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CRÓNICA

“Caminante, se hace camino al andar”  

Diario de una Esperanza: Misión País Colombia 

Una crónica de lo sucedido entre el 6 y el 18 de junio en una experiencia inigualable, llena de esperanza, servicio y amor por la vida, que no deja de invitarnos a compartir la vida y hacer contacto con las comunidades a lo largo y ancho del país.  

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Por: David Alejandro Cáceres Guerrero 

Han pasado 55 días desde que llegué a Bogotá. El sentimiento de esperanza sigue siendo casi que el mismo, después de haber vivido una experiencia que quedará marcada para siempre en la mente y corazones de quienes tuvimos la oportunidad y el privilegio de tener contacto con un corregimiento al noroccidente del país, a las afueras de Cartagena de Indias. Con un mar abrumante, unas olas apabullantes y una tranquilidad ensordecedora. Las imágenes vivas, los olores, el calor y la gente son la llama viva que no deja que ese sentimiento de esperanza decaiga. Y si bien reencontrarse con la realidad genera un efecto de shock inevitable, el ser humano siempre busca refugio en sus recuerdos, tal como lo hago yo escribiendo esta crónica. 

1:00 pm del 6 de junio de 2023: a las 3 de la tarde tomaba partida el bus que llevaría a los misioneros a sus distintos destinos en las afueras de La Heroica. Me encontraba, sinceramente, algo estresado pues empacar la maleta nunca se me ha dado bien y ya estaba al límite de tiempo. De seguro que dicho afán inhibió el darme cuenta del sentimiento que inundaba mi ser, un miedo infinito por lo que los próximos 12 días iban a significar en mi vida, y por lo que esperaba significar en la de otros.  

Llegaría el momento de subir al bus, dejando atrás pensamientos, inquietudes, corazones y todo aquello que de un modo u otro hacía parte de una vida aventurera, pero rutinaria. Recuerdo irme con Juan Martín, uno de mis mejores amigos y tal vez la única persona que conocía profundamente en ese bus, el ser humano como siempre, buscando lugares seguros. El trayecto de 20 horas estuvo lleno de chistes, conversaciones melancólicas y un compartir, tal vez excesivo pero insuficiente, de expectativas.  

Una vez ya en Cartagena, cada grupo emprendió viaje hacia sus lugares alrededor de la ciudad. Sin embargo, para sorpresa de quienes el destino nos había mandado a aquel corregimiento que mencioné al inicio de esta historia, en virtud de distintas razones no pudimos llegar ese día, sino que, por el contrario, nos correspondió quedarnos con otro grupo en Punta Canoa. Dormimos esa noche allá. Y por el momento, éramos sólo 4 personas; Roberto, Luisa, Camila y el suscrito, compañeros en la Misión.  

Al día siguiente, todo siguió su orden lógico y finalmente nos avisaron que podríamos dirigirnos hacia nuestro destino, con un detalle muy particular: no solo iríamos los 4, sino que, en un universo paralelo, otro grupo de misioneros no pudo quedarse en su lugar y decidieron unirnos en uno solo. Llegamos primero nosotros, que veníamos de Punta Canoa, a eso de las 7 de la noche. El pueblo estaba adormecido, y nosotros gozábamos de la tranquilidad de tener un lugar en el cual quedarnos. No demoró en irrumpir la sorpresa. Lucía, Jean, Lucas, Angie, Diana, Ángela, Anix y Laura, entraban por la puerta del que por los próximos 12 días iba a ser nuestro templo de sueño, risas, llanto, amor y euforia. Nos hicimos un solo grupo y en ese momento podía decirse que empezaba formalmente la tarea, encontrándonos, por destino o casualidad, 12 personas que unieron sus vidas para poder acontecer, compartir la vida y disponerse a vivir para servir, todo para dicha comunidad y en parte, para nosotros mismos. Manzanillo del Mar, es el nombre del corregimiento que nos acogió y nos regaló tantas cosas.  

Lo primero, al día siguiente, fue hacer un reconocimiento del territorio, donde ya íbamos percibiendo ciertas ideas que luego, algunas, se irían afianzando como conclusiones. El abandono estatal es muy marcado, así como también una multiplicidad de dinámicas comunitarias que denotan violencia y machismo. Por otro lado, también nos encontramos con sonrisas de esperanza, de ilusión y de lucha. Un ecosistema precioso que se ve en peligro ante el acecho de los hoteles que colindan con el pueblo. Y así, una infinidad de circunstancias que algunas nos hacían vibrar de dolor y otras de regocijo y gratitud.  

Después de hacer el reconocimiento, nos reunimos para, teniendo en cuenta la unión de los dos equipos, replantear ciertas actividades y organizar los materiales, pensando en las cosas que habíamos evidenciado. Terminada esa labor, fuimos a ver el atardecer. Esa fue la primera vista directa hacia el precioso mar de Manzanillo, palpamos la arena donde quedarán guardadas para siempre ilusiones, energías y, sobre todo, grandes conversaciones.  

En la mañana de un sábado 10 de junio, empezamos las visitas que son una suerte de acercamiento que se hace en Misión con la comunidad, donde pasamos por las casas de las personas a presentarnos, oír historias, preguntar por la vida y en general, a compartir las circunstancias que se viven en el corregimiento, abrazando y escuchando activamente lo que la gente, muy amablemente decide comentarnos. A las 3 de la tarde de ese día, tuvimos nuestra primera actividad con los niños de la comunidad, donde realizamos un rompehielos que permitió, a través de la música y el juego, conectar con ellos. Recuerdo con mucho amor sus tímidas sonrisas que luego se irían convirtiendo en lazos más fuertes.  

Ese mismo día, hacia las 7 de la noche ocurriría uno de los momentos que más marcó mi Misión. La lluvia era intensa y el calor sofocante, pero eso no fue impedimento para aceptar un partido de fútbol en el parque de Manzanillo, al cual unos niños que habían estado en la actividad de la tarde nos habían convidado. Estoy seguro de que, con el permiso de la vida, en 50 años será uno de los instantes que recuerde con mayor vívidez y nostalgia: estar, bajo la lluvia, haciendo una de las cosas que más me gusta, con gente que no conocía y a cientos de kilómetros de distancia de mi hogar, viendo el ímpetu de los niños por no perder el balón y también su sagacidad a la hora de hacer respetar las normas del juego. Sigo impresionado por la habilidad que tienen para jugar descalzos y tirar unas gambetas que ni el mismísimo Ronaldinho. Que lindo es ver como una comunidad se puede unir a través del deporte y que triste, al mismo tiempo, ver como la falta de oportunidades genera que el talento que, así como en Manzanillo, está a lo largo y ancho del país, quede desaprovechado. 

Me es inevitable contar esta historia y no hablar de Manu, un jesuita en formación que nos acompañó durante el tiempo de Misión. Él es originario de Paraguay, y nos compartió toda la cultura que aflora a través del “mate” y el “tereré”, dos bebidas que crean el ambiente idóneo para un compartir de sentimientos, ideas y mociones que surgen desde lo más íntimo del espíritu.  

Así siguió el transcurrir de los días, entre actividades, afanes, tranquilidades y fuertes emociones. Hicimos largas caminatas, tuvimos el privilegio de escuchar historias muy valiosas, llenas de poder de transformación. A medida que nos íbamos inmiscuyendo más y más en las dinámicas de la comunidad, la conexión y amor crecía de forma inconmensurable. Todo corría entre muchas circunstancias que en el momento eran difíciles, pero ahora las miro con agradecimiento. Se nos fue el agua como 4 días, al punto que debíamos ir a recoger al mar para hacer distintas tareas. Nos dirigíamos incontables veces hacía la tienda en busca de bebidas hidratantes o de un helado que calmara las ganas de algo refrescante. Pero lo verdaderamente refrescante eran las conversaciones, los sentimientos y la admiración que se iluminaba en esas caminatas.  

Así mismo, con el equipo vivimos muchos de esos instantes que acogen el corazón con una manta y lo llenan de alegría, cuestionamientos y confrontaciones. Dentro de esos, recuerdo las historias hasta la 1 de la madrugada, el preparar la comida juntos o el esperar el turno ya que teníamos un baño para 12 personas. Sin dejar de mencionar cierta nevera que se convirtió en objeto de risas para Laura y para mí, en búsqueda de algo frío dentro de tanto calor. Tampoco puedo dejar por fuera los signos de deshidratación o el sarpullido que me dio gracias al calor, que generó que me tuviera que ausentar de algunas actividades. Agradezco la compañía de quien estuvo ahí en esos momentos. No se puede olvidar, de ninguna de las maneras, la pausa ignaciana. Creo que es importante plasmarla acá por el poder que esta tiene para ser un espacio de introspección, de revisión personal y compartir mutuo, donde nuestro ser vulnerable sale a flote y permite ver la faceta más auténtica de las personas.  

Todo lo anterior para llegar al momento que, personalmente más me marcó dentro del desarrollo de la Misión. Era el jueves 15 de junio, y yo me tuve que quedar un rato en la habitación pues el sarpullido todavía estaba presente en mi cuerpo. Poco a poco me fui sintiendo mejor así que decidí ir a la actividad con mujeres que era a eso de las 7 de la noche. Llegué allí, y en las sillas de la Iglesia estaba una niña de 9 años dibujando, Lucas estaba con ella y me llamó. Apenas vi lo que estaba esbozando salté de alegría, pues era un dibujo de Messi, quien es mi deportista favorito e ídolo de siempre. Pero no quedó ahí, Lucas le dice a la niña: “dile a David que quieres ser cuando grande”. Yo atento, me intereso por lo que está a punto de decir, sin saber que con esas 5 palabras marcaría mi vida para siempre. “Cuando grande quiero ser abogada”, dijo. No supe cómo reaccionar más que con lágrimas en mis ojos, pues yo en este momento tengo la oportunidad de estar estudiando Derecho, carrera que enmarca mi principio y fundamento. No sabía ni que decir ni que hacer, era una mezcla de la más pura esperanza que jamás había sentido con la mayor impotencia de saber que no lo va a tener fácil. Me comentó que su deseo venía de su intención de querer ayudar a las personas. Palabras que siguen retumbando en mi corazón pues con esa corta interacción me recordó el porqué de muchas cosas, y en cierta parte, le dio sentido a lo que estoy haciendo. Lo anterior me lleva a una pequeña reflexión y es que uno muchas veces va a este tipo de experiencias queriendo dar, ofrecer, llevar o regalar sin saber apreciar la reciprocidad en dichas relaciones. Pues creo, en este humilde momento, que es más lo que uno se lleva de estas personas que lo que uno está en capacidad de ofrecer.  

Llegamos al final de la experiencia, con una serie de sucesos que lo harían todo más especial. La despedida con los niños fue conmovedora, así como dolorosa. Pero parte de la vida del misionero es partir con todo lo que eso significa. De igual manera, hicimos un cierre solemne con el equipo, donde pudimos agradecer y agradecernos por todo. Por compartir la vida.  

Son muchas las ideas e instantes que se me quedan por fuera. Ya después vendría el viaje de regreso a nuestros hogares, con la sensación de que la vida, sea como fuera, había sido transformada. Con miles de vivencias en los recuerdos, y con muchos motivos para vivir en la gratitud.  

No puedo cerrar esta crónica sin hacer una referencia reflexiva a lo que materialmente significó esta experiencia. Y es que, sin duda alguna, reafirmó mi amor por Colombia, una patria que se está reconstruyendo, con muchas heridas por sanar y con muchos retos por afrontar. Colombia es un país mágico, no solo por sus paisajes y su diversidad. Si no, sobre todo, por su gente. Cada sonrisa de cada niño con brillo en sus ojos reafirmaba que el objetivo de todo esto, es servir. Es contribuir a la construcción de un país más humano, más digno. Creo firmemente, como joven, que el futuro es nuestro. Lo tenemos en nuestras manos y en nuestros corazones. Como diría esa canción de Fito Páez que marcó la Misión: “¿Quién dijo que todo está perdido?, yo vengo a ofrecer mi corazón”. Tenemos todo por ofrecer y por compartir, hay que atender con honor y dignidad al llamado que un mundo herido nos hace. La esperanza es el norte, nosotros somos su instrumento. Los trabajos de estos años, el estudio, las experiencias, hacen parte de esa máxima con la que muchos afortunados hemos tomado la decisión de vivir nuestra vida: “Ser Más para Servir Mejor”.  

Gracias Manzanillo del Mar. Gracias Thiago, Velaska, Yvonne, Alexandra, Celsa y todos. Gracias Roberto, Luisa, Camila, Lucía, Jean, Lucas, Angie, Diana, Ángela, Anix, Manu, Juan Martín y Laura. Gracias por absolutamente todo, pues estaré eternamente en comunión con la intensidad que viví aquellos doce días que ahora son un recuerdo vivo de que servir y amar son la luz que ilumina un mundo, a veces, muy desesperanzado.   

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