del siglo XV. Alzó la cabeza para dar las gracias, pero cuando se fijó, no había nadie y ni en la nieve ni en la banca quedaron rastros.