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ESPECIAL

Recorriendo los Cerros Orientales 

Caminos de los Cerros Orientales 

Senderismo en el microcosmos bogotano.

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Fuente: Pexels

Por: Santiago Roa Rivera 

Bogotá es una ciudad que no tiene mar ni río ni lago, ni siquiera fuentes, que creció y se expandió en un piedemonte, y en donde las pocas quebradas que aún no se han secado hoy circulan por debajo del concreto y los ladrillos. Sus humedales –rodeados por gigantescas urbanizaciones– son cada vez más codiciados por los tentáculos del crecimiento urbano, y sus ríos no son más que sucios canales de agua cuyo hedor fastidia a quien les pase por el lado. 

Sin embargo, allí donde no se ven, escondidos entre los cerros orientales, resisten los ecosistemas que ven nacer a los afluentes que nutren a toda la ciudad. Son más de 200 cuerpos hídricos los que conforman el tejido de aguas del microcosmos bogotano, inmerso en la cuenca del Orinoco y conectado con el mayor páramo productor de agua en el mundo (Páramo de Chingaza) y el páramo más grande del planeta (Páramo de Sumapaz).  

Todo aquel que pase unos días en esta ciudad no debería quedarse sin recorrer alguno de los senderos que le ofrecen los cerros orientales y que usualmente atraviesan alguna quebrada. Ha sido enorme el trabajo que han hecho estos años las alcaldías distritales y sus respectivas secretarías para adecuar y mantener de los caminos, lo cual ha hecho que sea cada vez sea mayor en la sociedad bogotana la presencia de la cultura del senderismo.  

El primero de los caminos que no se debería dejar de visitar es el que atraviesa el río (hoy quebrada) San Francisco. Llamado por sus primeros habitantes Río Vicachá “resplandor de la noche”, llegó a ser el río más caudaloso de la región y por siglos abasteció a todos los que habitaban junto a él. Vio erguir a la iglesia de San Francisco, emblemática para el centro de Bogotá y hoy fluye por Las Aguas, una de las construcciones más representativas de Salmona. El acceso al sendero se encuentra a unos pocos metros de la entrada del Cerro de Monserrate. Su ingreso es gratuito, pero se exige el registro electrónico de sus visitantes, y aunque es cierto que puede hacer falta un poco de señalización, una vez hecha la inmersión en la montaña, es alta la probabilidad de salir de allí con un sentimiento de conexión con el entorno.  

Unos kilómetros más al norte, en el barrio Los Rosales, se encuentra el complejo de la Quebrada de La Vieja. Majestuoso y encantador. Lo componen varios caminos, cada uno con diferentes atractivos. Por un lado, el Alto de la Cruz permite tener una panorámica muy completa de la ciudad, después de haber atravesado riachuelos, bosques nativos y otros cuantos de pinos. Por otro lado, el Mirador de La Virgen, que es el que menos esfuerzo físico exige, ofrece un avistamiento sin igual del interior de los cerros. Miente aquel que diga no sentirse conmovido después de sentarse por un rato a observar el movimiento de las nubes en las montañas y a escuchar el sonido de las aves que viven en los árboles. Por último, y no menos importante, está el Páramo Piedra Ballena. Quienes decidan emprender este camino podrán observar musgos y frailejones endémicos, lo cual no deja de sorprender si se tiene en cuenta su cercanía con el perímetro urbano de la ciudad. Para acceder a estos senderos es necesario también hacer un registro electrónico, que no toma mucho tiempo y sí merece toda la pena.  

Otros caminos que se pueden recorrer son: La Aguadora, ubicada en la localidad de Usaquén; el Páramo de Las Moyas, en la localidad de Chapinero; la Quebrada Las Delicias, también chapineruna; la Reserva Huisyzuca, al nororiente de la ciudad y el páramo El Verjón – Cruz verde, que comprende buena parte del suroriente de Bogotá. Sobra decir que Chingaza y Sumapaz, aunque también son una alternativa, no están siendo igualados al mismo nivel que los otros senderos. Su visita es una experiencia distinta y, por supuesto, tendente al sublime.  

Ciertamente, la gama de posibilidades y variables de caminos en los cerros no puede -ni podrá- ser descrita en unos pocos párrafos, empezando porque es ínfima la cantidad que ha recorrido el suscrito. Sin embargo, aproximarse a la cultura del senderismo y las montañas es una de las tareas más importantes para cualquiera persona que tenga una relación con Bogotá. Desconocer el arraigo a las montañas es impensable para cualquier bogotano y, al contrario, debería ser motivo de alegría tener tan cerca una vía de fuga y desconexión del desastre, la inmundicia y el desasosiego de la vida capitalina.  

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