Susana Gallón Guerrero: “Ser feliz no es tener un cielo sin tempestades”
- Milton Camilo Chávez Mendoza
- 21 may
- 11 Min. de lectura
Pianista de corazón, servidora social de vocación Susana Gallón se destaca por ser una profesora excepcional que deja huella en la vida de sus estudiantes

En la Bogotá de su infancia, aquella que la ha visto vivir, Susana creció como la menor de cinco hermanos en un hogar colmado de música, arte y amor. De profundas raíces antioqueñas y nortesantandereanas, su vida transcurrió entre dos mundos: El de las interacciones humanas, propio del calor de hogar y el de la fascinación por la música.
Con cariño recuerda cómo su casa siempre estuvo llena de compañía: de sus padres, de sus hermanos, de sus familiares y amigos. Era una casa que acogía al que llegara, incluso, a los estudiantes de derecho de su padre, protagonistas de las tradicionales serenatas de décimo semestre de la facultad de derecho de la javeriana, que, en esa época, solían celebrarse en casa de los profesores. En la casa de los Gallón Guerrero siempre había alguien encargado de fomentar el bullicio, las reuniones y la buena vibra en su hogar.
Todo giraba en torno a los sabores de su mamá, cocinera intuitiva y sofisticada, que preparaba cada plato con el mismo amor con el que cuida a su familia. También guarda el recuerdo del carro familiar, una Toyota, a la que bautizaron como “la Galloneta”, símbolo de tantas aventuras, paseos familiares y días de “hiperconvivencia” y caos familiar. Como era la menor del hogar, nunca tuvo derecho a la ventana ni al control remoto del televisor.
Desde los cinco años descubrió una pasión latente y marcada en su familia, el amor por la música. Un legado que heredó de su abuela paterna- a quien llama con cariño Olivita-, pintora llena de sensibilidad y alma artística, y que continuó con su padre, un prestigioso abogado javeriano y un músico talentoso, hábil con el piano, la guitarra, el acordeón y el canto. Desde muy pequeña, Susana inició su formación musical en una academia de música donde tomó clases de piano, solfeo, armonía y formó parte de un coro.
Por mucho tiempo pensó que su camino estaría en la música, en concreto, en la interpretación del piano. Su infancia estuvo marcada, en gran medida, por la disciplina y preparación que dedicaba para que las audiciones y presentaciones de piano fueran perfectas y la formación que recibía de una profesora rusa de muy alto nivel quien era un referente para su formación musical. La partida de esta maestra al exterior, junto con otras inquietudes propias de la adolescencia, marcaria para Susana un hito para su retiro del mundo musical como proyecto de vida.
De manera paralela a la música también iba germinando un sueño, el de ser maestra. Entre risas, recuerda las anécdotas que le contaba su madre de como convertía las paredes de su hogar en inmensos tableros de clase con las tizas que le sobraban a sus maestros del colegio cuando regresaba de la jornada escolar. Alrededor de los siete u ocho años, recibió el que quizás fue el regalo más especial de su infancia, un tablero para jugar a ser profesora. Sus alumnas predilectas eran, su abuela Oliva y su nana Aurora -una mujer del Chocó a quien le profesa profundo cariño, gratitud y admiración-, a quien con fervor trataba de enseñarle inglés. Entre juegos, risas y lecciones imaginarias, nació una complicidad entrañable entre ellas que aún perdura.
Recuerda estar en décimo grado, realizando servicio social en una institución enfocada en ayudar a niños con cáncer. Aquella experiencia sensibilizó cada una de sus fibras desde la empatía y la vocación del servicio y fue en ese momento donde entendió que, aunque la música la hacía feliz y la acompañaría siempre, no era cómo se veía logrando esa vocación de estar al servicio de los demás. Desde ese momento, la decisión de estudiar derecho surgió de manera natural.
No obstante, opciones como la psicología también llamarían su atención al momento de elegir su carrera. Llegado el momento de aplicar a las universidades, tuvo a su consideración algunas cuantas, pero había una en particular con la que tendría una relación especial y gran afinidad debido a su extensiva trayectoria con esta. Su historia con la Javeriana viene desde la época de estudio de sus padres. Su madre, quien recién llegaba de Norte de Santander para estudiar bacteriología en el edificio de Básicas; y su padre antioqueño de nacimiento, caleño por convivencia, egresado del San Bartolomé, estudiante de derecho de nuestra facultad y el autor de una historia de amor universitaria que trascendería en un matrimonio de poco más de cinco décadas. Desde los inicios de su familia, la Javeriana, el padre Gabriel Giraldo —quien presenció y bendijo el matrimonio de sus padres y el nacimiento de los hijos—, y toda la comunidad javeriana, ocuparon un lugar cercano en su casa.
Evoca aquellos recuerdos de infancia cuando su padre llegaba a casa con su maletín de cuero lleno de hojas de exámenes de la javeriana - las mismas que, con cariño y algo de ironía, Susana cree que aún se siguen usando en la facultad-, el clásico Código Civil verde de la editorial Temis y el listado de sus estudiantes debajo del brazo. También recuerda la tan emblemática serenata de estudiantes de décimo semestre, una velada fantástica que se celebraba en la sala de su casa. Allí los estudiantes llegaban para compartir, cantar, agradecer y celebrar el cierre de una etapa. Su madre, preparaba sus tradicionales tablas de queso para recibirlos, mientras el ritmo del acordeón, los acordes de una guitarra o el piano acompañaban la celebración.
A la final, su decisión de estudiar Derecho en la Javeriana estuvo marcada por un gesto de auténtica javerianidad: Cuando cursaba grado once del colegio, tuvo una cita con Beatriz Escandón, entonces secretaria de la facultad, quien la acogió con cariño para explicarle el programa de la carrera y la invitó a asistir a una clase de Derecho Civil Personas, dictada por el profesor Jorge Gaitán. Él no solo sería su futuro profesor, sino también una figura fundamental en su vida académica y personal. Fue su codirector de tesis, su colega en la docencia, y, sobre todo, un gran amigo y colega. Con gratitud, Susana reconoce que los verdaderos responsables de que su elección haya sido la Javeriana son Beatriz y Jorge.
Su paso por la universidad fue una de las etapas más felices y significativas de su vida. Aunque enfrentó inseguridades como cualquier estudiante en un proceso de formación, acompañada de la presión de ser hija de profesor, supo sobreponerse gracias al cálido y humano ambiente de la Javeriana. En la facultad no solo adquirió formación académica y profesional, sino que también tejió los vínculos personales más importantes de su vida, algunos que aún la acompañan y otras relaciones que tomaron su propio rumbo, pero que ella atesora con inmensa gratitud porque han formado parte de su camino y de su historia.
Durante su formación, tuvo la fortuna de aprender de docentes que dejaron huella en su vida académica y personal. Recuerda con especial cariño a Julio César Carrillo, quien en su primera clase de introducción al derecho les enseñó a su grupo de clase que el primer mandamiento de los abogados era “ser correctos” y les pidió a los estudiantes escribirlo en mayúscula en la primera hoja del cuaderno; a Arturo Solarte, no solo por ser un ser humano excepcional, sino un profesor que tenía la capacidad de enseñar conceptos jurídicos complejos con claridad; a Mauricio Reyes Posada, por convertir sus clases en un viaje fascinante a la antigua Roma y Grecia; a Ricardo Vélez, por despertar en ella un interés por la responsabilidad civil que la ha llevado a afirmar que, si no se hubiera dedicado al derecho de familia, le habría gustado explorar esta área de práctica – y que seguramente será ahora de utilidad con la reciente apertura de la reparación de daños en el derecho de familia - ; a Luisa Fernández, por su grandeza, preparación y, sobre todo, su nobleza y ternura al enseñar, y a Álvaro Pinilla a quien considera un extraordinario jurista de familia: correcto, bondadoso, preciso, cuyos apuntes de clase siguen siendo una excelente guía en su práctica profesional y docente. Mención especial merece su padre, su profesor más exigente y maestro de vida, que aún la forma con amor y rigor. También recuerda con afecto las fascinantes clases del posgrado del genetista Manuel Paredes (Q.E.P.D), cuyas clases fueron reveladoras y agradece haber sido orientada por él en el apasionante mundo de la genética.
Al terminar la carrera, tuvo una breve experiencia en una firma de derecho comercial, donde rápidamente descubrió que esa rama no encajaba con su personalidad ni con su pasión por las relaciones humanas y la cercanía emocional. Influenciada por la figura de su padre, aunque sin permanecer a su sombra, decidió dar el paso hacia el derecho familia, área que realmente la motivaba. Reconoce que el tránsito hacia la vida profesional no ha estado exento de dudas y desafíos. Por el contrario, ha sido un camino lleno de preguntas, contradicciones e incertidumbre. Pero también ha estado guiado por su curiosidad y por la certeza de que nunca se deja de ser estudiante de la vida. Lo más bonito del ejercicio profesional y de la docencia es darse cuenta que estamos en un estado permanente de aprendizaje. Todos estamos en permanente construcción.
Después de cursar la especialización en derecho de familia, decidió expandir sus horizontes académicos realizando una maestría (LL.M) en la Universidad de California, Berkeley, institución académica reconocida por su enfoque progresista, sus ideas liberales y su apertura al pensamiento crítico. Dice que fue una experiencia académica fascinante, que le permitió sumergirse en debates interesantes sobre la familia y la negociación de los conflictos, desde una perspectiva centrada no tanto en lo teórico, sino en lo práctico. Recuerda con emoción haber asistido a un conversatorio organizado por la universidad al que fue de invitada especial la Magistrada Sonia Sotomayor, la primera mujer latina en ocupar ese cargo en la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, en la que abordó con gran sensibilidad temas relacionados con el género, la identidad y la etnia en contextos familiares. También tuvo la oportunidad de cultivar grandes amistades que han perdurado a pesar del tiempo y la distancia, con quienes, incluso, han jugado “secret santa” desde diferentes partes del mundo.
Al regresar, se adentró a un valioso reto profesional, el de incursionar en el sector público. Bajo la dirección del Doctor Fernando Carrillo Flórez, también abogado javeriano, en la Procuraduría General de la Nación y de Adriana Herrera Beltrán, abogada de la Universidad de los Andes, quien ha tenido una gran influencia en su formación como mujer en el mundo profesional. En esta institución descubrió nueva visión sobre la familia, desde una perspectiva de derechos humanos, recorriendo diferentes regiones del país como Tumaco, Amazonas, Chocó y La Guajira, participando en iniciativas y proyectos orientados a prevenir la explotación sexual de niños, niñas y adolescentes, la violencia contra las mujeres, la apatridia de los hijos de migrantes venezolanos, entre otras problemáticas. El periodo de la pandemia intensificó aún más estos desafíos, con situaciones críticas como violencia doméstica y migración irregular. Susana describe este paso por la Procuraduría como un tiempo de crecimiento y aprendizaje inmenso, que le permitió reconocer el gran valor que hay en el servicio público.
Considera que su mayor logro como abogada de familia no radica en grandes victorias, ni en ganar grandes casos, sino en acompañar a las personas durante sus momentos íntimos, cotidianos y difíciles. Para ella, el verdadero éxito está en esas pequeñas acciones que brindan paz y alivio a quienes más lo necesitan en sus contextos familiares.
En medio de la conversación, surgió un espacio de confianza para hablar sobre experiencias personales difíciles y se le preguntó si había vivido alguna situación que la hubiera marcado profundamente. Compartió que en julio de 2021, su padre se contagió de COVID-19 y, el mismo día en que Susana cumplía años – una fecha que habían pensado para celebrar-, fue inducido a coma e intubado, con la angustiosa incertidumbre de no saber si habría un regreso. Con una mezcla de risa e ironía, recuerda que antes del procedimiento, pudieron tener una última conversación en la que se cruzaron palabras profundas, pero también recibió una cantidad de instrucciones lo que, según ella, parecía más un testamento in extremis, otorgado por su propio profesor de sucesiones.
Fueron casi cinco meses marcados por la incertidumbre y la espera. Sin embargo, recuerda esa experiencia como una de las más importantes de su vida, y agradece las profundas enseñanzas que le dejó. Dice que en los momentos difíciles se revelan los recursos más valiosos, y que está en cada persona decidir si los usa para crecer y fortalecerse, o para quejarse y rendirse. Aprendió que la vida es frágil, sí, pero también es milagrosa; que los momentos oscuros, por dolorosos que sean, nos enseñan a valorar y disfrutar los periodos de luz. Durante ese proceso, la sostuvo una oración del Papa Francisco que se volvió una brújula en su vida, y que le recordó una forma de distinta – y más profunda – de entender la felicidad. Uno de sus fragmentos de la oración dice:“(…) me gustaría que recordaras que ser feliz no es tener un cielo sin tempestades, caminos sin accidentes, trabajo sin cansancio, relaciones personales sin decepciones. Ser feliz es encontrar fuerza en el perdón, esperanza en las batallas, seguridad en el banco del miedo y amor en los desencuentros (…).”
Reconoce que la vida no siempre es sencilla, y que todos enfrentamos momentos retadores, pero es en esas experiencias que nos incomodan donde usualmente maduran los mayores aprendizajes. Uno de los consejos más importantes que recibió en la época del pregrado fue aprender a gestionar la frustración y aceptar con humildad que, aunque entreguemos lo mejor de nosotros, las cosas no siempre salen como esperamos. Es consciente de que a veces el éxito más valioso no está en ganar una gran batalla, ni en tener la razón, sino en persistir con humildad y dignidad.
Al preguntarle sobre sus hobbies, cuenta que desde hace diez años practica yoga, una actividad que más allá de lo físico la reconoce como un refugio y una escuela silenciosa de la vida. Le ha enseñado que la sabiduría y la fuerza del guerrero reside en su balance, en su humildad y en la rendición; esta última no como una actitud de derrota, sino como la valentía de aceptar lo que no se puede controlar, de escuchar antes de imponer, y de saber cuándo ceder para poder avanzar. Son enseñanzas que valora especialmente en su profesión como abogada, en un entorno donde, en ocasiones, predomina la mentalidad competitiva, la dureza y la necesidad de tener la razón. También disfruta mucho hacer deporte e intenta hacerlo a diario, especialmente, cuando el estrés o la ansiedad tocan a su puerta, convencida de que moverse libera la mente y el cuerpo.
Susana encuentra felicidad en las cosas más sencillas y cotidianas. Quizás por eso también disfruta ser abogada de familia. Porque es ser abogado de lo cotidiano, de la intimidad. Admira la belleza sutil de la naturaleza, - una sensibilidad que fue cultivada por su abuela-, el placer de un trozo de chocolate, una buena conversación con un ser querido y el buen humor. Dice que la vida es muy corta para vivir amargados y no hay nada más divertido que reírse de sí mismo. Y, por eso, su mensaje para sus estudiantes es precisamente ese: apreciar las pequeñas maravillas que trae cada día, aquellas que solemos ignorar, incluso los desencuentros, las tristezas y las frustraciones, porque al final, es eso lo que le da sentido verdadero a nuestra existencia.
En su vida profesional, Susana recuerda que el verdadero sello javeriano está en los principios ignacianos, y recuerda que uno de los más importantes es precisamente estar al mayor servicio de los demás. En un mundo cada vez más competitivo, invita a sus estudiantes a construir relaciones y esquemas más colaborativos, y a no perder de vista que la competencia no es contra otros, sino con uno mismo: se trata de esforzarse cada día por ser una mejor versión, más consciente, más íntegra y más humana. Eso sí que es ignaciano, estar en constante autorreflexión. También los invita a abrirse a la interdisciplinariedad. Las otras áreas del saber ofrecen herramientas muy útiles para el ejercicio profesional.
En su lista de sueños pendientes está conocer Kenia, Tanzania y Japón. Admira profundamente a los elefantes, criaturas que simbolizan para ella la paciencia, la vida consciente en comunidad y lo que se construye con dedicación y tiempo. Piensa en los elefantes como una metáfora de la vida misma: llevan en su vientre a sus crías durante veintidós meses, tiempo necesario para gestar algo verdaderamente significativo. Así también es la vida: lo que impacta profundamente al mundo y la vida de los semejantes, no ocurre ni en lo ligero ni en lo fugaz. Ocurre en el cuidado, en la entrega y en la dedicación.
Quisiera ser recordada como alguien feliz, que disfrutó de lo simple de la vida: del café de la mañana, de la magia y la belleza de la naturaleza, de la compañía de los seres queridos, de la perfección de los animales, y que intentó cultivar vínculos cercanos con amor y dedicación. Alguien que se atrevió a equivocarse -quizás, muchas veces-, pero que nunca perdió el coraje para levantarse de nuevo ni la curiosidad para seguir aprendiendo. Alguien que vivió cada día con gratitud por el milagro de estar viva, y de encontrar sentido al estar al servicio de los demás.
Sin lugar a duda, sus estudiantes podemos afirmar que no solo la recordamos como una persona feliz sino como aquella que deja una huella en nuestra formación académica y personal, y nos invita a pensar más allá del derecho.