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2019-I

Díganme Carlos, no Doctor Logreira

CARLOS LOGREIRA NIVIA

En esta edición, FORO JAVERIANO tiene la oportunidad de acercarse a una persona interesante y diferente como lo es Carlos Logreira, repasando anécdotas, ideas y su particular forma de entender la vida.

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Fuente: Archivo Personal

Por: Alejandro Estrada Mejía y Orlando Buelvas Dajud

Antes de comenzar la entrevista en un agradable café del centro de Bogotá, le ofrecimos pagar lo que consumiera dentro del recinto en el que nos encontrábamos, a lo que contestó “imposible” y procedió. Se dirigió a la mujer que recibía pedidos y dijo: “dos cafés y dos empanadas para los muchachos, y para mí, una pola por favor”.

 

Una persona inmensamente grata, particular e interesante, quien vivió una juventud de aceptación de roles e ideologías, se desarrolló en medio de un contexto social y político difícil, y llegó luego a una etapa de descubrimiento para desnegar todo lo que creyó cierto. Alguien que analiza los conceptos y no da nada por sentado, pues, “cuando se dio a sí mismo por sentado no fue feliz”; así se presenta Carlos Logreira, un profesor diferente que prefiere ser llamado Carlos antes que “doctor”, quien busca entablar una buena relación con sus estudiantes en el marco de una clase abierta a toda discusión, más allá de las calificaciones y plasmar la pasión por el derecho constitucional.

 

Carlos, un bogotano con raíces diversas, cuenta que su padre es de Facatativá y su madre Barranquillera. Creció en el seno de una familia católica. El provincialismo de sus padres marca su relación; fue el Río Magdalena el que trajo a su padre primero a Bogotá y luego a Zipaquirá donde conocería a quien sería la madre de Carlos. Nos cuenta que “ese provincialismo lleva a que las personas se exijan más en la capital”, también relata que su padre acostumbraba a leer para sus hijos desde el periódico hasta el evangelio, y recuerda que cuando su padre iba por la lectura, todos se escondían por pereza, aunque al final siempre escuchan la lectura, que era relatada por su madre, lo que le generó una concepción de escuchar para luego dialogar.

 

Aunque se considera una persona muy social, recordó que su paso por la universidad fue algo solitario. En primer semestre se llevó una impresión de decepción con sus compañeros, en sus palabras “me hice con los tipos que se sentaban atrás, tipos que todos perdieron el semestre y hasta me tocó hacerles los trabajos, y eso me llevo a una gran decepción”. Su aliada luego fue la biblioteca, al punto de no ir a las fiestas de la facultad. Sin embargo, bastó terminar sus estudios para darse cuenta que ese egocentrismo del conocimiento es completamente inútil.

 

Cuando se le preguntó por qué escogió la Javeriana como alma máter, afirmó que fue por facilismo y el derecho por conformismo. Esto porque se sintió siempre tentado a las ciencias humanas, pero no específicamente a lo jurídico, pues su mayor gusto se enfoca a la literatura. Pensó ser literato y solo escribir y leer, “pasando el día en chanclas con tasas de té y vino”. Intentó entrar en el mundo de la actuación presentándose en diferentes obras de teatro y, aunque no se mantuvo en esta disciplina, afirma que lo más cercano a realizarse como actor fue dedicarse al derecho, definiéndolo como el lugar más incómodo dentro de la certidumbre, una disciplina que se estudia para resolver problemas humanos. Respecto al facilismo afirma que la decisión sobre la Javeriana se dio por sus amigos y familiares que siempre le insistieron sobre esta institución, aunque él llegó a dudar de la educación vinculada a la teología. Aun así, sostiene que: “afortunadamente me equivoqué, pues en la Javeriana encontré la forma más humana de ser abogado, fue un bonito error”.

 

Recuerda con mucha nostalgia, tomando su cerveza, que mientras fue estudiante sufrió en obligaciones las clases de Barrera, quien hoy es su amigo. Comenta que entablaron una gran relación a pesar de lo fue esa clase para él. Además, a modo de reflexión, cuenta que perdió la materia de Historia del Derecho mientras cursaba la carrera, y que a pesar de que la historia siempre lo ha apasionado, no se sintió frustrado, simplemente entendió que tenía que estudiar más y que “solamente una cadena ininterrumpida de fracasos, de errores, nos puede llevar a una solución”.

 

Le gusta bailar, aunque prefiere hablar y evitar discotecas. Reconoce que cada persona tiene una historia que contar y que no solamente permite entender a los demás, sino que lleva a replantear quien se es y por qué se hace lo que se hace, ve a los estudiantes como personas que llegan para aprender.

 

Su tesis doctoral refleja sus creencias políticas: cree en los partidos como componentes de los intereses sociales, no como resumen de los mismos, sino como parte de ellos. Considera además que el consenso democrático parte de escuchar diferentes posiciones y construir una sola postura que las integre todas, traslapando todo anterior con lo que les enseña a los estudiantes, afirmando así que cada uno de estos tiene una manera de entender, leer o expresarse y los profesores están obligados a enseñarles teniendo en cuenta las virtudes, defectos y problemas de cada uno. Para ello, crea en sus clases un canal que permita ver quiénes son los estudiantes y quien es él, considera que cada persona es un mundo y es por ello que prefiere cursos pequeños.

 

Cree que en Colombia hay un problema en la forma en que los ideales buscan el poder, representando esta situación como una época medieval de la política, en la que estamos pensando en unas posiciones políticas mejores o peores que otras, y no nos hemos sentado a hablar para ponernos de acuerdo. Hasta entonces, hasta que todos nos incluyamos y dejemos de pensar en que debe haber un ganador y un perdedor, va a haber un fracaso total, pues queremos resolver problemas que son a largo plazo inmediatamente y con soluciones diarias que a largo plazo generan errores.

 

Mientras hablaba de política sostuvo que: “En Colombia cuando debemos votar, vamos a votar por alguien porque nos toca, negando que somos mil partes de una misma parte y hay veces que tenemos que ceder a nuestros intereses. En este país no podemos ser homosexuales y ricos, porque si el homosexual vota por el partido de derecha siendo un industrial rico y protegiendo sus intereses económicos, tiene que ceder a sus intereses de identidad sexual”, es así como finalmente llega a la conclusión de que la diversidad, la división, y la falta de representación caracteriza la situación colombiana.

 

Es un hombre profundamente apasionado por el arte, “en el conflicto entre la emoción y la razón el arte siempre tiene la razón”, dice. Esto porque sostiene que el arte es lo más cercano al hombre, por lo que el derecho se debe acercar siempre al ser humano, todo está conexo y es un pilar fundamental que desarrolla en su clase ya que como él dice, somos primero personas que abogados, y el arte es lo que nos acerca a lo humano.

Habla de la literatura como el arte que nos permite vivir todas las vidas que no vamos a vivir y sobresalta su gusto por la poesía de Borges, entiende a la poesía como el dobladillo de la vida. En cuanto a la música, ama a Lucho Bermúdez, pues fue él quien puso a bailar a todas las clases sociales y llevó los ritmos y sonidos de los grupos marginados y minoritarios a los grandes salones de clase alta en Colombia. Es así como relaciona ello con derecho, pues piensa que esta debe ser una disciplina científica, pero que se debe hacer con pasión.

Finalmente hablamos sobre sueños y anhelos, Carlos contó que para él tener solo un sueño es peligroso en cuanto cuando se cumple se queda uno sin sueños, es por ello que nos cuenta que tiene varios sueños en varios ámbitos. Científicamente anhela a una reforma electoral; personalmente, aspira lograr que el escritor rezagado sobrepase al abogado; emocionalmente, aspira a morir sin acostumbrarse al amor; e incluso, gastronómicamente sueña con poder hacer un buen ajiaco, pues siempre tiene que recurrir a su madre, aunque afirma que eso no le molesta; nos cuenta que profesionalmente, como abogado, sueña dejar de ser abogado, llegar a un punto donde reconozca haber hecho las cosas bien con logros productivos, dormir sabiendo que se hizo cada día la mejor interpretación y no traicionó sus principios para poder retirarse tranquilo y dedicarle más tiempo a lo que vinimos a la vida que en palabras de Voltaire es “cultivar nuestro propio jardín”.

Cerró nuestra conversación afirmando que los estudiantes no son números, para él el 5.0 y el 1.0 son indicativos de algo, pero no es una conclusión de la persona y lo importante en últimas es que el estudiante aprenda, y este debe ser el verdadero objetivo del maestro.

Fue tan rápido el paso del tiempo mientras conversamos, que cuando menos pensamos, éramos la única mesa que quedaba y ya todo lo de la tienda estaba guardado. Al final de la amena charla, terminamos nuestro encuentro con dos cafés, una cerveza vacía y una cantidad inmensa de historias; entendiendo que profesores como él nunca nos deja de enseñar, pero más allá de eso, hemos terminado la charla con un nuevo amigo, una gran persona sobre quien en esta edición queremos contar.

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