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Relato desde Techo 

UNA GRAN REVELACIÓN: CRÓNICA DEL PRIMER CLÁSICO FEMENINO 

En exclusiva FORO JAVERIANO asiste al primer clásico de la historia capitalina del fútbol profesional femenino.  

Por: Adriana Torres y Juan José Díaz

Era martes 16 de julio cuando me enteré de que en menos de 24 horas se estaría debutando el primer clásico de la liga profesional femenina en Bogotá. La razón por la que me enteré de este histórico encuentro fue por pura coincidencia, un amigo de la universidad me lo había comentado ese día. ¿Cómo es posible que esta noticia no estuviera en todos los periódicos, en todos los canales y en todas las emisoras? Por fin, después de que se jugará el primer clásico capitalino de la liga masculina 71 años atrás, tendríamos el primero de la liga femenina.  

 

Conseguir las boletas fue tarea fácil, y más aún cuando vi los precios. La boleta más cara era la de la tribuna de visitantes y no excedía los 35 mil pesos. Una boleta de la tribuna visitante en un clásico masculino oscila entre lo 90 mil pesos aproximadamente. La boleta más barata era de 10 mil pesos en la tribuna lateral norte; localidad que en un clásico masculino en el Campín cuesta el doble. Como buena hincha de Millonarios decidí vivir la experiencia de fútbol femenino desde la tribuna de mi equipo, pero quería a alguien más conmigo, alguien imparcial que fuera hincha de un equipo del que la gente también se burla: el América.  

 

Tuve que convencerlo de que usara una noche de su vida para ir a ver fútbol femenino, algo de lo que, estoy segura, mucha gente de nuestro contexto no estaría dispuesta a hacer. Así que cuadramos y el miércoles nos vimos en la Universidad para salir, no sin antes pasar el oso de pasear por el Giraldo con la camiseta de yiyos. 

 

Llegar al Estadio Metropolitano de Techo fue toda una aventura. Salimos de la 13 con 40 y el recorrido en Uber fue de una hora. Había mucho trancón, las calles eran completamente desconocidas y sentí un poco de miedo. Juan José molestaba en cada esquina diciendo que ya habíamos llegado, pero yo sólo veía potreros y el estallaba de la risa. Por fin llegamos a la localidad de Kennedy, y las 7pm anunciaban la llegada de una oscura noche. La entrada al estadio fue mucho más fluida de lo que esperábamos, aunque mi camiseta azul destacaba entre los barristas de Santa Fe que rodeaban el lugar donde nos dejó nuestro conductor. No había empezado el partido y ya había sentido más adrenalina de la que esperaba.  

 

A diferencia de lo que se vive en el Campín, donde dividen las filas por género y la requisada es eterna, sorpresivamente había muchas policías mujeres, que incluso duplicaban la cantidad de hombres, posiblemente porque se esperaba que la asistencia de mujeres fuera mayor esa noche. Esa estimación no podía ser más errada, puesto que hombres, mujeres y niños ocupaban las localidades con una asistencia mucho mayor de la esperada. 

 

El partido inició a las 7:30pm, justo cuando la luna llena acariciaba la grama del estadio de techo, dándole una especie de misticismo difícil de explicar. Estas son las palabras de Juanjo, que divagaba mientras comenzaba el partido para huirle al hambre y a la rabia de que la policía le había quitado sus cigarrillos.  

 

Sonaron los himnos y anunciaron a las jugadoras, no sin antes homenajear a Leicy Santos en su último partido con Santa Fe, pues su fútbol había sido de los pocos que había logrado cruzar el atlántico. Tanto ellos como nosotros aplaudimos un triunfo para el fútbol femenino colombiano. 

 

Tres poderosas árbitras dejaron estupefacto a Juan José con su belleza, quien pese a predicarse feminista, no se dio cuenta de que en un partido de hombres él jamás hubiera llegado a ese razonamiento. Nos empezamos a dar cuenta de que esto no iba a ser nada parecido a nuestras experiencias anteriores en un estadio. 

 

Los hombres no suelen ir a fútbol a admirar la belleza, tal vez para ellos sea eso un plus del fútbol femenino, pero puede convertirse nuevamente en la triste concepción de la mujer como objeto de espectáculo. 

 

Esto también ayudó a disipar mi ingenua idea de que los hombres que iban a ver fútbol femenino era por que creían en la reivindicación de los derechos de las mujeres, y me percaté de que había gente que solo perseguía la camiseta azul o roja, sin importar quien la portara. Fue confuso, porque apoyaban a las mujeres, pero no por ser mujeres, sino por jugar en una competición con la camisa de su equipo. El feminismo dejó de ser importante para ellos. 

 

No pensamos que fuera tan táctico. Las leonas se posicionaron con 4 en la línea de la mitad antes del saque, y apenas el balón se movió ínfimamente, salieron disparadas hacia el arco azul, fuertemente custodiado que disipó rápidamente el ataque. A medida que el partido transcurría salieron a la luz las conductas típicas de los estadios; los insultos al árbitro, las injurias a las jugadoras del equipo rival y las barras displicentes. La diferencia entre los insultos que se escuchan en el Campín y los que escuchamos esa noche era su contenido sexista, por obvias razones. “La juez está muy gorda”, le gritaban a la árbitra; “La tarjeta o la nalga” gritaban otros cuando la árbitra pitaba, a juicio de ellos, por una razón injusta. A las jugadoras se les trataba de “niñas”; podíamos escuchar comentarios como “ubíquese niña” o “niña bruta”, como si en el Campín alguna vez se escuchara la palabra “niño” para referirse a un jugador profesional.  

 

Me sorprendió no ver la espuma que usualmente los árbitros usan para demarcar la barrera en los tiros libres; no recuerdo haber ido a un partido en los últimos años en el Campín donde no se use espuma. ¿Si en el fútbol profesional masculino colombiano se usa la espuma, por qué no lo usan en el femenino? Simples detalles como este hacen ver la posición de segundo plato que vive el fútbol profesional femenino en nuestro país.  

 

Por más que el estadio metropolitano de Techo es un gran estadio, y sin intención alguna de demeritarlo, fue imposible ignorar la pregunta de: ¿Por qué este clásico no se jugó en el Campín? La respuesta es simple: alquilar el Campín es muy caro y al parecer para la junta directiva de Santa Fe esta ocasión no ameritaba esos millones. El próximo clásico será el sábado 3 de agosto, donde ahora Millonarios será local y se jugará en el Campín, pero por la única razón de que la liga masculina tiene esa noche un partido contra Jaguares. Como el estadio ya está alquilado ese día para la liga masculina pues de relleno que juegue la liga femenina también y así no pagan más. Triste.  

 

El primer tiempo acabó y el marcador seguía 0-0. En el medio tiempo no hubo ningún rastro de porristas, a diferencia de lo que se vive en el Campín, donde sin falta las porristas de Millonarios y Santa Fe se apoderan de esos 15 minutos; me alegró no verlas esa noche en el estadio de Techo, donde las únicas protagonistas de la cancha merecían ser las jugadoras.  

 

Después del medio tiempo llegó por fin el primer gol de la historia de los clásicos femeninos, nada más y nada menos que de mi millitos del alma. Lina Gómez fue la autora de este gol, quién después de anotar salió corriendo a la tribuna del equipo que esa noche era visitante y celebró con su hinchada.  

 

El partido ya iba 1-0, Millonarios estaba cerca de convertirse en el ganador del primer clásico femenino de la historia; título que Santa Fe en 1948 había logrado obtener al ganar el primer clásico de la historia en la liga masculina. Se podía sentir la tensión en el estadio, la tribuna de Santa Fe estaba muda y a pesar de que nos doblaban en hinchada se podía escuchar a la tribuna de Millonarios más alegre que nunca y cantando “y donde están que no se ven los h*** de Santa Fe.” 

 

Tristemente nos duró poco la alegría, pues Santa Fe no tardó mucho en empatar el partido con un gol de la cardenal Paola Sánchez. A pesar de que los esfuerzos de los dos equipos por llevar la delantera en el marcador eran infinitos, fue imposible que algún equipo saliera victorioso esa noche y el partido finalizó con el marcador 1-1.  

 

Un empate fue, tal vez, el inesperado mejor resultado que pudimos obtener. Juanjo y yo habíamos ido a ver fútbol antes, en Cali y en Bogotá, donde los partidos se desarrollaban de una forma mucho más violenta. Nos asombramos de la tenacidad con la que las jugadoras competían cada balón, iban hombro a hombro a luchar la recuperación de la pelota. Ninguna se caía, ninguna simulaba, ninguna empujaba o insultaba a su contrincante. Fue una lucha mucho más honrada, que nos desdibujó totalmente el arcaico concepto de caballerosidad en el deporte.  

 

Ver fútbol femenino es un gran espectáculo. Todos los estigmas que cargábamos – “que no son tan buenas”; “que es aburrido” o “que no tiene buen nivel” – se nos derrumbaron por completo. Ambos quedamos con ganas de seguir de cerca este torneo, con un nivel y una calidad deportiva mucho más alta de la que se suelen ver en las competiciones colombianas. 

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