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OPINIÓN

Preparación para un examen

Advertencia: Como lo indica su género, esta será mi posición frente a un tema seleccionado con anterioridad. No pretendo vender una verdad absoluta ni convencerlo. Si no está de acuerdo conmigo, lo invito a un café para charlar.

Por: Andrés Molina

Tengo que admitirlo: soy un fiel creyente de la educación, mas no del sistema educativo usado aquí y en la mayor parte del mundo. Con esto no pretendo levantar banderas contra un supuesto órgano opresor; por el contrario, considero que la única manera de que la sociedad progrese es mediante su instrucción, independiente de la técnica.

A pesar de los primeros tres años de mi vida, he sido un estudiante permanente, no por vocación, sino por obligación. Con el tiempo, es inevitable adquirir cierto apego a dicha posición, sobre todo por las prerrogativas que ello implica. Contar con la posibilidad de explorar un sinfín de contenidos y de enriquecer la curiosidad humana es una ventaja que no todo el mundo tiene. Fíjese usted, tampoco se puede ignorar los descuentos en las entradas a los museos, galerías y ciertas bibliotecas por ostentar dicho estado de discípulo.

Ahora bien, con tanta longevidad en el cargo, también se hace evidente las falencias que tiene el sistema educativo. Sin perjuicio de los estudios que analizan el sistema educativo como un conjunto, tomando en cuenta variables, creando hipótesis y poniéndolas a prueba, considero que el verdadero problema radica en el enfoque del método de enseñanza.

No me mal interprete: no hago referencia a los contenidos que las diversas asignaturas pretenden enseñar, aquello resultaría un estudio tedioso e inocuo para este formato. Lo que verdaderamente crítico son los eventuales resultados que son alcanzados. Cabe entonces, preguntarnos: ¿a qué nos estamos preparando? ¿a un simple examen o a una vida profesional por delante?

De arranque, la respuesta resulta obvia para cualquier estudiante: nadie realiza tremenda inversión de tiempo y dinero para prepararse únicamente a la época de parciales o finales. Sin embargo, esta predisposición no es fijada de manera consciente sino accidental, es un fruto derivado de la presión que proporciona el régimen de calificación. He ahí el error más grave del sistema de educación.

Fíjese bien, la mayoría de los estudiantes –incluyéndome– tienen como principal motivación una calificación deseada, siendo este el gran motor que los impulsa a estudiar. No se confunda: no creo que esta posición sea del todo incorrecta, pues al final del día, los humanos respondemos a estímulos.

Por el contrario, me parecería más adecuado que la motivación para estudiar provenga de otros incentivos, como las luchas sociales - que, por cierto, están en auge en este momento -, la ineficiencia del sistema judicial en Colombia, la indiferencia de la sociedad moderna, el calentamiento global y el riesgo que esto le puede traer a la existencia de la raza humana.  En fin, seguir enlistando causas, pero las palabras me apuran.

Seré sincero: no traigo ningún tipo de solución a la presión proporcionada por el régimen de calificación ni a la falta de incentivos que se evidencia en los estudiantes. Sin más, estas palabras resultan ser una perspectiva de alguien sin ningún tipo de autoridad en el tema, pues, por ahora, soy un vil discípulo del sistema que tanto crítico.

Algo mejor, nos merecemos algo mejor.

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