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OPINIÓN

Un golpe al cine

Por: Juan Esteban Pérez Muñoz 

Hace poco busqué las críticas de la película Moonlight en la célebre página de reseñas cinematográficas Rotten Tomatoes. Mientras leía la ficha de la película, noté que en el apartado de “Género” salían dos clasificaciones: “Drama” y “LGTBQ+”. Me pareció innecesaria tal clasificación; es como clasificar la película Parasites con los géneros “Drama” y “Asiáticos”. Considero que ambas películas son más que eso, son más que una condición de identidad de sus personajes, por lo que parece incluso ofensivo reducir obras de semejante talla a una clasificación tan nimia. Esa es la amenaza al cine: Una reducción interesada lejana de su arte.  

 

Comienzo así una crítica obvia, pero desapercibida para muchos: El cine es una forma de arte y no pretende ser más. El problema de las categorías mencionadas es que reducen el cine a ideas ajenas a la propia lógica del arte cinematográfico. Porque no es que no quiera que se produzcan películas cuyos personajes hagan parte de la comunidad LGTBQ+, todo lo contario, considero de vital importancia para el cine contar todas las historias posibles, sin importar mi cercanía o lejanía a ellas. En efecto, pienso que para eso existen las películas y, en general, las historias; para entender situaciones, contextos y realidades distintas a las propias. Porque entre mayores son las diferencias, más claro se hace cómo personajes y espectadores seguimos compartiendo la condición más importante: ser humanos.  
 
Así, el problema per se no es la categoría, pues resulta inofensivo para el arte cinematográfico si la película se considera dramática o LGTBQ+. Lo que sí es perjudicial son las consecuencias invisibles de tal categorización. Una industria de tanta relevancia social, como lo es la cinematográfica, ya no puede considerarse (y no se considera) como una industria de producción netamente artística. Tal sector, en realidad, se considera como un negocio, donde intereses de toda índole, especialmente, de índole económica, entran en conflicto. Una disputa que afecta finalmente la producción artística de la obra, privándola de su libertad y espontaneidad, dado que debe obedecer a unas imposiciones que personas cercanas al cine como industria, pero lejanas al mismo como forma de arte, exigen.  
 
El cine está siendo golpeado por unas manos imposibles de esquivar. El problema del cine es su propia lógica, es su manera de desarrollarse. Su alcance, al ser gigante, se presta para fines no solo ajenos a lo artístico, sino antagónicos al mismo. Así, luchan los fines del cine como forma de arte contra unos intereses que han de satisfacerse y que provienen de los grupos que sostienen su existencia. Por eso, solo queda la esperanza de algún día entender que hay que explotar el cine como arte y no como negocio. Esta esperanza, afortunadamente, está viva, y se deja ver de vez en cuando. Directores como Paul Thomas Anderson, Christopher Nolan, Martin Scorsese, entre otros, son la viva prueba de ello, porque sus películas se centran mayormente en la historia se busca contar y no tanto en el dinero que se pretende recaudar. 
 
Aunque sigue recibiendo duros golpes, el cine resiste. Tal vez porque aún quedan destellos de una verdad sutil: El mayor interés del humano, es el de ser humano. Aunque lo parezca, no es evidente, pues no estaría escribiendo estás líneas que solo pretenden ser una defensa, aunque corta, de un arte que cambia vidas (porque cambió la mía), al presentar otras vidas, otros zapatos, otras ciudades, otros idiomas y otras realidades que, por medio de las diferencias, reflejan el común denominador del humano. Aquel espejo de nuestra alma merece ser defendido de los ataques perpetuados. Este es mi intento. 

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