top of page

PERFIL

“No hay mejor lugar para trabajar que un lugar de gente que lo aprecia y haciendo lo que a uno más le apasione” 

Armando Gutiérrez Villalba: Constancia y Disciplina 

En esta edición de Foro Javeriano nos adentramos un poco en la vida de Armando Gutiérrez Villalba, docente y abogado javeriano, socio de la firma javeriana Vélez Gutiérrez Abogados. Hablamos un poco de su vida, sus logros, algunas historias y una que otra lección de vida. 

Armando-Gutierrez-Villalba.jpg

Fuente: Archivo Vélez Gutiérrez | Abogados 

Por: Nicolás Gómez González 

Nació en la ciudad de Cartagena de Indias, donde recuerda con cariño la infancia de cualquier niño en la década de 1970, aquella vida despreocupada y alegre entre sol, mar y arena, tardes entre amigos del barrio permeados de una libertad que hoy resulta casi inconcebible para los jóvenes de hoy. Con una sonrisa en el rostro, reconoce que aquellos años fueron decisivos en la formación de su personalidad, pues aún, como el mayor de cuatro hermanos, fue siempre un ejemplo de excelencia y responsabilidad. 

 

Extrovertido por naturaleza y costeño orgulloso, reconoce que tuvo la que él mismo llama una “vida de barrio”, un entorno donde fue capaz de aprender por experiencia propia las lecciones que solo la vida es capaz de enseñar. No niega que aquella infancia desvió del camino a muchos de sus amigos, reconoce que su vida pudo ser muy diferente a lo que es hoy. 

 

De sus pasiones comenta con una sonrisa en el rostro su amor por los deportes, llegando al punto que es molestado en su oficina, pues dicen podría ser todo un comentarista deportivo. ¿Qué deportes le gusta ver?, le pregunté, “veo fútbol, veo tenis, veo basquetbol, voleibol, mejor dicho, me encantan los deportes de todo tipo”. Además de los deportes, reconoce que buena parte de su personalidad fue formada bajo la responsabilidad de ser el hermano mayor de la familia, pues ya desde muy joven le habían inculcado las responsabilidades y deberes que un hermano mayor debía asumir con los menores. 

 

De aquellas grandes familias de las que hoy ya no queda sino la memoria, recuerda como “siempre los hermanos mayores contribuyen a la crianza de los menores (...) hablamos de familias donde el hermano mayor se llevaba 15-18 años con el menor, influyendo mucho a su crianza”.  

 

Tras aquellos años iniciaría sus estudios en el Colegio Salesiano de Cartagena, aquel al lado de las bóvedas de la Ciudad Amurallada y prácticamente al lado del mar. Este sería el lugar de atesorados recuerdos, momentos inolvidables y buenos amigos de los cuales aún conserva algunos a día de hoy con sumo cariño. Por su disciplina inculcada sería muy buen estudiante, “si le pregunta a mis papás le aseguro no tendrán quejas mías...”, nos comenta con total seguridad. 

 

Las condiciones académicas en Cartagena formarían en toda su generación la idea de que para poder acceder a una buena educación superior la opción inevitable sería ir a Bogotá, algo que para él no sería un tema de discusión, pues, casi como un acuerdo tácito, asumió desde muy temprana edad que su vida académica lo llevaría a la capital, llegando poco tiempo después a una residencia ubicada en el barrio La Castellana de Bogotá. 

 

Estudiaría ingeniería electrónica en la javeriana, y no derecho. En ese momento no me pude resistir a preguntarle ¿por qué ingeniería?, “desde muy joven he sido un enamorado por el tema de la física, fui muy bueno en el colegio con los temas que tenían que ver con números y con la física, sobre todo, siempre le tuve ese especial cariño, y lo sigo teniendo”, nos comenta. 

 

No le tomó mucho tiempo el darse cuenta que su pasión dentro de la ingeniería se decantaba más por el área de física, interesándose en temas como la física mecánica o la física de ondas. Sería justo cuando haría sus prácticas, cuando se desconocería de la carrera, en sus propias palabras nos confiesa: “yo siempre insisto en que, si yo hubiera empezado a estudiar, por ejemplo, ingeniería civil o mecánica de pronto habría continuado esa carrera”. Sería gracias a un primo-hermano por parte materna, abogado de profesión, que comenzaría a tener un contacto con el mundo del derecho, permitiéndole proponer soluciones a aquellos casos que muy por encima le comentaban. 

 

En muy poco tiempo se decidiría en dejar ingeniería y se lanzaría de lleno al derecho. A pesar de las dudas, se sintió convencido que los cambios, por mucho que le generen temor, a veces son necesarios. Nunca fue – ni ha sido – un interesado por la política y, sin embargo, entre sus recuerdos nos comenta la campaña electoral que hizo para ser representante estudiantil, algo que le permitió no solo conocer a la facultad, sino también enamorarse de ella, participando en los múltiples eventos que hacia la facultad como los famosos “fashion shows” de antaños javerianos. 

 

Estando en su último año de derecho, haría parte de un seminario en derecho marítimo impartido por Ricardo Vélez, abogado javeriano que había regresado hacía no mucho a Bogotá desde Londres para establecerse en una firma propia. Los azares del destino harían que Ricardo se ennoviara con una compañera de Armando, a quien le haría el comentario de que se encontraba buscando a personas con quienes integrar un equipo de litigio dentro de una firma, siendo ella la que le comentaría que en su seminario había un estudiante a punto de graduarse de nombre Armando Gutiérrez, quien sería un muy buen candidato para el puesto, y donde años más tarde formarían una sociedad llamada Barrios Vélez Gutiérrez. Al final, y por motivos de la vida, se establecería Vélez Gutiérrez Abogados. 

 

Además de su vida como abogado, siempre le apasionó la docencia, la capacidad de transmitir sus conocimientos y de aportar a otros lo mismo que a él le aportaron en sus años como estudiante. Comenzó su vida de docente dictando una cátedra de historia constitucional junto a un amigo cuando el pensum de la carrera de derecho cambió. Sigue convencido que la suerte jugó un rol fundamental en su desarrollo como profesor, pues en una ocasión, y de la mano del doctor Jorge Enrique Ibáñez, (en ese momento profesor suyo de la cátedra de derecho administrativo) les pondría a “hacer escuela”, donde, en uno de los módulos del programa, cada estudiante tuvo que hacer una serie de exposiciones para así poder evidenciar quiénes de los expositores tendrían madera de docente.  

 

Con tan buena suerte, lo llamarían poco tiempo después con la intención de vincularlo a la universidad en calidad de docente, ya no solo como profesor temporal sino como profesor auxiliar dentro de la especialización. “Hablé con Mario Roberto Molano para que seas profesor auxiliar en esa clase, ya él está de acuerdo para que así puedas formarte como docente poco a poco” le diría el doctor Ibáñez. Aquel “poco a poco” habría de posicionarlo con aproximadamente 26 años como profesor titular de la cátedra de principios del derecho administrativo; dos semestres parecieron haber sido más que suficientes. 

 

En 2005 la facultad lo llamaría y de voz del propio director de derecho público, Hernando Yepes Arcila, le ofrecerían el puesto de profesor en la clase de derecho administrativo II. Paradójicamente, empezaría enseñando en posgrado, para más tarde llegar a pregrado, especialización y hasta incluso maestría, y a pesar de todo, sigue enseñando cada clase con el mayor de los gustos, tal cual como aquella primera clase de historia constitucional. El tiempo parece no poder cambiar algunas cosas. 

 

Sigue convencido de que todavía le quedan muchos años, no solo en la docencia, sino también en el litigio, es feliz con cada clase que dicta, espera poder continuar con la docencia, aunque no descarta en algún momento tomar un curso en temas de lenguaje o historia, aprender un nuevo idioma o hasta incluso un pregrado en ingeniería mecánica, “todavía espero poder cultivar esos gustos personales que a veces uno descuida por cuestiones cotidianas”, reconoce entre risas. 

 

A los jóvenes estudiantes les aconseja que la constancia y la disciplina son los ejes del abogado javeriano. Hay siempre que tratar de encontrar lo que a uno más le apasione, insiste que es más sencillo alcanzar metas y logros en aquello que a uno le apasiona que en aquello que no le genera alegría o cariño alguno.  

 

Y, por último, pero no por ello menos importante, lo más importante es jamás traspasar límites legales y morales, no solo dentro del ejercicio profesional sino en la vida personal, “hay que vivir con la conciencia tranquila, con la seguridad de poder mirar a los ojos a la otra persona sabiendo que se hace siempre lo correcto”, afirma. 

 

Pues bien, este es Armando Gutiérrez, docente, abogado, socio y amigo. Un hombre fiel a sus principios, orgulloso de sus logros y convencido con la vida de que la constancia y la disciplina —y a veces quizá un poco de suerte— pueden llevarnos a los lugares donde más somos necesitados. 

bottom of page