EN EL SEXTO
Obrar con pasión, con principios irrefutables y
con la mayor virtud de todas: la paciencia
La importancia de admirar al profesor
A todos mis profesores a lo largo de mi vida y a mi mamá
Fuente: Pexels
Por: Nicolás Pombo Sinisterra
Como alumno que he sido, me he encontrado con personas absolutamente valiosas a lo largo de mi vida académica. En lo personal, el docente me ha ayudado a crecer y a entender que la vida se trata de obrar con pasión, con principios irrefutables y con la mayor virtud de todas: la paciencia. En lo “profesional” he aprendido a ver a los superiores como un puente y no como una barrera, o que el trabajo en equipo siempre va a ser la mejor opción. Sin embargo, nunca nos damos el espacio, para apreciar, valorar y reconocer el privilegio que para la vida es, tener un buen profesor.
Empezamos nuestra vida académica a una corta edad. Para ese entonces, vemos a nuestros primeros maestros de la forma más genuina e ingenua posible. Para unos, inconscientemente juegan un rol paternal, para otros, lo hacen bajo la capa de un superhéroe. Damos nuestros primeros pasos de la mano de un maestro, un docente, un profesor. Son los encargados de enseñarnos aquellas cosas que en casa no harán y que sin duda nos dan el mejor empujón para ir apropiándonos de nuestro entorno. La importancia de un buen maestro es la llave que abrirá la puerta a un camino académico exigente, en donde nuestras aspiraciones como aprendices, se vean retadas en cada uno de los escenarios pedagógicos en que nos encontremos.
Conforme va pasando el tiempo, nuestra manera de aprender y recibir información cambia, pues la transición entre un niño y un adolescente es particularmente retadora. Nuestros maestros, han de destacar sus virtudes de paciencia y autorregulación, entendiendo que debe ser eventualmente posible el deseo de “tirar la toalla” y de cuestionarse el por qué detrás de la vocación de maestro. Como alumnos, vemos a nuestros docentes quizá como el enemigo, es aquella persona que no nos permite ser y vivir la rebelión plena que previamente ha sido organizada por una pseudo pandilla de mentes creativas, aunque sin sentido. Esta es una etapa en donde las correcciones son parte del día a día, en donde las quejas sobre el comportamiento son producto de ser contabilizadas entre compañeros. La vocación del maestro y de la docencia en la edad media de un estudiante, es tal vez la más importante, pues es el momento en que se aprende a diferenciar entre el bien y el mal. Los principios y valores que han sido inculcados en casa se ven reflejados en las aulas, y corresponde al docente la inmensa tarea de enseñar a vivir en convivencia, de respetar al prójimo y de respetar las figuras de autoridad, además de tener que cumplir con las enseñanzas teóricas propias de las instituciones educativas.
Los últimos años de nuestra primera etapa académica, los pasamos entablando relaciones de confianza y amistad con nuestros maestros. En estos momentos, es donde nos realizamos como personas, donde las cualidades de cada uno de los estudiantes ya son particularmente evidentes y en donde los docentes por fin pueden ver el resultado de lo que, a lo largo de tantos años, inculcaron en nosotros, sus amados experimentos. La academia ha de ser exigente, pues naturalmente es la etapa de la vida, en donde como alumnos, estamos convencidos de saber, conocer y tener la experiencia suficiente para salir al mundo del que tanto nos hablan. Estamos preparados para ser los grandes líderes de las naciones, con grandes ideas y proyectos revolucionarios que sin duda alguna cambiarán nuestro entorno. Que retador ha de ser para un maestro preparado, educado y paciente, acercarse a un grupo de jóvenes con un intelecto bastante cuestionable, pero siempre con iniciativa. No nos damos cuenta de lo difícil que es la profesión del académico, no valoramos lo mucho que hacen por nosotros, y siguen trabajando por nuestra sociedad.
Aunque pareciera el último momento, los profesores de la época universitaria no lo son, aunque sin duda serán los que más nos acerquen a la realidad del duro vivir. Una vez hemos madurado (un poco) como estudiantes y como ciudadanos, nos encaminamos a convertirnos en admiradores profundos y apasionados. Los profesores universitarios, los entendemos como aquellos guerreros de mil batallas, que con gran pasión y vocación vuelven a las casas de estudios a nutrirnos de su experiencia, de sus aciertos y de sus errores. Decía Oscar Wilde que “La experiencia no tiene valor ético alguno, es simplemente el nombre que damos a nuestros errores.” Y así los vemos, así lo sentimos y de tal manera enriquecemos nuestro conocimiento teórico y práctico, que por fin nos abre la puerta al mundo frío y retador con el que nos vamos a encontrar por el resto de nuestras vidas.
Nos encontraremos día a día con más personas que nos sigan educando y enseñando de la vida. Por todo esto, es la importancia de admirar al profesor.