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EN EL HUECO

Necesitamos una nueva generación de líderes 

Un legado: ‘Los mejores para el mundo’ 

Al hablar de poder y liderazgo muchas veces no vemos que detrás de un simple proceso de formación, existe todo un marco de conocimientos, de enseñanzas, de valores; una formación donde el humanismo siempre es la meta, y el bienestar es el producto de una labor bien hecha. 

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Fuente: Pexels

Por: Nicolás Gómez y Geraldine Pardo

Pareciera ser que un común denominador de muchos de los actuales líderes mundiales no ha sido ni su origen, sus creencias, sus ideologías o tan siquiera sus inclinaciones ideológicas; sino que ha sido en su formación profesional y humanística, de tal forma que, en mayor o menor medida, han podido tener un contacto directo y verdadero con las enseñanzas y valores Jesuitas. Han logrado entender que formar a los “mejores para el mundo” no son solo palabras o un simple lema atractivo. Todo lo contrario, es nada menos que la interiorización académica y humana que les ha permitido resaltar de entre el resto, y que, dejando de lado opiniones políticas o creencias, les ha llevado a lo más alto por las vías de los valores Jesuitas, siendo hoy parte de las altas y selectas esferas del poder. 

 

El legado de la Compañía de Jesús se extiende a través de las vidas de personas influyentes cuya formación en las instituciones Jesuitas ha marcado su camino y sus contribuciones al mundo. Algunos de ellos han sido el Papa Francisco, miembro de la Compañía de Jesús, como miembro central de esta red de personas importantes. Bergoglio fue estudiante de filosofía y teología en la Universidad del Salvador, una institución Jesuita en Buenos Aires, Argentina; antes de convertirse en Papa. En segundo lugar, la canciller alemana Angela Merkel, conocida también como la “madre de los migrantes”, fue estudiante de física en la Universidad de Leipzig, una institución Jesuita.  

 

Antes de dedicarse a la política, Merkel obtuvo su doctorado en física en dicha institución. A ella le sigue Ignacio Ellacuría, sacerdote Jesuita y filósofo de la universidad Jesuita de Deusto en Bilbao, España. Ellacuría obtuvo gran relevancia en el campo de la teología de la liberación y la defensa de los derechos humanos en El Salvador. Fue asesinado durante la guerra civil en ese país en 1989. Y finalmente, tenemos a Daniel Berrigan, sacerdote Jesuita, poeta y activista en los Estados Unidos, conocido por su activismo pacifista y su defensa de los derechos humanos. Tuvo un papel importante en el movimiento contra la guerra de Vietnam. Berrigan asistió a la Universidad Jesuita de Fordham en Nueva York. 

 

Los principios éticos y morales que se derivan de la espiritualidad y las enseñanzas de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, se conocen como valores ignacianos. Estos principios se fundamentan en la excelencia, el servicio al prójimo, la justicia social y la promoción de la fe y la educación. Con un origen derivado de la más profunda tradición católica, estos valores han ido más allá de las fronteras religiosas, manteniendo su relevancia en la actualidad. Han persistido en su búsqueda por el amor al prójimo, a la casa común y a uno mismo.  

 

Han sabido permanecer en el tiempo y formar líderes que saben adaptarse al mundo y a lo que se necesita. No solo hay mano firme en el papel y el atril sino también en el corazón, recordando que las personas pueden ser los mejores para el mundo, siempre pensando en el otro, no por motivos religiosos, sino por el simple hecho de ser seres humanos, reconociendo la diferencia del otro.  

 

No podríamos terminar de desentrañar este proceso de adaptación y reinvención de los valores Jesuitas sin preguntarnos qué ha de depararles para el futuro. En un mundo cada día más globalizado y conectado, donde no solo las formas de educar sino de entender conceptos tan básicos y fundamentales como lo son el bienestar general, el humanismo, el progreso y hasta incluso la fidelidad a nuestras propias convicciones solo nos es posible realizar meras suposiciones de los retos que hoy la comunidad jesuita deberá afrontar de cara al futuro próximo. 

 

Ahora más que nunca, requerimos de líderes que no sólo comprendan la importancia y la responsabilidad que sus labores implican en la vida social, política, económica y hasta religiosa. Sino que también necesitamos líderes que conozcan, entiendan e interioricen, aquellos valores personalísimos de la humildad, vocación por el servicio a la comunidad y total desinterés por el individualismo de cara al bienestar de la mayoría. Pues así, su liderazgo, sus ideas y, sobre todo, sus decisiones les permitirán guiar e inspirar a toda una nueva generación. 

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