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CULTURALES

Un breve repaso a la vida y obra de uno de los mejores periodistas que tuvo Colombia en los últimos tiempos 

RECORDANDO A ANTONIO CABALLERO

Como cada vez que hay muerto grande en Colombia, amigos y enemigos coinciden: “¡Qué bueno era!” 

Por: Martín Jaramillo y Pablo Güete

Alguna vez nuestro homenajeado mencionó que no disfrutaba los ejercicios de nostalgia. Después de muchos años lo habían invitado a escribir en una revista escolar en la que había dado sus primeros pasos como periodista. Su respuesta a esa invitación fue - en primer lugar - reconocer la flojera que le producía volver a escribir en una revista escolar; y, por otro lado, comentó que no le gustaba ponerse nostálgico e hizo una invitación a los jóvenes directores de la revista para que más bien escribieran ellos.  

Es difícil escribir sobre Antonio Caballero un mes después de su muerte y más sabiendo que odiaba los ejercicios de nostalgia. Es muy difícil, sobre todo, porque tras la muerte de Caballero, en Colombia ya no quedan (y casi no ha habido) periodistas y personalidades influyentes con la capacidad de decir la verdad que no aparece en las noticias. Como se ve, para infortunio del homenajeado, esto nos pone más nostálgicos que nunca. Cada semana leer sus columnas significaba eso: encontrarse con la verdad. Y lo mejor de todo es que era encontrarse con la verdad contada de forma inteligente y elegante. Al leerlo, era evidente que quien escribía esas letras tenía una personalidad punzante y recatada, quizás llegando a lo agrio. Así lo describían sus amigos, quienes tuvieron la fortuna de conocerlo. 

 

Fue protagonista en diferentes escenarios a lo largo de su vida. Provenía de una familia de reconocidos escritores y pensadores como su padre Eduardo Caballero Calderón o sus tíos Lucas Caballero Calderón y Agustín Nieto Caballero. En sus primeros años, mientras estudiaba, merodeó entre Bogotá y diferentes ciudades de Europa. Empezó estudiando derecho, pero lo cambió por la ciencia política, carrera que estudiaría por un tiempo en París. Fue allá en París donde descubriría su vocación por el periodismo y por contar la verdad. Las protestas en contra del autoritarismo y la sociedad de consumo que se llevaron a cabo en Francia en mayo y junio de 1968, fueron evidencia para él de una generación cansada del orden establecido en aquellos tiempos. 

 

A partir de ahí, pasó por El Tiempo, la BBC de Londres y The Economist. Fundó Alternativa, trabajó en El Espectador, Semana y Los Danieles. En todos estos lugares dejó su huella como escritor y caricaturista, pero sobre todo, denunció lo que pocos se atrevían a manifestar, poniendo en evidencia la doble moral de los poderosos que convenientemente siempre caen bien parados. Siempre fue tajante ante la incompetencia y los actos de corrupción a los que tristemente parecemos estar condenados en Colombia. Caballero, como la mayoría de personas recatadas e inteligentes, contaba con un sentido del humor depurado y característico, que quizás por precisamente tener que opinar sobre las trágicas verdades de Colombia, no siempre dejó plasmado en todas sus obras. Este es uno de los pocos homenajes que sí vale la pena. Aunque el homenajeado no apreciara la nostalgia, no encontramos otra forma de abordarlo porque nos dejó el periodista que todos respetaban. El periodista con el que, aunque discerniéramos, siempre íbamos a querer razonar como él.  

 

El periodista libre

 

De Antonio Caballero se ha publicado en el último mes una infinidad de artículos para definir su calidad como periodista. Algunos de estas publicaciones se mencionarán en este homenaje al periodista bogotano; sin embargo, tal vez sea un texto censurado en el norte de África de comienzos de la Segunda Guerra Mundial el que mejor lo describa.

 

El 25 de noviembre de 1939 debió haber aparecido publicado un artículo del filósofo francés Albert Camus en el periódico argelino, Le Soir républicain, en el cual proclama las cuatro condiciones del periodista libre. Este manifiesto contra la censura, publicado por Le Monde en 2012, es un texto que explica las cualidades con las cuales debe contar un hombre libre al momento de escribir en tiempos de guerra y censura. 

“Por supuesto, toda libertad tiene sus límites”, comienza Camus en su escrito, “pero deben ser reconocidos libremente”. Su visión sobre la prensa se imprime (figurativamente) en un año donde la humanidad dejará de serlo hasta 1945. No obstante, lo interesante para los autores de este artículo es que aun sin vivir la misma época, y tal como a las grandes mentes les pasa, se puede atribuir a Caballero el hecho de considerar en contravía de un periódico (o de una revista) su dependencia del estado de ánimo o de la competencia de un hombre (o de una mujer). 

Para el autor de El Extranjero, el periodista que trabaja en medio del conflicto debía ser definido por “condiciones y medios por los que, en el seno mismo de la guerra y sus servidumbres, la libertad puede no sólo preservarse, sino manifestarse”. Estos “mandamientos” (palabra que los autores de este artículo son conscientes sería la primera crítica del mismo Caballero) se resumen en: la lucidez, el rechazo, la ironía y la obstinación. 

La vida de Caballero, en la que se rescatará evidentemente su obra, tiene como faro la lucidez. Un hombre capaz de nadar con la coherencia de los salmones a quienes poco importa el sentido de la corriente. Puede ser que la columna de Daniel Cornell del 15 de noviembre de 2020 defina con la mayor claridad esta cualidad suya en la última etapa de su vida: “en la era de los clics, (Antonio Caballero) ha sabido diferenciar perfectamente lo que llama la atención de lo que es realmente importante”. 

El rechazo explicado por Camus podría perfectamente haber sido escrito por Caballero: “ante la creciente ola de estupidez, también es necesario oponerse a algunas negativas”. Su conocimiento de la obra humana, esta vez de Caballero, le permitió calificarla y descalificarla a su antojo y en un tono muy similar al del escritor argelino, tal como le comentó a El Tiempo cuando publicó Paisaje con figuras: crónicas de arte y literatura (1997): “En el arte de hoy hay muchísima basura. Pero eso es así en cualquier momento de la historia del arte: la calidad la filtra el tiempo. Sucede además que como hoy se produce, en volumen, mucho más arte que nunca, la consecuencia es que hay mucha más basura”. 

De cualquier modo, de los mandamientos de un periodista libre quizá es la ironía la mejor representante del señor Caballero (calificativo que los autores de este artículo son conscientes sería la segunda crítica del bogotano, esta vez por su reiteración). Esta ironía la describe apropiadamente Eduardo Arias en el homenaje que hace del periodista: “El humor de Caballero no era racista, clasista ni parroquial. Por el contrario. Sus dardos iban dirigidos a la clase dirigente, que por lo general era de su clase social”. El poder de la palabra en contra del poder y al servicio del pueblo. Bueno, del pueblo leído… 

Ahora bien, la libertad tal como la explica Camus no puede ser entendida sin la obstinación. Esa cualidad que en Colombia se traduce como terquedad, pesadez o intransigencia y que Caballero cumplió a carta cabal (adjetivo que los autores de este artículo son conscientes sería la tercera crítica, esta última por política). Uno de los mejores ejemplos en las letras de este bogotano es el perfil que escribió, seguramente injusto, sobre el jefe conservador Álvaro Gómez Hurtado en 1995: “que lo lloren sus deudos”. 

Finalmente, y tal como el lector lo habrá entendido, este es el resultado de un intento por homenajear a un escritor a través de los homenajes de sus colegas y bajo la visión de uno de los más grandes periodistas libres. Sin embargo, en un hecho de grandeza póstuma y a manera de epitafio, quizá sea Antonio Caballero, en su mencionada columna de 1995, quien mejor defina la muerte de Antonio Caballero:  

Como cada vez que hay muerto grande en Colombia, amigos y enemigos coinciden: “¡Qué bueno era!” 

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