CONSTRUCTIVAS
“En este juego de niños que llamamos vida, a veces la forma de empezar es gritar ¡STOP!”
1,2,3… ¡STOP! por mi Salud Mental
Gritar con todas mis fuerzas un puto ¡STOP! que pare por completo, la competencia, las metas que debo cumplir, la autocrítica, las expectativas, un ¡STOP! POR MI SALUD MENTAL.
Fuente: Pexels
Por: Laura Salcedo Arrivillaga
Muchos deben conocer el juego “STOP”, sí, ese juego donde se saca la hojita del cuaderno, y se escriben diferentes categorías (letra, objeto, fruta…) de repente se escoge una letra y la gente empieza rápidamente a escribir lo primero que se le viene a la mente. Desesperados, compitiendo unos con otros, algunos hacen trampa, unos se esmeran más que otros, hasta que alguno de los competidores, no siempre el que mejor léxico tiene, a veces el que escribe más rápido, o el más habilidoso para inventar palabras llega y grita “STOP”. De repente, todo se detiene. Debes dejar de escribir. Debes dejar de pensar. Debes dejar de inventar. El juego se ha acabado, y el ánimo competitivo simplemente baja. Claro… hasta que este vuelva empezar de nuevo.
Recuerdo mucho que en mi infancia caleña muchas veces jugué otros juegos homónimos, claro está, todos al final con el mismo objetivo; quien dice STOP, detiene el juego. Recuerdo uno con especial cariño, era algo parecido al Béisbol…pintábamos bases en cada esquina del parque, también en árboles y en general en todo lo que pudiéramos marcar, con mis tizas de colores o en su defecto ladrillos. El juego empezaba cuando el niño seleccionado pateaba una pelota; todo el mundo salía a correr por las bases; 1…2…5…6…los niños corríamos tratando de no ser “ponchados” por la pelota…8, 9… ¡STOP! Cuando alguien finalizaba el circuito, simplemente lo gritaba y el juego acababa, nadie más corre, compite, o huye de la pelota. Todo se paraliza.
Posiblemente se estén preguntando, y ahora a qué vienen todas estas referencias de juegos infantiles. Pues vengo ante ustedes a sincerarme y a decir que hoy por hoy en mis “gozosos” 20’s, quise gritar un ¡STOP! en mi vida, o en su defecto que alguien lo gritara por mí, ya que nunca me he atrevido a hacerlo por mí misma. Gritar con todas mis fuerzas un puto ¡STOP! que pare por completo, la competencia, las metas que debo cumplir, la autocrítica, las expectativas, un ¡STOP! POR MI SALUD MENTAL.
Verán, en general, debo a agradecer a mi vida, por lo que soy y por lo que tengo en ella. Tengo salud, tres platos de comida cada día (aunque como buena foránea, no sean los más nutritivos), un techo sobre mi cabeza, educación en una universidad maravillosa y sobre todo tengo mucho amor, amor del bonito y normalmente podrán verme por la universidad muerta de la risa. Aun así, como todo el mundo en algún momento de su vida, tengo mis problemas, problemas que de un tiempo acá se me han ido agravando; traumas, dolores, ausencias y rencores que he ido acumulando debajo de la cama, donde nadie, ni siquiera yo pudiera notarlos. Pues esos problemas, hace una semana, se me salieron de control. Y pues sí…una noche de jueves, tanto yo, como la niña de 13 años que nunca se sentó a arreglar sus problemas, nos quebramos. Nos quebramos hasta el punto de pensar que nuestra vida no valía nada, nos quebramos y llegó la ansiedad acumulada de tanto tiempo como una ola de esas gigantes de San Andrés que varias veces me han revolcado, nos quebramos y se reflejó el miedo en mí de volver a ser maltratada, irrespetada e insuficiente para una de las personas más importantes de mi vida.
Esa noche, en medio del llanto y la dificultad para respirar producto de lo que yo supuse era un ataque de ansiedad, me llegó un pensamiento automático a mi mente, y no. Ojalá hubiera sido algo como “por favor mira cómo estás en este momento, es tiempo de que tomes un respiro, te revises y busques sanar”. No. Mi pensamiento fue expresamente; mañana tengo clase de siete y además quiz de la sentencia. Tengo que ir a la oficina, tengo que lucir bien. Tengo que estar bien. Deja de ser débil, duérmete, que mañana las ojeras y rastros de cualquier crisis que haya podido pasar hoy; las arreglamos con maquillaje.
Y eso fue lo que procedí a hacer, al día siguiente, 5:50 de la mañana, con la conciencia de estar completamente rota por dentro me levanté, fui a mi clase, hice mi quiz, fui a trabajar a mi maravillosa oficina. ¿Y qué? ¿lo que paso anoche qué? ¿Olvidado como siempre? La vida sigue, me dije a mi misma, no me puedo dar el lujo de parar. Esto es como un juego de “STOP” pensé, todo el mundo compitiendo día a día por ser el mejor, el que más participa, el que más reconocimientos tiene, el que esté ubicado en una mejor firma, no me puedo dar el lujo de parar. ¿Qué pensaría mi profesor si llego yo a decirle que no estoy en condiciones de presentar su quiz o que en mi cabeza no cabe una palabra más de lo que está explicando? ¿Cómo le digo a mi jefe, que tuve un ataque de ansiedad y no me encuentro en condiciones de dar mi 200%? ¿Mostrar debilidad? Eso me deja atrás en la competencia. Y así… día tras día, fui camuflando el dolor, como siempre había hecho, lloraba en las noches, me maquillaba de día, como bien enseñada estoy a hacerlo. La competencia sigue.
Y así fue como hice lo que mejor sabía hacer por días; camuflar el dolor dentro de mis metas a futuro. Hasta que un buen día, volvió a pasar, la ola de la ansiedad volvió a arrastrarme, y esta vez al otro día, simplemente no pude levantarme a clase de siete. Ese día, empecé a desear devolverme al 2008, gritar ¡STOP! y que la competencia simplemente acabara para mí. Algo que me diera, la potestad de parar cualquier quiz, los temas de clase, todos los correos del trabajo y los compromisos sociales y simplemente gritarle al mundo ¡NO PUEDO, NO ME ENCUENTRO BIEN, ¡NECESITO PARARLO TODO Y CUIDAR DE MI!
A partir de ese momento, tomé la decisión de bajar mi carga académica, con mucho temor le hablé a algunos de mis profesores con los que tengo más confianza y con mi jefe y les dije la verdad; que no estaba bien del todo y que necesito ayuda. A partir de ese momento entendí que si no cortaba de raíz todos esos problemas que he cargado durante años, si dentro de mi jornada no saco el tiempo para revisar como estoy, qué estoy sintiendo y cuidar de mi tanto física, como mental y espiritualmente, no voy a llegar a ningún lado, y para eso necesito un ¡STOP! en muchas de mis obligaciones, porque oiga; ¿de qué me sirve a mi tanta meta y éxito, si mi salud metal no estará al 100% para vivirlas como me lo merezco?
En fin, esta historia, no es típica, su objeto no es concluirla de una forma feliz y afirmarles, que ya estoy bien, que me encuentro más tranquila, que mis problemas ya se han ido. No. Como dice Karol G “Dame tiempo, que no estoy en mi mejor momento” … pero eso sí uno mejora de a poquito y algún día será más bonito. Pero para eso es necesario, reconocer que uno está mal, y con ese ¡STOP!, que calma los ánimos competitivos, esa vida de carrera en la que muchas veces nos envolvemos desde tan pequeños, llegar a un espacio de calma donde puedes trabajar en ti, por ti y por tu salud mental.
Para todo aquel, que haya leído esto y se haya sentido identificado o no, me animo a decirles, que está bien, estar mal. Y está bien expresarlo también, está bien si un día no puedes levantarte de la cama. Bajémosles a las revoluciones, incluyéndome. Y entre todas estas metas, muchas veces ambiciosas, propongámonos sanar nuestra mente y corazoncito, y en este juego de niños que llamamos vida, a veces la forma de empezar a hacerlo es gritar ¡STOP!