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EN EL HUECO

"El juez es el cargo público más importante del siglo XXI"

De San Juanito a la Corte Suprema de Justicia:
Una vida dedicada a la Rama Judicial

Foro Javeriano tuvo la oportunidad de sentarse a hablar con el nuevo Vicepresidente de la Corte Suprema de Justicia, el Dr. Octavio Tejeiro, quien con la calidez que tanto lo caracteriza, nos contó sobre su vida, el derecho y la carrera judicial.

octavio tejeiro.HEIC

Fuente: Archivo personal 

Por: David Alejandro Cáceres Guerrero y José Javier Osorio Quintero

Octavio Augusto Tejeiro Duque es oriundo de Villavicencio, está casado con Patricia Carrillo y tiene tres hijos: David Augusto, Juan Felipe y Octavio Andrés. Ha dedicado su vida al ejercicio del derecho, mayoritariamente desde la rama judicial, hoy en día es el Vicepresidente de la Corte Suprema de Justicia. El derecho para él es su esencia; nunca se imaginó haciendo otra cosa.

 

Al preguntarle por sus primeros años, nos contó que estudió en la escuela John F. Kennedy de Villavicencio y recuerda con cariño como vivía prácticamente al frente de la institución. Por un paro que hubo en el colegio, sus papás decidieron cambiarlo a una institución privada, donde terminó el bachillerato en 1979 para seguidamente iniciar sus estudios de derecho en la Universidad La Gran Colombia, sin en ese momento esperar la gran carrera que se le aproximaba. La decisión sobre qué estudiar siempre estuvo muy clara. Por la naturaleza de su colegio, lo tentaron varias veces para ser religioso y hasta estuvo en un retiro vocacional para futuros congregados, nos comentó que incluso ahí mostró su ímpetu por estudiar derecho, pues en la última noche tenían todos que decir que querían hacer. Justo cuando estaba cerca su turno, el compañero de al lado, sabiendo que no iba a optar por la vida religiosa, le preguntó que qué iba a decir, a lo que respondió “pues que voy a ser abogado y desde mi condición de abogado servir a la humanidad”.

 

El Doctor Octavio no siempre quiso ser juez. Cuenta con gracia que apenas culminó el pregrado montó una suerte de oficina en el garaje de su abuela, puso un letrero y en 5 meses no entró nadie. A excepción de las moscas y su abuela, que sagradamente le llevaba las onces. Su error fue abrir una oficina sin antes hacerse un nombre.

 

Buscando nuevos horizontes, recurrió a un magistrado del Tribunal Superior de Villavicencio, esperando una oportunidad para ser juez. El magistrado le preguntó que si le gustaría serlo en cualquier parte, el Dr. Tejeiro no dudó en decir que sí. Fue enviado a San Juanito, un pueblo que para ese entonces no tenía más de 500 habitantes en el casco urbano.

 

Sus aventuras en San Juanito le dejaron grandes aprendizajes, pues fue toda experiencia desde el minuto cero. Resulta que al pueblo no se podía llegar directamente en carro, por lo que la única opción que tenía era, en una camioneta power, acercarse a él “Calvario”, para posteriormente dirigirse en caballo hacia su lugar de destino. Cuando finalmente llegó, lo recibió un administrativo de Telecom, quien le dijo “¿usted donde estaba?, hace 5 días llegó el telegrama de su nombramiento”. Como era habitual para todos los jueces que llegaban a San Juanito, se hospedó en una habitación arrendada por el profesor Martín Alvarado. Esa misma noche hubo una reunión con todas las personalidades del pueblo, que no eran más de seis. El día siguiente inició su carrera judicial.

 

Al preguntarle por la naturaleza de las controversias que tuvo que dirimir en San Juanito, nos contó que no habían más de veinticinco expedientes y que en toda su experiencia, los casos que más vio fueron procesos ejecutivos, lesiones personales y uno que otro matrimonio. No nos dejaba de generar curiosidad, como un joven de 23 años se sienta, por primera vez, a redactar una sentencia. Los códigos, que tantas canas nos sacan a los estudiantes de derecho, fueron su mejor aliado, además de varios libros que lo acompañaron durante su periodo allí.

 

Finalizando sobre los inicios de su vida, hizo hincapié en algo que nos pareció muy interesante; “si no hubiese sido juez en San Juanito, no sería hoy en día Magistrado de la Corte Suprema de Justicia”. Resalta que el tener que enfrentarse solo a dicha experiencia lo volvió muy recursivo, en sus palabras, “sentirse solo contra la pared, es extremadamente formativo”. Lo anterior porque, ante la duda no tenía a quien acudir. Él era la persona más estudiada del pueblo y quizá el único con conocimientos jurídicos.

 

Ha tenido muchas oportunidades para conocer de la Rama Judicial. Fue juez en San Juanito, luego en Puerto López, en Restrepo, en Acacías, en San Martín y en Villavicencio. Fue Magistrado Auxiliar del Consejo Superior de la Judicatura, Magistrado del Tribunal Superior de Villavicencio y de Medellín. Finalmente, llegó a la Corte Suprema de Justicia.

 

Su primera llegada a la Corte Suprema de Justicia fue en calidad de Magistrado Auxiliar. Llegó a ocupar el asiento de otro gran abogado que había muerto fruto de estrés laboral. A pesar de este abrebocas de lo que sería la carga de su trabajo, llegó convencido de lograr un cambio.

 

Otra de sus grandes pasiones es la de ser docente. Su primera experiencia como educador fue en Puerto López, pues el rector de un colegio allí le ofreció ser profesor de historia. Nos contó muchas anécdotas al respecto, pero una que no puede dejar de plasmarse en este escrito es como, de repente un día, no pudo entrar al salón para dictar su clase. Intempestivamente, sus alumnos trancaron la entrada y salieron con pancartas en su contra; “abajo el Rajón Tejeiro”. La historia termina con que renunció al frente del rector y de los alumnos, a lo que siguió una efusiva celebración por parte de estos últimos.

 

Dictó clase en la primera facultad de derecho que se abrió en Villavicencio. Comenzó impartiendo la clase de “derecho indiano”, posteriormente le dieron la cátedra de “Romano” y todos los caminos lo llevaron al procesal civil. Al punto de que los estudiantes al encontrárselo el primer día en una clase no pensaban más que, “otra vez Rajeiro”.

 

Todo este camino, hubiese sido imposible sin su familia, pues siempre estuvo muy presta a los cambios de locación que surgieron por su devenir profesional. El apoyo fue incondicional e hizo que todo fuese más sencillo.

 

Uno de los temas que más nos emocionaba tocar, era sobre la carrera judicial, pues nosotros como estudiantes de derecho, hemos tenido oportunidad de notar la transigente invitación que la sociedad nos hace a considerar el servicio a la rama como futuro profesional. Sobre este particular, el Dr. Tejeiro nos comenta que ese nicho tiene dos mundos de bondades inigualables. Por un lado, están las personales: independencia, autonomía y estabilidad. Un juez es su propio jefe y la seguridad que brinda entrar a la rama judicial por concurso, es inigualable. Eso sí, no deja de darle importancia a la responsabilidad que tienen los que contemplan esta opción de prepararse bien, pues el concurso de méritos es muy exigente. En otra arista, están las ventajas sociales, es enfático en que es el cargo público más importante, pues el siglo XXI es el de los jueces. Las tutelas, los habeas corpus o las acciones constitucionales son solo unos de los mecanismos que permiten que un juez tenga un altísimo impacto social.

 

Esbozó un paralelo muy interesante: el siglo XIX fue el de los parlamentos, pues tras las ideas de la ilustración vinieron una oleada de revoluciones que buscaban llevar el poder a los parlamentos en quienes se confiaba la guía del Estado para una vida mejor. El siglo XX fue el de los ejecutivos, la gente dejó de creer en los parlamentos y empieza a creer en los caudillos “confiemos en uno solo, porque confiamos en muchos y nos fallaron”. Finalmente, el siglo XXI es el de los jueces; aparecieron las constituciones para ponerse por encima de los códigos y le otorgan, generalmente, más independencia y facultades al poder judicial. Un claro ejemplo que sostiene su argumento es la existencia de la acción de amparo o de tutela. Ahora, con un papelito, un ciudadano puede reclamar inmediatamente la protección de sus derechos fundamentales. Asimismo, las grandes transformaciones de este siglo se están dando a través de los jueces: temas de aborto, género o eutanasia, son solo unas de las materias que han progresado por decisiones judiciales.

 

Sobre la congestión judicial, que es uno de los problemas más caóticos que como sociedad nos asiste, el Dr. Tejeiro afirma que no es un tema solo de los jueces, sino de la naturaleza y cultura del conflicto. En primer lugar, destaca la responsabilidad que tiene el Estado en la asignación de recursos y los presupuestos organizacionales. Luego, resalta que también es un problema cultural. No estamos preparados, como sociedad, para solucionar nuestros conflictos; desde el ego hasta la indiferencia son causales por las que el diálogo está relegado a un segundo plano, por eso es menester educarnos en la resolución de nuestras controversias. Los procesos judiciales no son la única alternativa, y hay que tener claro un balance de pérdidas y ganancias antes de acudir a la jurisdicción. En sus palabras, “un proceso de 8 años cuesta dinero, pero eso no es lo más importante, cuesta sueño”. En tercer lugar, hace una crítica a la falta de cultura litigiosa de los abogados. Los que se dedican a esta profesión y los que pretendemos dedicarnos tenemos que tener claro que cosas como las dilaciones, deben quedar fuera del juego de la estrategia. Otra de las causales a las que hace referencia, es a la falta de educación gerencial de los jueces: un juez es un administrador de talento humano, más que un jefe, debe ser un líder. La integridad es clave para un desarrollo satisfactorio y eficaz.

 

Finalmente, después de una gran e inspiradora charla, no podíamos dejar de preguntarle por un consejo para quienes estamos en aras de ejercer el derecho. El Dr. Octavio, dice, sagazmente, que no hay nada mejor que a uno le paguen por divertirse, por hacer lo que le gusta. Si uno lo tiene muy claro, que trabaje y luche por eso, si no, también es válido dejarse llevar; como a él, la vida misma nos puede conducir a encontrar nuestro lugar en el mundo. Subraya la importancia de ser personas abiertas, de conocer otras culturas e impregnarse de lo que son.

 

Concluye con una analogía muy bonita, pues, así como el aprendió a montar caballo sin tener ni idea, todos nos enfrentamos a nuevas experiencias que pensamos que son imposibles, pero hemos de entender que uno puede aventurarse a cosas que no ha hecho nunca y salir airoso de ellas. Cita a Henry Ford: “tanto el que cree que puede como el que cree que no, tienen razón”. Nos comenta que está convencido de que la vida es de creencias y de convicciones. De tomar la decisión y enfrentar al caballo que está por montar.

 

Alguna vez alguien le dijo que la Corte era para “élites” y el día de hoy, es el Vicepresidente de la Corte Suprema de Justicia.

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