PERFILES
50 años de docencia y trabajo por la Facultad
CARLOS GALLÓN
En esta edición de FORO JAVERIANO, el profesor Carlos Gallón Giraldo nos permite adentrarnos un poco en su vida, su trabajo al lado del Padre Giraldo, y nos comparte cómo ha influenciado su proceso académico y profesional a través de su vida.
Por: Alejandro Estrada Mejía
Él es Carlos Gallón Giraldo. A pesar de haber nacido en Medellín, al interior de una familia antioqueña, su niñez la vivió en Cali, donde estudió hasta 4° de bachillerato en el Colegio Berchmans. A los 15 años migró hacia Bogotá, donde terminó sus estudios en el Colegio San Bartolomé La Merced. En 1967 inició sus estudios de Derecho en la Universidad Javeriana.
Ha sido profesor de la Facultad desde 1972 hasta el día de hoy, pero lleva más de 50 años trabajando con la Universidad. Cuando cursaba su tercer año de carrera, fue nombrado secretario auxiliar de la Facultad de Derecho, dirigida por el Padre Gabriel Giraldo, en ese entonces decano de disciplina y vicerrector de la universidad. Cuenta que en para la época este cargo era una tradición desde el momento en que la facultad funcionaba en el claustro del Colegio Mayor de San Bartolomé en la plaza de Bolívar, a finales de la década de los años 40. En ese entonces, el Padre Giraldo asumió la decanatura y decidió nombrar a un estudiante para que colaborara en los asuntos administrativos de la facultad y designó a Álvaro Rivera Concha. Después de él llegaron otros estudiantes que tuvieron el privilegio de trabajar como Gonzalo Panesso, Roberto Suárez, Jorge Restrepo, Nelson Gómez, Carlos Delgado Pereira, Fernando Londoño y Mauricio Uribe. Siendo así que Carlos Gallón fue designado secretario en 1969 y ejerció sus funciones hasta comienzos del año 1973. Fue remplazado por Rafael Correal, el último de los estudiantes que recibieron ese privilegio, dado que el padre Giraldo murió. La escuela de derecho cambió sus dimensiones, se adaptó al cambio del mundo de los computadores y tuvo que contratar más operadores para cumplir sus propósitos con una dinámica diferente y acorde con los retos y transformaciones que ha venido exigiendo la vida moderna.
Nos relata que en la época en que comenzó a trabajar en la facultad como empleado de medio tiempo, la decanatura ocupaba un espacio conformado por tres pequeñas oficinas contiguas, que en total no superaban 70 metros cuadrados. Había un espacio central, con la puerta siempre abierta, donde el Padre Giraldo atendía personalmente a todos los profesores y alumnos, entre las 7:00 a.m. y las 12:30 pm. En las horas de la tarde abría su oficina a las 2:30pm y la cerraba entre las 6:00 y las 6:30 p.m.; así mismo, atendía también las visitas que le llegaban, con o sin cita previa, aunque frecuentemente la actividad continuaba después, a puerta cerrada, particularmente en época de admisiones, de exámenes y cuando se programaban reuniones del Consejo Académico. Estas últimas se realizaban en la segunda oficina, conectada por dentro con el despacho del Padre Giraldo y también servía como espacio reservado para atender las reuniones que exigieran alguna dosis especial de confidencialidad. Finalmente, en la tercera oficina, comunicada también por dentro con el despacho del padre, quedaba el escritorio del secretario auxiliar, quien compartía ese espacio con Luis Alberto Delgado y Víctor Bravo Casas, dos leales funcionarios que se encargaban del archivo y la producción de documentos, de escribir cartas, llevar el kárdex con las hojas de vida de todos los estudiantes y egresados y atender las labores meramente administrativas de la facultad.
En la facultad no había nadie más, salvo la señora Elvia, quien en forma abnegada y silenciosa se encargaba del aseo y de hacerle mantenimiento a la greca del tinto, labor que no le demandaba más de media hora al día. La facultad solo tenía un teléfono con línea directa y tres extensiones del conmutador central de la universidad, una para el Padre Giraldo, otra para el secretario y los dos auxiliares y otra para el salón del Consejo Académico. Todas las faenas de la facultad las atendían las cuatro personas que trabajaban allí, el Padre Giraldo, el secretario y los dos auxiliares, quienes se encargaban de la inscripción de los alumnos aspirantes a ingresar a la escuela de derecho; las entrevistas a los candidatos a ser alumnos, los exámenes de admisión, controlar y registrar los resultados de exámenes, las reuniones con el comité de admisiones, atender las matrículas, programar las clases, controlar el cumplimiento de los horarios y la asistencia de los profesores, el pago de la nómina de los profesores y de los examinadores secretos y de preparatorios, todo el proceso de presentación de planes de tesis y luego la recepción de los trabajos o tesis de grado, el proceso de calificación y aprobación y los recursos contra el rechazo de las tesis presentadas que daban curso al nombramiento de un segundo examinador: la publicación de las tesis, la ceremonia de grado, que incluía un examen, la toma de juramento y entrega del diploma, la elaboración de actas, la expedición de certificados, y todo lo concerniente al archivo. El archivo se encontraba guardado en aquella pequeña oficina del Edificio Central y nunca se perdió un solo documento.
“Como secretario auxiliar pude conocer a mucha gente. Entre la asistencia a los estudiantes para la inscripción de exámenes preparatorios, la recepción de tesis de grado, el envío al examinador secreto, la recepción de los conceptos de este y las diligencias de los procesos de grados, conocí a muchas personas de la generación de esa época e hice amistad con todos ellos, pues los acompañaba y los ayudaba en todo su proceso. Era mi deber asistir a las ceremonias de grado, recoger y leer las calificaciones del jurado examinador, elaborar y leer el acta. Frecuentemente los graduandos me invitaban a sus celebraciones y compartía con ellos y con los profesores y demás compañeros. Desde el punto de visa social, tuve la gran fortuna de conocer y tratar en forma personal a todos los profesores y también a muchos estudiantes que posteriormente han sido abogados destacados en el país.”
“Sin embargo, la mayor fortuna fue haber trabajado durante varios años con el padre Giraldo. Él me enseñó a aprender sin pedir explicaciones. Aprendí a trabajar como lo hacía él, y a anteponer siempre un criterio sano, lógico, jurídico; y, sobre todo, ético en la solución de los problemas que se me presentaban. Justamente encontré hace poco el borrador de un escrito mío, publicado por FORO JAVERIANO hace unos 15 o 20 años, en el que relataba que una de las principales enseñanzas que recibí del Padre Giraldo fue la de no preguntar lo que yo podía averiguar por mí mismo. Y me lo enseñó con cierta displicencia; al comienzo me llamó la atención que muchas veces, cuando yo le preguntaba algo, él me miraba y no me contestaba; yo le volvía a preguntar: ¿padre qué opina?; y él, finalmente, después de respirar profundamente para hacerme sentir mal; me decía: ´Carlos no hagas preguntas inútiles´. Finalmente entendí el mensaje y me acostumbré a no preguntarle sino aquello que fuera realmente importante. Sobre las demás dudas, aprendí a intuir las posibles respuestas, a poner en juego mi capacidad de creación y a enfrentar las realidades para proponer yo mismo las soluciones. Así experimenté una nueva forma de pensar; a hacer un juicio crítico de mis propias reflexiones y a buscar coherencia aplicando este principio que adopté como regla elemental en la vida personal, profesional, ética y familiar y que además contribuyó a mi proceso de formación.”
Así, este gran maestro nos contó que, después de haber terminado su carrera, el Padre Giraldo lo nombró profesor del Seminario de Derecho Civil. Comenzó a dictar clases y a tener una actividad de docencia casi ininterrumpida hasta el día de hoy. Ha dictado clases tanto en pregrado como en posgrado, pero nunca fue profesor en pregrado de derecho de familia, especialidad en la que ejerce desde la terminación de sus estudios. Sin embargo, fue profesor de esta asignatura en pregrado y en posgrado en otras universidades y fue y ha sido profesor de la especialización de Derecho de Familia, desde su fundación por el profesor Roberto Suárez en 1976. Luego fue nombrado director de la misma en 1989, cuando el doctor Suárez fue designado decano de la facultad, hasta el año 2016.
En 1991 fue distinguido por la universidad con la nominación de profesor titular de derecho de familia y en 1993 fue nombrado profesor de sucesiones, cátedra que durante los últimos 27 años ha dictado a los alumnos de pregrado de la facultad.
Después de haber terminado la carrera, tuvo también experiencias muy interesantes en su proceso de formación. Tal vez la más importante fue haber trabajado desde 1973 al lado de Álvaro Rivera Concha, fallecido hace un año, quien fue su profesor de Derecho Canónico. Su relación profesional se mantuvo hasta hace aproximadamente 10 años, cuando el doctor Rivera tomó la decisión de retirarse del ejercicio profesional. “Fue mi gran mentor, mi gran amigo, mi gran consejero; y, sin quererlo, fue quien se hizo cargo de consolidar mi proceso de formación y de estimular mi crecimiento en la vida jurídica y en la vida profesional. Un hombre de nobles sentimientos, de formación valiosa, de una calidad ética impresionante, un hombre recto, cristiano y justo…”
“Tuve la oportunidad de trabajar con él como patinador y cuando me gradué de abogado me propuso que fuéramos socios. Constituimos una sociedad que se denominó “Rivera y Gallón, Abogados Asociados” que operó muchos años; sin embargo, algún día decidimos que más que una firma lo que teníamos era una alianza de amigos que se estaba entorpeciendo por las cargas tributarias y contables y decidimos disolverla y liquidarla, pero seguimos manejando nuestro nombre corporativo, respetando los espacios y los ingresos de cada uno. Así seguimos funcionando muchos años, hasta que él decidió que su edad no le permitía ejercer más y se retiró físicamente de la oficina; pero continuó haciendo parte de ella, como miembro decano, consultor y consejero permanente. Actualmente nuestra oficina se llama - Rivera, Pinilla y Gallón -, en la que también están vinculados el doctor Álvaro Pinilla Pineda, abogado javeriano y profesor de derecho de familia de la facultad y mi hijo Juan Carlos Gallón Guerrero, quien a su vez ha hecho parte del cuerpo de docentes de la universidad. También hizo parte de la oficina mi hija, Susana Gallón, quien se retiró después de hacer su maestría en derecho en Berkeley porque fue designada en la Procuraduría y no puede ejercer privadamente la profesión por ocupar un cargo público. Cuando Álvaro murió, dejamos su nombre en nuestra pequeña oficina de abogados, como homenaje a su fundador, como compromiso ético de seguir los principios que él nos inculcó y como una especie de invocación para tener siempre presente de dónde venimos...”
“De mi proceso de formación tengo también el recuerdo de que en 1974 se produjo la elección del presidente Alfonso López, quien creó una comisión para cumplir la promesa que había hecho durante su campaña de combatir la discriminación contra la mujer y la de establecer el divorcio, supuestamente para que las mujeres pudieran liberarse del yugo del matrimonio. Obviamente, esa promesa tenía por objeto conseguir votos; y como presidente electo el doctor López se vio obligado a cumplir su ofrecimiento y creó una comisión que se encargó de redactar esos dos proyectos de ley. El proyecto de divorcio fracasó en una primera oportunidad, en la legislatura de 1974, por la fuerte oposición del partido conservador; y el proyecto de igualdad de derechos entre hombres y mujeres se convirtió en una ley de facultades extraordinarias que condujo a la expedición del decreto 2820 de 1974, que eliminó la potestad marital y marcó una importante conquista en el proceso de combatir la discriminación de género en el país. Como yo estaba escribiendo mi tesis de grado sobre el tema del divorcio, un amigo y compañero que trabajaba en el ministerio de justicia le contó al ministro lo que yo estaba haciendo y gracias a ello fui nombrado secretario de la comisión redactora del nuevo proyecto de ley que el Gobierno presentó en la legislatura de 1975 y que finalmente se convirtió en la ley 1ª de 1976. Entre mis funciones, tuve la de encargarme de contribuir a la redacción del proyecto y también la de hacer el “lobby” en el Congreso, de discutir el proyecto con senadores y representantes y buscar una conciliación para lograr la aceptación de una iniciativa que tenía muchos opositores; pero lo más enriquecedor fue haber trabajado con insignes juristas como Fernando Henestrosa, Marco Gerardo Monroy Cabra, Álvaro Pérez Vives, Hernando Tapias Rocha y Roberto Suárez Franco, con quienes, posteriormente, después de haber sido expedida la ley de divorcio integramos, por convocatoria del ministerio de justicia, otra comisión designada para redactar un proyecto de Código de Familia. Durante dos años asistimos a reuniones que se realizaban todos los viernes por la tarde. Produjimos el proyecto, pero quedó inédito, porque el Gobierno nunca lo radicó en el Congreso. Sin embargo, esta experiencia constituyó para mí una verdadera maestría en derecho de familia, pues recibí durante dos años, gracias a esta oportunidad, lecciones personalizadas de derecho de familia por parte de los mejores maestros de esta disciplina. Más adelante participé como miembro de la subcomisión preparatoria de la Asamblea Constituyente en Asuntos de Familia y después como miembro de la comisión redactora del proyecto de ley para la implementación del artículo 42 de la constitución de 1991, proyecto que tuvo mucha discusión y que finalmente se convirtió en la ley 25 de 1992...”
“Gracias a las lecciones del Padre Giraldo, soy una persona que pregunto poco, o simplemente lo hago para pedir una opinión, pero no para pedir instrucciones. Estoy acostumbrado a analizar las cosas, a correr riesgos y a tomar decisiones sin preguntar a otro qué haría en mi caso. No considero errado preguntar, pero primero me interpelo a mi mismo y trato de evitar preguntas a otros sobre lo que yo me siento capaz de resolver. Me acostumbré a poner en juego mi criterio permanentemente; y también a descubrir mis ideales, enfrentándome conmigo mismo, es decir, con mi formación y mi conciencia, y eso me ha hecho feliz...”
“Estoy todo el día activo, pensando, descubriendo, creando y solucionando. Posiblemente esa formación del Padre Giraldo, al haberme enseñado a trabajar al lado de él, me ha ayudado a cumplir mi deber con una alta dosis de alegría y de satisfacción. Podría decir con tranquilidad que en esta época de la pandemia que azota al país y al mundo no he tenido tiempo de aburrirme ni de amargarme. He tenido, en cambio, mucho tiempo para pensar en mí, en mis seres queridos y en mis amigos; y para amarlos mucho más. He tenido tiempo para reflexionar sobre la vida y la muerte, para entender que estamos en un estado pasajero y que seguramente pronto estaremos en otra mejor etapa de la vida.”
Así, este gran maestro concluye con una importante reflexión en el momento coyuntural que vivimos: “Me imagino que el cielo es un lugar donde todos estaremos conectados para amarnos; pero sin celulares, sin módems, sin teleconferencias, sin días y sin noches, sin límites de tiempo y espacio. No sé qué habrá en el cielo, pero pienso que esto que estamos sufriendo con la crisis de la Covid-19 se acerca o se parece a lo que los santos nos han dicho que vamos a encontrar allí. Yo me imagino que el cielo es un escenario de comunicación y que en la otra vida podremos realizar a plenitud el anhelo de compartir nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras experiencias con los demás. La vida exige conocerse a sí mismo, pero ese conocimiento es necesario para que las personas tengamos vida de relación. Nuestra vida interior es lo que tenemos para comunicar; no para intoxicarnos con nuestras propias deliberaciones interiores sino para compartir con los demás. Y esto lo hacemos a través de la comunicación. Quizás por ello se habla de la Comunión de los Santos. Todos estamos o debemos estar en comunión, aunque no seamos santos; pero estamos en contacto personal o virtual, trasmitiendo ideas y recibiendo mensajes. La función esencial de la docencia, que es la labor más noble de esta vida temporal es la comunicación. Y si aprendemos a conocernos, a reflexionar y a comunicarnos, a entendernos y a amarnos, podremos aprender a no hablar mal de los semejantes, a vivir en paz con los demás, pero principalmente, a vivir en paz con nosotros mismos.”
El profesor Gallón lleva 51 años trabajando con la Universidad; 49 años ejerciendo la profesión de abogado; 48 años como profesor de derecho civil, familia y sucesiones; y, además, 15 años dirigiendo la corporación sin ánimo de lucro denominada Asociación Cavelier del Derecho, fundada por el maestro Germán Cavelier Gaviria, que promueve el estudio de la ciencia del derecho, realiza talleres, foros y conferencias de educación continuada, concursos universitarios de ensayo y podcast; y también debates interuniversitarios (mout courts) en los que participan estudiantes de numerosas universidades del país. En estos eventos, la universidad Javeriana ha tenido una destacada y reconocida participación en diversas oportunidades. En 2019, la Javeriana ganó el concurso de debate sobre el derecho de la competencia; en el primer semestre de 2020 ocupó el segundo puesto en el concurso sobre derecho del entretenimiento; y actualmente se prepara para participar en un nuevo debate sobre el concurso sobre derecho de la competencia, “Hernando Agudelo Villa”, que se realizará en cooperación con el CEDEC, Centro de Estudios de la Competencia, órgano académico del Departamento de Derecho Económico de la Facultad, creado en 1977 por nuestra Universidad.