top of page

DE LAS DIRECTORAS

Que el privilegio y la discrepancia no te nuble la empatía

Nuestros vecinos del Parque Nacional

Foro se adentra en la ciudadela instaurada por los indígenas Emberá en el Parque Nacional, para exponer la realidad que se está viviendo y ver su cara de la moneda.

Imagen 1 - Emberá.heic

Fuente: Archivo personal

Por: Sofía García- Reyes Meyer

Esta historia comienza la primera semana de universidad de este semestre. Salí de clase del Edificio Giraldo y apenas puse pie en la calle séptima me crucé con esta escena: dos señoras indígenas, acompañadas por unos niñitos de no más de tres años descalzos y un bebé en brazos completamente desabrigado. Quedé boquiabierta, no solo por el hecho de que es poco común ver indígenas en Bogotá, sino también porque iban los niños descalzos y desabrigados, cuando a mí no me cabía ni un abrigo más por el frío que estaba haciendo.

 

A las dos semanas, se repitió la escena con unos nuevos integrantes; siempre señoras y niños. Fue así por un par de oportunidades más. Cada vez que los veía se me arrugaba el corazón, pero no sabía cómo y/o si debía ayudarlos, puesto que nadie parecía sorprenderle que en plena séptima hubiera niños descalzos. Eran como unos transeúntes más.

 

El error y la ignorancia fue mía, puesto que solo fue necesario googlear “indígenas en Bogotá” para encontrarme la vorágine que llevaba meses desarrollándose en varios parques de la ciudad. Sí, había miles de indígenas que se habían desplazado y se habían asentado con sus familias en la capital. Pero, no me quedaba claro el por qué. Empecé a preguntar a compañeros y nadie tenía claridad en el asunto. Muchos manifestaban su descontento con la invasión del espacio público; otros decían que los indígenas querían apartamentos gratis; y no faltaba el que decía que la policía debía haber intervenido hace rato. Los medios tampoco parecían narrar muy bien la postura de los indígenas, ya que solo se apoyaban en los trámites administrativos que había ejecutado el Distrito.

 

Así que decidí buscar mis propias fuentes. No fue difícil, ya que el problema estaba a tan solo una cuadra de donde estudiamos. A la primera indígena que me encontré le pregunté si podía entrevistarla y me indicó que hablara con el líder del asentamiento del Parque. Lo mismo con el siguiente indígena que me topé y fue así como me fui adentrando poco a poco en la ciudadela que ellos habían construido. Era impresionante como se iba abriendo ante mí, lo que bien podría llamarse una aldea, rodeada de árboles y pájaros, pero construida con solo bolsas y bajo unas condiciones muy deplorables. Ahí entendí por qué se habían asentado en un Parque: no solo por su amplitud, sino también porque era lo más similar a su “hogar” dentro de una ciudad de cemento.

 

Finalmente llegué a donde Leonibal, el líder indígena del Parque Nacional. Rápidamente nos rodearon sus compañeros y empezaron a hablar entre ellos en emberá. Era la primera vez que lo oía y no entendí absolutamente nada, pero todos ellos parecían hablar muy bien español. Leonibal primero me contó que ya llevaban casi ocho meses asentados en el Parque (desde el 29 de septiembre del 2021) y que eran más de 670 familias para un total 1992 personas que vivían ahí. Todos son Emberá, pero de distintos departamentos: del Chocó, de Risaralda y de Antioquia; para un total de quince pueblos Emberá habitando ahí.

 

No tardé en preguntarle la razón de su traslado a la capital, a lo que él me contestó: “En primer lugar, llegamos por el incumplimiento, por el abandono del Estado; y en segundo, por el orden público del Chocó y los demás departamentos. No tenemos vivienda, ni seguridad, ni garantías”. Me procedió a narrar como había mucha presencia de grupos al margen de la ley en todas las zonas, especialmente el ELN, los cuales reclutaban a sus menores de edad, amenazaban a integrantes de la comunidad y habían violado a algunas de sus mujeres. También me ilustró como no solo era un problema de seguridad, también de ausencia del Estado en todo sentido. Claramente ellos tienen su propia educación, su propia medicina y sus propias creencias, pero eso no eximía al Estado de asegurarle un acceso mínimo básico. A grandes rasgos se sentían un pueblo desolado, con una única alternativa: dejar su comunidad atrás y venirse a la capital a exigir presencia estatal y garantías.

 

Leonibal me comentó cómo había sido duro vivir en Bogotá, especialmente la última temporada de lluvias, puesto que las bolsas plásticas no habían sido suficientes para protegerlos del agua y, en consecuencia, de las gripas. También alimentarse no siempre era fácil, pues dependían de las donaciones de terceros, las cuales llegaban y se distribuían equitativamente entre todos. Algunos de ellos vendían joyería de chaquiras para tener algo de ingresos adicionales, pero muchas veces solo alcanzaba para llevarle a su familia agua con azúcar.

 

Fue ahí cuando el líder del Parque Nacional me habló de la preocupación que tenía la comunidad por sus niños. Actualmente había más de 700 niños en el Parque, de los cuales 300 tenían de 0 a 3 años de edad. Ya han nacido 30 bebés en el Parque y hay varias mujeres embarazadas. Mientras me contaba, me di cuenta de que estaba completamente rodeada de niños de todas las edades, que caminaban descalzos. Le pregunté si no se habían enfermado, a lo que él me contó que en un inicio mucho más, que se habían empezado a adaptar al clima, pero que la lluvia si los había afectado. Asimismo, me mencionó que dos bebés habían muerto por desnutrición y cuestiones de salud.

 

Si la situación de los Emberá del Parque Nacional era tan precaria ¿por qué seguían ahí? Leonibal me afirmó que efectivamente si querían retornar a su territorio, pero que solo lo harían si se les aseguraba presencia del Estado, seguridad y garantías; mientras tanto permanecerían en el Parque. Claramente habían pedido ayudas al Distrito y asimismo tenían una acción de tutela a su favor, la cual les aseguraba ciertos subsidios a cambio de una caracterización de la población. Me contó que ellos le habían abierto las puertas al Distrito para la caracterización, pero que el Distrito no había cumplido con nada de lo ordenado por el Juez de Tutela.

 

Al finalizar mi conversación con Leonibal, otros indígenas se me acercaron a contarme su situación. Me mostraron varios de sus cambuches, en los que vivían de hasta ocho personas. Todos fueron sumamente amables conmigo y abiertos a contar lo que estaban viviendo. En la salida del Parque Nacional me siguió un grupo de niños, que por su apariencia apenas empezaban a hablar. Me pidieron en español – no en emberá – que les diera algo de comer que tenían hambre. Fue ahí cuando me di cuenta de que, por más que no todos estuvieran de acuerdo con el asentamiento de los Emberá en el Parque Nacional, nuestros privilegios no podía nublar la empatía que debíamos sentir por ellos.

 

 Mensaje de Pedro (indígena Emberá asentado en el Parque Nacional)

 

En emberá: “Dayba nestapanw wahnay deda anama bogotade mambakaa wahnay day duaada mamina distritoba jumma deesira dayba idibanu jumma caramtiabaraa manbaka waanay day dedaa”.

 

Traducido: “Nosotros no podemos retronar a nuestro territorio sin saber nada. Que proyectos nos van a asegurar en el territorio, que garantías nos van a dar. No nos han dado absolutamente ninguna garantía y por el momento no sabemos qué proyectos harán. Como no es claro el retorno ni reubicación, nos hemos quedado acá”.

 

Este artículo fue escrito antes de que el Distrito anunciara la reubicación de los Emberá del Parque Nacional a unos recintos en la zona Bacatá. Pero según los medios y la comunidad, esta es una noticia en desarrollo…

bottom of page