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ACTUALIDAD

El deber del conservador de revelarse contra el sistema; ¿Suena irónico? 

El conservatismo revolucionario del siglo XXI  

Históricamente el progresismo ha sido el grupo revolucionario de la sociedad. Sin embargo, hoy se han establecido como el sistema dominante, con logros destructivos y retrocesos inmensos. Este es un estudio del papel de rebelión cultural que le toca jugar al conservatismo, para construir una sociedad funcional y respetuosa.  

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Fuente: Pexels

Por: Nicolás Pombo Sinisterra

A lo largo de nuestra historia, la palabra revolución ha estado en cualquier conversación de índole política o sociológica. En la mayoría de los casos, ha hecho alusión a un grupo de personas con una identidad, con una tendencia o con una serie de ideologías particularmente definidas, hoy conocidos como “la izquierda o el progresismo”. Sin embargo, las conversaciones en la actualidad suelen ser un tanto más monotemáticas, pues este grupo de personas se ha “revolucionado” contra todo y contra todos, al punto en el que hoy, ya no sabe contra qué hacerlo. Eso, a mi juicio tiene una razón de ser, y es que el progresismo contemporáneo ya no es el rebelde, es el sistema. Veremos así, como se han invertido los roles sociales y políticos dentro de las comunidades actuales, analizando el escenario en el que al conservatismo es ahora a quien corresponde el rol de la rebeldía.  

Si pensamos en el postulado “revolución” se pueden venir muchas cosas, momentos o historias a la cabeza. Desde tiempo atrás, Jesús, por ejemplo, fue todo un revolucionario. Seguido por la famosa Revolución Francesa, o nuestra historia patria liderada por Simón Bolívar, quien era un gran conservador. En la Revolución Francesa vimos como objeto (argumento), la necesidad de revelarse contra la clase dominante, contra el estado de subordinación, contra el avance industrial producto de miles de tragedias de toda índole. El rico contra el pobre, o más bien el pobre contra el rico. Tenía un carácter meramente económico, aunque un tanto social o político también, pues eran los burgueses los que contaban con el poder económico, mientras que los de arriba mantenían el político. Alegaban estar cansados de la humillación permanente y decidieron armarse para hacer valer sus derechos.  

El mundo, las ideas y las batallas han evolucionado. Ahora, aquel trabajador al que le fue impuesta la idea de odiar al rico, ya no lo hace, entiende que de la mano de aquel rico puede desarrollar su proyecto de vida, que el trabajo que le ha sido asignado lo puede ejercer con pasión y disciplina y que nada le impide escalar en la sociedad como un agente económico plenamente libre. Es así, como el progresismo se ha quedado sin cartas por jugar, o batallas por encender. Pues entonces resuelven rebelarse contra las ideas y las instituciones, contra aquello que ha hecho parte de la historia y que se ha conservado como núcleo fundamental de las sociedades; la familia, la religión, las tradiciones, los principios, los valores y demás. Romper con todo aquello que hubiere venido funcionando por siglos y crear su propia realidad. “Para el progresista, en cambio, lo único que somos es tiempo” (Laje, 2023). 

Buscan la tan aclamada liberación, ahora, bajo el argumento que sostiene que todo lo que nos ha rodeado y constituido como comunidad, no es más que una “construcción social”. El progresismo afirma que el mundo es una realidad construida que no existe, y por eso cada individuo se crea su propia realidad, porque como, nada existe, puedo ser y hacer lo que quiera, (…) con la intención de representar la realidad que ella quiere y no la que de verdad existe.” (Jaramillo, 2023) 

La realidad entonces se torna en una cuestión de percepción individual absolutamente cerrada a cualquier discusión o confrontación, que nos lleva a hoy vivir en una sociedad deconstruida y amparada por lo que algunos llaman el “Estado niñera”. Así, dice Mario Jaramillo “Si el hombre y la mujer son biológicamente diferentes, el Estado puede igualarlos”. Esto acompañado del proyecto aislador del progresismo, que busca alejar al individuo de la sociedad, del pensamiento, de la educación y de la cultura. Las redes sociales, son nuestro mayor enemigo cultural, pues a través de ellas, se ha manipulado al hombre con imágenes, lenguas, banderas, e incluso signos, imponiendo lo que vemos sobre lo que pensamos.  

Pues bien, así es como el progresismo se ha vuelto el sistema. Pero; ¿cómo es posible tener un sistema antisistema? ¿o un sistema que no existe? Por eso en los que hoy mandan, abunda un discurso vacío, aunque poderoso, lleno de sin sentidos que siguen destruyendo sociedades.  

 

Finalmente, los conservadores nos vemos en la tarea de dar una batalla cultural. De rebelarnos con ideas, tradiciones y coraje, para redirigir el futuro de nuestras sociedades a unas fundadas en la familia, el trabajo, la propiedad privada, la religión y principios y valores innegociables. Al cambio se le quiere, a la destrucción no. Al progreso se le quiere, al progresismo no. Al pobre se le quiere, a la pobreza no.   

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