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CONSTRUCTIVAS

La despensa del país 

EL CASTILLO, UN MOSAICO DE RIQUEZA

Las dinámicas de esta región son una carta abierta a las verdades que recorren la vida de estos campesinos que, por años han luchado y paulatinamente han renacido de las cenizas que dejó la guerra en la zona del Alto Ariari.  

Fuente: Juan Sebastián Bociga

Por: Paula Andrea Tavera

Campesinos y empresarios se han disputado el poder de estas tierras fértiles de los Llanos Orientales, específicamente las del municipio El Castillo ubicado en el departamento del Meta. A raíz del Acuerdo de Paz, las familias desplazadas sucesivamente han reconstruido la productividad de la tierra, a través de la fundación de la Asociación de Campesinos Productores de El Castillo, Asocamprocas. Esta organización es eje fundamental para entender cómo se ha tejido socialmente un pueblo golpeado por una fuerte ola de violencia.  

 

Recorrer los senderos que en su momento acogieron el éxodo de todo un pueblo, es sentir un mosaico variado de vegetación y diversidad de paisajes que acobijan la esperanza de miles. El municipio de El Castillo fue fundado por raíces andinas con pinceladas del Tolima, Santander, Antioquia y Caldas. Se le conoce como ‘la despensa del país’ caracterizado por su alta productividad agrícola, variedad de climas y riquezas hídricas al estar alimentado por ríos como Ariari, Guape y La Cal.   

 

El Castillo fue permeado significativamente por la lucha entre corrientes políticas, lo cual generó polarización e inconformidad entre la comunidad. En su mayoría el municipio estaba estigmatizado por sostener una influencia del Partido Liberal como del Partido Comunista, y poco a poco se reconoció como un “pueblo guerrillero”. Dicha configuración “partidaria” marcó la vida de sus habitantes conduciendo a un exterminio político que, en este caso, tuvo implicaciones nacionales. Esta dimensión agraria de la violencia corresponde a una de las condiciones estructurales que han influido directamente en la producción de los cultivos de la zona y la medida en que los grupos paramilitares fueron los principales en tomar posesión de dichas tierras entre 1984 y 2001, desde el asesinato de líderes sociales y las desapariciones de miembros de la comunidad. 

 

Para de la reconstrucción de El Castillo, los campesinos partieron de los principios esenciales del derecho natural que son la libertad, el derecho y la ley, con el fin de construir un pacto que genere confianza entre ambas partes. El renunciar o transferir dicho privilegio permite que otro pueda disfrutar de los beneficios de ello, por ende, debe concebirse como algo recíproco, con el fin de generar una condición de homogeneidad y partir del principio de igualdad.  

 

En este orden de ideas, la garantía de la vida y muerte en un territorio viene desde el apoyo que el Estado brinde desde el Acuerdo de Paz y así mismo, de las dinámicas sociales y culturales que sus habitantes han construido desde el momento de su retorno. Ahora bien, ello puede visualizarse desde una óptica maquiavélica que, sin lugar a dudas, expone dos dinámicas. La interna que se refiere a la garantía de la libertad y la externa a la conquista del hombre sobre su entorno. De tal manera, la negociación entre las partes debe contemplar la vía en cómo se expresa el poder, puesto que todo lo que hace parte del suelo es una contención propia del Estado.   

 

En esta medida surge la Asociación de Municipios del Ariari (AMA), como un ente regulador y promotor de la asociatividad y mejoramiento de la calidad de vida de los campesinos de la zona. Fue fundada por varios alcaldes de la zona entre ellos Henry Beltrán (ex alcalde de Lejanías) y Euser Rendón (ex alcalde de El Dorado), ello se convirtió en un nuevo comienzo para la comunidad campesina, siendo una oportunidad para avanzar y progresar dejando a un lado conflictos políticos y diferencias ideológicas. Por lo tanto, factores como la educación, la asociatividad, la gestión conjunta de recursos y la convivencia sana se fueron impregnando en la identidad colectiva de estos municipios que estaban agotados de sufrir las consecuencias de una guerra despiadada. 

 

Ahora bien, Asocamprocas fue creada cuando su fundadora, Enith Medellín, víctima de desplazamiento forzado, volvió en 2015 al municipio de El Castillo. En sus planes estaba establecer un espacio de reconciliación y ayuda entre familias campesinas que con su potencial y cultura se transformara en el lugar ideal para las oportunidades. Su postura iba dirigida a los puntos de restitución de tierras firmados en el Acuerdo de Paz; los que sin duda fueron claros y contundentes al momento de ponerlos sobre la mesa, en el momento de establecer ayuda entre familias.   

 

La ausencia del Estado durante el conflicto dio a entender que la productividad de la tierra llanera era vista como el tesoro del barco pirata de Colombia, en cuestión al narcotráfico y violencia de los últimos cincuenta años. No obstante, el desarrollo y el empoderamiento ciudadano obligó a los campesinos a establecer mecanismos autónomos de participación y gestión de los recursos, a partir de sus necesidades. Inicialmente el reconocimiento a las víctimas se impuso como un punto clave para la Asociación, puesto que dentro del marco constitucional debe primar la libertad de los ciudadanos en relación con el Estado. En esta medida, el paradigma de las familias aliadas se fortaleció, a partir de un proceso de reflexión desde el desgaste que les causaba vivir con profundas incógnitas, como ¿en qué medida se recupera la identidad campesina? y ¿hasta qué punto el perdón elimina sufrimiento y desilusión? 

 

Claro está que la identidad de los habitantes del municipio y el futuro de sus hijos estaría encaminada en la reparación, a partir del emprendimiento. En este caso, se inició con la producción de plátano y yuca, los cuales se transforma en materia prima que más adelante, permite crear productos innovadores como lo son las rosquitas de plátano, harina de plátano, galletas de plátano, arepas de yuca y avena de yuca, entre otros. De esta manera, se ofrece una alternativa de ingresos para quienes están cansados de los bajos costos de compra de la materia prima y por supuesto, para un espacio de colaboración mutua y asociativa.  

 

El equipo de la Asociación consta de un 80% de mujeres campesinas y un 20% de hombres campesinos que han sido motivados, a raíz de las ideas y planteamientos que Enith Medellín ha velado por inculcar para unas mejores condiciones de vida para el sostenimiento y bienestar de la comunidad. Consecuentemente, el rol de la mujer campesina ha sido moldeado a uno mucho más participativo desde su puesto de trabajo; no solo se dedica a los cultivos y sostenimiento del hogar, sino que adquiere un rol administrativo dentro de la planta de producción, a partir de la supervisión y el mercadeo de los productos destinados a la venta dentro del municipio y los pueblos vecinos.  

 

La construcción de democracia para la paz en El Castillo, tiene su enfoque en el proyecto que se presenta como una demanda general de transición a la democracia que la inmensa mayoría de los colombianos exige y que incluye a los campesinos como actores políticos con plenos derechos. Debido a este llamando, la presión social da paso al cese del fuego cruzado y en efecto, produce un empoderamiento pacifista de los principales actores implicados en el conflicto. Asocamprocas es el punto para un llamado a la pluralidad y la construcción de paz, a través de diferentes visiones del conflicto que convergen en una conversación y movimiento. El ejercicio de democracia y recuperación de territorio nace desde la implementación de una cultura asociativa y la confianza, puesto que han sido los ejes transversales de la organización, facilitando la optimización de procesos y la apropiación de estas dinámicas por parte de sus miembros.  

En este orden de ideas, el contenido y desarrollo de la participación de los campesinos reinsertados en el municipio y labores de su cotidianidad demuestra que la democracia colombiana se dirige a la nación en el marco de la legalidad como principio para la acción administrativa. La administración de la economía y la dignidad humana ligada a la autonomía de desarrollar un proyecto vital, donde los sujetos son morales y libres. 

Por lo tanto, contribuye a la difusión de una cultura que es la afirmación de los valores esenciales de la nacionalidad colombiana y el fortalecimiento de la democracia. Por otro lado, las transmisiones no pueden atentar contra los principios constitucionales, las leyes de la república o la vida, honra y bienes de los ciudadanos. Entretanto, el Estado evalúa las vías, en donde sus organismos continúen apoyando equilibrios mínimos en la distribución de los bienes para alcanzar más territorios en el país desde la agricultura y el emprendimiento.   

 

Los municipios de la zona del Alto Ariari, en especial El Castillo, se mantienen en la reconstrucción del tejido social a través del emprendimiento y la asociatividad que, en parte, los miembros de Asocamprocas han tenido al erradicar barreras mentales que en su momento fueron su mayor obstáculo para salir adelante. Su producción ha fortalecido la confianza en el ejercicio del Estado por promover espacios de convivencia aptos para la equidad y el diálogo, donde se abre una reflexión respecto a los lazos que deben prevalecer.  

 

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